Sergio Gómez Montero*
No sé si fue casualidad o fue acordado, si se juntaron los astros o fue sólo que ellos y ellas consideraron que las fechas eran propicias. Sea como haya sido, 18 y 19 de mayo de este año han sido las fechas que los reaccionarios y conservadores, a nivel mundial, han considerado propicias para reunirse y manifestar que ellos están aquí, prestos a dar la batalla.
El sábado 18, en Madrid, Vox, los ultraderechistas españoles –comandados por Abascal, su líder– tuvieron como invitados allí al libertario Milei de Argentina y a la fascista italiana Meloni con otros líderes menores de la ultraderecha mundial, coincidieron allí previendo su anunciado triunfo en la disputa por el parlamento de la Comunidad Europea que, según ellos, ya tienen asegurado. Europa es de ellos según esto y en esa reunión de Madrid se adelantaban vísperas.
Acá se escogió el 19 para marchar, no en son de triunfo como en Europa, sino sólo para manifestar una presencia que decae cada vez más estrepitosamente y que ni ellos supieron definir si era cierre de campaña (Max Cortázar) o sólo un acto más de esa campaña (Xóchitl Gálvez). Pero, dado que escribo un día antes de la marcha, seguramente desangelada, no es ello lo que me interesa reseñar, sino la coincidencia (¿buscada?) de los actos de la reacción a nivel mundial y lo que ello significa en términos de política.
Es decir, en efecto, que hoy en Europa y Estados Unidos (donde ya nadie, parece, va a parar a Trump en las elecciones próximas) el avance de las fuerzas ultraderechistas parece imparable, a la vez que en esas regiones se agudizan las contradicciones sociales más radicales (polarización del ingreso, cambio climático, lucha intensa del feminismo y de las minorías, militarización creciente, entre otras), mientras que en otras regiones de nuestro mundo (Asia –al margen Japón y Cores del Sur–, América Latina, los BRIC) se lucha de manera muy ardua por impulsar nuevas formas de organizarse socialmente para enfrentar de la manera más efectiva posible a los efectos devastadores que arrastra consigo la radicalización de las contradicciones sociales que conlleva el ultraderechismo y que hoy se manifiestan con tanta virulencia y arrojo.
Metido hoy el país en esa lucha brutal, no puede dejar pasar como si nada sucediera –por más que en si la marcha del domingo sea la marcha de la derrota– lo que el domingo suceda. Es decir, la marcha rosa del domingo será un indicio claro de hasta dónde las fuerzas reaccionarias del país han avanzado, qué sectores de la sociedad se encuentran comprometidos con esa malévola tendencia y cuáles, sobre todo, deberán ser las providencias a adoptar para que esa ultraderecha nativa no le haga daño al país.
En política no hay enemigo pequeño ni tampoco ninguna acción del enemigo debe ser pasada por alto.
*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada