Sergio Gómez Montero*
el juicio tanto más duro cuanto más liberal,
la sustitución de la razón por la piedad,
la vida como apuesta para perder como señores
P. P. Passolini: “A algunos radicales”
La historia de la vida política reciente, toda, es cosa de dar risa, porque ella, otra vez toda, ha perdido la seriedad de otras épocas. Da risa por su cinismo, por la ramplonería con que ella se conduce indistintamente con las modelos de Putin, las encargadas de la comunicación social de la Casa Blanca o los argüendes de la PGR y el PAN entre nosotros. Ella, pues, uno ya no sabe de qué se trata o de qué escribe cuando trata de ella. Todos caemos en sus juegos sucios, en sus bajezas, en los límites difusos (ecotonos se llaman en biología) de verdad o mentira respecto a corrupciones una y otra vez denunciadas por una Auditoria Superior de la Federación a la que nadie toma en cuenta. ¿Por qué no operan entonces como mancuerna la ASF y la fiscalía anticorrupción? ¿No habrá llegado ya la hora de que así sea?
Podemos, pues, clamar una y mil veces exigiendo hoy que la política adquiera seriedad. Lo haremos en el desierto, porque hoy lo que sí es una mancuerna irrompible es la liga que existe entre política y corrupción, en donde si una no existe, la otra no se concreta, y no, no es que los radicales exijamos un rompimiento total y absoluto con el neoliberalismo, nuestras exigencias se limitan a hacer de la política un ejercicio al servicio del pueblo para que así, poco a poco, la vida pública sea lo más límpida posible, ajena a la corrupción y la injusticia. Una vida diaria del pueblo y para el pueblo, desde abajo y a la izquierda. ¿Tan difícil es eso?
Esa exigencia tan simple se califica hoy como populismo radical, para así, con esos adjetivos, tratar de descalificar aquellas acciones que desconfían en que sólo con la elección será suficiente para cambiar nuestra forma de vida; sobre todo que con ello será suficiente para cortar de tajo la corrupción que tanto daño hace a la salud de la vida diaria, dado que ello reproduce sin límite la injusta distribución de la riqueza, porque ello no conviene al rizoma que sin cesar reproduce al sistema capitalista.
Recuerdo ahora a Bolívar Echeverría y sus primeros años en México, en donde su obsesión por estudiar a Marx y El Capital a partir de la realidad inmediata nos llevaba a analizar esa realidad inmediata y sus meandros y a entender que sólo a partir de allí íbamos a poder concretar el estudio de la cotidianidad para poder entender entonces por qué era necesario cambiar de raíz esa realidad, por qué ya no era posible seguir soportando tanta pobreza, tanta desigualdad, tanta violencia cotidiana, tanta descomposición social.
Hacerlo todo de golpe o irlo haciendo poco a poco. Hacerlo como sea, pero hacerlo. Cambiar, ése es el objetivo.
*Profesor jubilado
gomeboka@yahoo.com.mx