Sergio Gómez Montero*
Dar el salto del triunfo electoral a administrar la vida pública de la Nación es, en realidad, un verdadero salto mortal por las múltiples dificultades que hay que enfrentar a lo largo del camino. Tarea que a veces se realiza con éxito, pese a que –en particular, hoy, en el caso de América Latina, aunque no sólo– las trampas que se encuentran en el camino son múltiples y de muy diversa naturaleza, lo mismo sea que se opte por un régimen blando de transición sedosa (como el actual de México), que por uno que opte por un socialismo más claro y directo (Cuba y Venezuela). En el caso de una u otra de esas opciones el manejo de la administración pública es un verdadero galimatías.
Podría escribirse un tratado al respecto. Pero, reduciendo, véase de manera breve en este artículo el qué está sucediendo hoy en el país para tener sólo una idea vaga y leve de la complejidad de esta materia.
Es decir, en efecto, desde que AMLO triunfa arrasadoramente en las elecciones de 2018 y comienza a gobernar ese mismo año se da cuenta, desde antes, en algo ya señalado: que la tarea de gobernar, en países como el nuestro, se reduce no sólo a ganar legalmente el proceso electoral, sino que una tarea quizá más compleja que la anterior es administrar la vida pública de la Nación, sobre todo si, como él lo hizo desde antes de gobernar formalmente, hay que pactar de manera indistinta con los poderes formales y con los poderes fácticos que operan en la ya denominada vida pública de la Nación, y que para lograr ello hay que hacer concesiones de naturaleza múltiple a ambos poderes para sacar adelante, sin muchos raspones (golpeado en verdad salió Fernández de Argentina y lleno de raspones se la ha llevado Petro de Colombia), dicha vida pública.
Herederos de una administración pública obesa, burocrática (leer a Weber lo que dice sobre la burocracia) y sobre todo corrupta, la transición, así, se vuelve un juego de hits y errores continuos cuya pizarra mantiene a la ciudadanía a la expectativa, y a gran parte de ella indecisa a la hora de votar, propiciando con ello golpes blandos de Estado como el de Perú o el ascenso al poder de gobiernos libertarios/reaccionarios como el de Milei en Argentina (modelo que quiere replicar hoy en México Xóchitl Gálvez con sus arengas de vendedora de huevos).
Quizá, dadas las dificultades (véase hoy lo difícil que ha sido para el gobierno de AMLO sacar adelante el caso de Ayotzinapa, que virtualmente lo tiene en vilo, por la resistencia del ejército, hasta hoy, a despejar el caso), el gobernar el país así se vuelve, quiérase o no, un sube y baja continuo plagado de concesiones hacia un lado y hacia el otro y sin poder definir con claridad cuáles son con claridad los objetivos de gobierno que se persiguen.
Así, si bien, la economía del país hoy marcha viento en popa, ello no es suficiente para garantizar que el panorama electoral de este año, como se cansan de demostrarlo las encuestas, esté ya definido. No, la guerra sucia es tan intensa, con una finalidad bien específica y clara: anular los comicios sea como sea (con la abierta intervención del Poder Judicial de la República), propiciando así un golpe de Estado blando totalmente anticonstitucional y tramposo.
Ese es hoy el complejo panorama político que vive la Nación.
P. D. Retorno al periodismo de opinión para ejercer de nuevo un oficio que, luego de 50 años de ejercerlo, no ha dejado de atraerme. Espero, así, que los lectores de estas líneas consideren que en ellas hay cosas que son de su interés.
*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada