jueves, abril 25, 2024

ISEGORÍA: ¿Todo cambia, todo permanece?

Sergio Gómez Montero*

Mucho he sufrido: en este tiempo, todos 
hemos sufrido mucho. 
Yo levanto una copa de alegría en las manos
B.  de Otero: “En castellano”

 

Sin duda, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, había leído, entre otros, a Maquiavelo y Tomás Moro antes de escribir El Gatopardo, que encierra profundas lecciones de política, que aún hoy siguen teniendo una gran validez y que sirven sobre todo para entender el accionar de los gobiernos contemporáneos, quienes, a través de sus consejeros, si pueden saber, indistintamente, de Aristóteles, Cicerón y Marco Aurelio (quizá mediados por Shakespeare), y basados en eso manejan hoy a sus países sin grandes dificultades, porque de lo que se trata es sólo de eso: de que todo cambie, para que todo permanezca, como principio básico de gobierno. Es decir, que las estructuras básicas sobre las cuales se mueve un gobierno –las económicas– se modifiquen lo menos posible, al margen de que todo lo demás sufra cambios severos. Así de fácil.

Dígalo si no este país hoy, que aparentemente con la Cuarta Transformación se ha movido muchísimo, pero, en un solo día –el pasado lunes 24– demostró que no, que todo sigue igual, que nada ha cambiado. ¿Para bien o para mal? De momento nadie lo sabemos. Sabemos, sí, que con el Plan Nacional de Infraestructura 2020, que según esto hará que el PIB crezca el 2%, prevé –en su calidad de motor económico–, casi en partes iguales, inversiones tanto del sector público como del sector privado, que se había mantenido virtualmente impávido durante 2019, pues, como lo dijo Carlos Slim, todos sabían que ese año el PIB no iba a crecer y de ahí el estancamiento (que no recesión) de la economía nacional.

¿Es bueno o malo el juego lampedusiano de la política nacional? ¿Quién, finalmente, se ve beneficiado con él? No todos en el país, dado que los cambios que el país requiere para que la situación de injusticia en que vivimos cambie, lo que necesita cambiar es la polarización de la riqueza, y eso va más allá de la moral, pues a los ricos nada les cuesta aparentar que van a cambiar, pero si el sistema no cambia, ellos no pueden cambiar (pueden aparecer con una aureola, como Arturo Romo)…, seguirán siendo los mismos.

Desde Fukuyama hasta Piketty (con ligeras variantes), las tesis lampedusianas se repiten una y otra vez, para tratarnos de convencer con economías morales de diversa índole (cuya raíz revisionista no se logra ocultar), que para vivir en paz es necesario convivir, dentro del capitalismo, explotados y explotadores, jugando cada quien el papel que el sistema nos ha asignado; con el tiempo, según ellos, todos nos vamos a dar cuenta (con esas bromas que se llaman consultas populares), que la convivencia puede ser pacífica al margen de que las condiciones de vida no cambien, hasta que los explotados nos demos cuenta, otra vez, que nada ha cambiado y que es necesario seguir luchando para lograr salir del estado lampedusiano en que se nos quiere mantener asentados for ever. Así de simple, así de sencillo.

Es decir, en otras palabras (en palabras marxianas y leninistas) si no hay verdadera revolución no hay cambio. Así de simple, así de sencillo. Bien que recuerdo, pues, las lecciones que recibí de Valentín Campa y de Arnoldo Martínez Verdugo, entre otros,

*Profesor jubilado de la UPN
gomeboka@yahoo.com.mx

Redacción/dsc
Redacción/dsc
Periodista en crecimiento; siempre buscando algo que contar.

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