viernes, diciembre 20, 2024

ISEGORIA: Saldos y oportunidades

Sergio Gómez Montero*
En memoria de Minerva Pérez Castro, víctima de la
violencia criminal
No hay, en los libros de Duverger o de Michaels anotaciones críticas sobre la decadencia de la democracia electoral. Ella, en esos autores, pareciera ser un ente perfecto a perpetuarse a través de los siglos. Pocas las referencias críticas, en esos autores, tampoco hacia los partidos políticos, que son el sustento del paradigma “democracia electoral”. Esta segunda no se entiende sin los primeros, lo que implica que mutuamente se sostengan. Leves pero las hay, las críticas se perfilan en Lenin, Gramsci y Luxemburgo hacia un juego burgués para distribuirse tramposamente el poder entre los representantes del capital. Pero no son sino el joven Lukács, Mattick, Pannekoek, entre otros, quienes fueron impulsores de los consejos obreros y quienes encaminaron la crítica más dura y directa en contra de los fuegos fatuos de la democracia electoral, a la que menos califican de burguesa.
Y sí, el menos ofensivo de los calificativos que esa democracia puede recibir es precisamente el de burguesa, si se toma en consideración que ella nace y deviene como un producto típico de las sociedades que luego de la revolución industrial se fueron levantando y encontraron en esa democracia la fórmula política perfecta para, equitativamente, entre ellos, los grupos de poder capitalista, irse rotando el poder del uno al otro, sin que hubiera, en la vía de los hechos, grandes diferencias ideológicas entre ellos. Así, por más que ideológicamente surgieran diferencias –por ejemplo, un agrupamiento político que dijera defender los intereses del proletariado–, la dinámica de esa democracia electoral de manera rápida limaría las aristas de esos agrupamientos y de un día para otro los transformaría en las tiendas de saldos y oportunidades en que convierte a todos los partidos políticos que compiten dentro de esa democracia.
Así hoy, en el país, la democracia electoral es una burda exposición de tiendas de saldos y oportunidades en donde de la manera más sucia y ruin se compite, sin vergüenza, por alcanzar un puesto de representación popular que le garantice, a quien lo obtenga, una vida cómoda y feliz de allí en adelante, como premio por la diversión ofrecida a sectores cada vez más reducidos de la sociedad. De pena ajena, así, es la vida de todos los partidos políticos del país (Morena, PRI, PAN, Verde, PT, MC) que viven sólo para disputarse (¿o no Sergio Mayer, Alito Moreno, Marko Cortés?) las dietas que les faciliten sus fiestas y francachelas.
Triste, pues, la vida política del país, carente de sentido y arrumbada en disputas que le llenan a cualquiera la cara de vergüenza. Lo cual lleva a urgir en el término más inmediato posible de esa feria de vanidades que es toda democracia electoral y que nada tiene que ver con verdaderas contiendas ideológicas entre las dos posiciones extremas de la sociedad de nuestro tiempo: el capital y el trabajo.
Gracias, pues, a la transición sedosa por la pervivencia hasta hoy de esa tristeza llamada democracia electoral.
*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada

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