Sergio Gómez Montero*
Parece, no todo, terminó el 2 de junio pasado. La lucha sigue, en serio, ahora más allá de lo electoral (por más que en Jalisco el MC esté pataleando con desesperación para tratar de ocultar los fraudes evidentes que cometió). Los campos de batalla se han extendido una vez que se vislumbra que la ley puede cambiar para, poco a poco, lograr que la República funcione armónicamente; que, en particular, el Poder Judicial sea un Poder republicano acorde a las necesidades que desde hace tiempo reclama el pueblo, en lugar de ser sólo un grupo de elegidos cuyos dictados por lo común favorecen a los más ricos del país. Por eso, la reforma de ese Poder enfermo era un reclamo público extendido y que, por argucias de diferente naturaleza, no se había podido concretar.
Una vez que las urnas le dieron capacidad al Ejecutivo y al Legislativo para concretar la reforma largamente anunciada del Judicial, ¿quiénes fueron quienes de inmediato saltaron a la palestra para defender sus intereses, que vieron de pronto peligrar, porque iban a perder la protección fraudulenta que ese Poder les otorgaba? Claro, ni dudarlo, los dueños del dinero, quienes rápidamente llevaron al campo de la economía la batalla, en donde, de una u otra manera, llevan las de ganar, pues para ellos es relativamente sencillo desestabilizar una economía, por muy sólida que aparente ser ésta, con tan sólo mover sus inversiones, en el transcurso de una madrugada, de una economía a otra, desprotegiendo a la que horas antes protegían.
Pero, ¿quiénes son esos dueños del dinero? Capitales nacionales y extranjeros que, gracias a las políticas seguidas por el gobierno en turno se vieron beneficiados con ganancias extraordinarias los tiempos recientes sin que ninguna reforma fiscal los asustara. Todo para ellos, muy poco o nada para los otros (los sectores de trabajadores del país). Esa ecuación imperfecta de por sí, bajo la cual opera la economía del país, se puede volver aún más imperfecta si, de manera eventual, el capital, como amenaza, se retira de ella y muestra así que es en ese terreno, en el económico, y no en el electoral, en donde se dan las batallas verdaderas, como lo supo bien Zedillo cuando tomó el poder y él y nosotros, al día siguiente, nos quedamos bailando con la más fea: el Fobaproa, nuestra deuda eterna.
Esa manera sucia de jugar de los capitales es, sin duda, uno de los dilemas más arduos que les toca resolver a los gobiernos que se inician, quienes, en la mañana, reciben las llamadas sonrientes de felicitación de esos buitres (FMI, BM, Black Rock, Coparmex, CCE, etc.) pero que en la noche, esos mismos buitres sobrevuelan los mercados económicos de su interés e impunemente picotean voraces sobre economías que tienen escasas fuerzas para defenderse.
En verdad, ¿hasta dónde se puede avanzar sin poner en riesgo la estabilidad precaria de la Nación?
*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada