lunes, junio 24, 2024

Joy, el perro que sobrevivió a su fusilamiento

Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia

*Único superviviente de la masacre de los Románov
*Ekaterinburgo, escenario del asesinato del zar.
*Nicolás II y su familia murieron el 16 de julio de 1918.
*La mascota acabó sus días frente a Windsor.

Cuando la familia del último zar de Rusia, Nicolás Románov, llegó a la Casa Ipátiev de Ekaterimburgo, llevaba consigo tres perros pintos en blanco y negro: el bulldog francés Ortipo, que pertenecía a la duquesa Tatiana; Gemmy, el cocker spaniel de la duquesa Anastasia; y otro, Joy, de la misma raza, del zarevich Alexéi.
“Descargué mi revólver contra los convictos. No supe el resultado de mis disparos, porque tuve que ir al desván por la ametralladora. Cuando corrí, vi que la luz estaba encendida en el Instituto de Minas, al otro lado de la calle. Se oían claramente los disparos, y el aullido de los perros del zar era fuerte”, confesaría después el chekista Alexéi Kabánov
Cuando el pistolero volvió a bajar todos estaban ya muertos, pero “el perro Joy como no producía aullidos, no fue tocado”, así contó la tragedia el participante de la ejecución de la familia zarista, y así fue consignado en la transcripción de una conversación con él sobre el multihomicidio de la familia real, la madrugada del 16 de julio de 1918.
¿Cómo sobrevivió Joy? Se desconoce quién y cuándo alguien regaló el perrito al zarévich, pero la zarina Alexandra le dio ese nombre, que significa “alegría” en inglés, cumpliéndose así el deseo de la nieta predilecta de la reina Victoria de Inglaterra, a quien también le gustaban los perros.
Las tres mascotas acompañaron a sus dueños: del palacio de Tsárskoye Seló cercana a San Petersburgo, a la población siberiana de Tobolsk y de allí a Ekaterimburgo, en donde Kabánov hacía guardia permanentemente:
“A Gemmy lo mataron con la familia del zar en el sótano; a Ortipo, que se había quedado en la casa, le dieron un tito por aullar fuerte. Y Joy sobrevivió al pelotón de fusilamiento”, narraría después el integrante de ese escuadrón de la muerte.
“La puerta del pasillo a las habitaciones donde vivía la familia real seguía cerrada; pero no había nadie en las habitaciones. Estaba claro: no se oía ni un ruido desde ahí. Antes, cuando la familia real aún permanecía en ellas, siempre había ruido, voces y pasos.
“En ese momento lo único que había en el vestíbulo era la puerta de las habitaciones donde vivía la familia, y su perrito esperando a que le dejaran entrar. Recuerdo que en aquel momento pensé: “Esperas en vano”, según palabras de Anatoli Yakímov, guardia de la Casa Ipátiev, contenidas en el interrogatorio a que fue sometido en Ekaterimburgo en 1919.
El perro fue llevado por Mijaíl Letiomin, otro de los guardias, y Joy se convirtió en la prueba principal por la que el soldado fue descubierto por la investigación del Ejército blanco, que trataba de reinstalar al zarismo destronado y ocupó Ekaterimburgo días después de la masacre, cuando a ese personaje le confiscaron ochenta objetos robados.
“El Cuerpo Checoslovaco del Ejército ruso del bando monárquico, al tomar Ekaterimburgo, encontró a un pobre animal medio muerto de hambre correteando por el patio de la Casa Ipátiev, que parecía estar buscando a su amo, y su ausencia lo entristecía, tanto que apenas probaba la comida.
“Fui a ver a Joy”, refirió Kabánov. “Aparentemente en su ingenuidad canina, pensando que seguramente su amo aparecería conmigo, se puso visiblemente animado. Nunca había visto a un perro tan excitado, y cuando lo llamé saltó al instante del carruaje y corrió hacia mí a través del andén, saltando en amplios círculos y no aferrándose a mí con las patas, sino paseándose como un perro de circo”.
Cuando éste se fue, Joy permaneció todo el día junto a la puerta por la que había salido. Se negó a comer y volvió a caer en su habitual estado de desesperación.
La baronesa Sophia Carlóvna Buxhoeveden, dama de honor de la zarina. en Vida y tragedia de Alexandra Feodoróvna, emperatriz de Rusia cuenta que el cocker spaniel fue llevado a otra parte por el general Mijaíl Dieterichs, jefe de la investigación sobre la ejecución de la familia real.
Joy fue entregado luego a Pável Rodzianko, quien había acompañado a la misión militar británica del general Walter Knox, y a un conocido deportista e instructor de equitación, protegiendo al coronel ruso que se alistó en el ejército británico y emigró acompañándolos.
En Inglaterra, Rodzianko abrió una escuela de equitación para aristócratas y su alumno más famoso fue el futuro rey Eduardo VIII de Gran Bretaña, para que posteriormente, el sobrino de Pável, el obispo Vasili Rodzianko de la Iglesia Ortodoxa en América, afirmó que Joy pasó a ser propiedad del rey Jorge V, a quien su tío contó la muerte de su primo y su familia.
Supuestamente, Joy vivió con el rey de Inglaterra y fue enterrado en el cementerio real canino de Windsor, dada la afición de la realeza británica por los perros, la cual, por cierto, dura hasta la fecha.
Rodzianko narró su encuentro con Jorge V: “He descrito las frías y vacías habitaciones y el asesinato terrorífico del verano de 1918 en el sótano de la Casa Ipátiev, mi infructuosa búsqueda en el cementerio y el viaje sombrío a través del bosque siberiano para encontrar un puñado de cenizas.
“Le hablé de Joy, que corretea por mi jardín. Parece bastante feliz, pero al mirar esos brillantes ojos marrones a menudo me pregunto qué recuerda”, dijo Rodzianko.
Joy murió en Windsor; pero no en la corte real, sino en Sefton Lawn, la pequeña finca del coronel Rodzianko, cuyo parque lindaba con el parque real, desmintiéndose así una versión que se convertiría en mito.
“Cada vez que paso por delante de mi jardín en Windsor, pienso en la tumba del perrito que, cercana a unos arbustos, tiene la irónica inscripción ‘Aquí descansa Joy’. Para mí, esa piedra marca el fin del imperio y del modo de vida”, escribió el coronel Pável Rodzianko en “Tattered Banners”, memorias autobiográficas publicadas en Londres en 1938.

 

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