ISEGORÍA: Herencias no deseadas

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Sergio Gómez Montero*
tengo ante los ojos una pared impenetrable
detrás de la cual sólo hay
otros 50 años de trabajo y espera
J. Bignozzi: “El sujeto de la izquierda”

Quizá no sea tiempo ahora para hablar de las herencias, pero, por ejemplo, la violencia está allí, y se pasea galana por plazas y calles de las ciudades del país sin que nadie, hasta hoy, se atreva a ponerle freno real a sus atrevimientos y destemplanzas. Literalmente por todo el país ésa es una realidad que lastima y que, por obvia, nadie se atreve a ponerle nombre en concreto: “los cárteles”, “los forajidos”, los “malosos”, “los maleantes”, así les dicen, según la región de donde uno venga. En todo el país, hoy, la violencia vaga, insumisa, como si fuera una práctica tan común, antes, como ir a misa. Ella, hoy, puede llegar a la puerta de la calle donde vives para ajustarle las cuentas a un vecino que tú nunca supusiste anduviera en malos pasos o al chavo que se las “tronaba” pero nada más. Allí, a unos pasitos de tu casa, de la que ya no sales con confianza, porque, ¿y si te confunden?
Esa, la violencia criminal, que se ha convertido en vecinal en muchas ciudades del país, es hoy una realidad que se pasea oronda por múltiples lugares del territorio nacional y que caracteriza a éste como una zona de inseguridad marcada, en el cual el paseo tranquilo y cotidiano se ha convertido en una actividad cada vez menos practicada por los peligros que conlleva, en particular, aunque no sólo, para los jóvenes, para quienes la noche es un espacio destinado para la diversión y hoy, por lo común, es el ínterin en donde el disfrute sin límite del alcohol o las drogas se han convertido en las monedas de cambio en esas etapas de pleno desbarranque.
La actividad criminal mantiene sus territorios inconmovibles: pago de protección, tráfico de personas (particularmente, aunque no sólo, niñas y adolescentes) y, preponderantemente, venta y tráfico de drogas, sicariato, como actividades más visibles. Aunque, sobre ello, podrían escribirse volúmenes y volúmenes de historias (como ya se han escrito) que llenarían, esas actividades, verdaderas bibliotecas milenarias que en nada pudieran enorgullecer al género humano. Por el contrario, si algo habría que borrar de la historia de ese género humano es precisamente todo lo que tiene que ver con el narcotráfico y la violencia que genera.
Igualmente triste y deleznables son los asesinatos de los defensores de los derechos civiles y periodistas que suceden desde tiempo atrás en el país (Morelos, Colima, Chiapas, Oaxaca, estado de México, Michoacán, Guerrero, Sinaloa, Chihuahua) y que hasta hoy se mantienen impunes sin que la FGR ni la Comisión de los Derechos Humanos hayan logrado frenarlos ni castigarlos y que, por lo tanto, están allí sin castigo, sin que nadie asuma la responsabilidad de perseguir a todos los culpables y castigarlos.
Herencias, pues, que existen y que sin duda van a pesar de aquí a tres años, si es que antes no se hace algo radical para que esas tristes realidades se borren del país.

*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada
gomeboka@yahoo.com.mx

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