Sergio Gómez Montero*
yo no pude escudarme, devolver las palabras
con la misma osadía, sin cuidar mis entrañas
R. Paredes: “Memoria del solo”
En la batalla política del dialogar diario con el otro, uno encuentra todo tipo de dialogantes a los que respeta sea quien sea, por más perversos que sean sus argumentos. Defender las ideas en política es siempre un ejercicio desgastante, pues, primero que nada, requiere de parte de uno no sólo la fortaleza e inteligencia del argumento, sino, al mismo tiempo, la templanza para evitar que predomine el odio o la rabia en contra del oponente, ya que no es por ahí por donde la verdad o certeza de la afirmación logrará imponerse sobre el otro. Sólo la templanza y la tranquilidad logran, al final de cuentas, darles validez a las ideas.
El prolegómeno anterior viene a cuento, a raíz de las campañas políticas que próximamente se iniciarán para disputar los puestos de elección popular del proceso electoral de este año y que, ya desde ahora, están dejando ver cómo es que la disputa se llevará a efecto. Como parte de la estrategia preponderante de guerra sucia a ponerse en práctica, los opositores de la 4T ya desde ahora, como parte de la estrategia mencionada, olvidan la retórica en sus argumentos y centran éstos en el insulto vacuo y ofensivo, sin tomar en consideración para nada, si lo que dicen es cierto o no. Para ellos, lo importante es destilar odio en contra de todo aquello que se identifique con AMLO, aunque por el otro lado, uno de sus paladines, Ricardo Anaya del PAN, no duda, para nada, en copiar burdamente como estrategia de campaña lo que antes hizo precisamente AMLO. De nueva cuenta, no hay argumentos que den cuenta de cuáles son realmente los argumentos políticos que se defienden, a qué interese responden ellos, con qué clase social se identifican, lo cual, de principio, anula cualquier discusión política seria, profunda, pues lo que está en juego pareciera ser, sólo, qué insulto es el que gana, llevando a un nivel de pobreza absoluta la disputa política hoy en juego.
¿Qué finalidad tiene, entonces, rebajar a tal nivel la discusión política que no es tal, sino un simple y sencillo juego de insultos, en donde el que más fuerte y sucio grita, es el que gana? Nada nuevo en esa estrategia de descalificación profunda del quehacer político, al reducirlo a nivel de piso cuando él debiera ser un ejercicio de retórica lleno de lucidez e inteligencia.
¿Qué sentido tiene arrastrarse y ensuciarse a nivel de chiquero para disputar políticamente? Táctica vieja ésa, la verdad, pues ya desde la época de los sofistas en la Grecia clásica se pensaba que así –deturpando al ejercicio político– podía, eventualmente, ganarse una discusión a fin de conquistar el poder público, llevando al extremo de la desesperación a quien era el oponente del sofista en turno, al margen de que ello implicase rebajar a su nivel mínimo el ejercicio de la discusión política. Los magister, en el gimnasio, ilustraban ya sobre tal tipo de tácticas corrompidas de la política y decían que a ellas habría que vencerlas, primero, con el desprecio y, segundo, con la denuncia penal de ser necesario, pues no se debería permitir que se manchase así la vida pública de la sociedad.
¿Cuándo, pues, entonces, entre nosotros, se legislará sobre las guerras sucias en política? Esa tarea, desde luego, no habría que encargársela al INE, pues él es hoy uno de los principales interesados en promover tal tipo de guerras.
*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada
gomeboka@yahoo.com.mx