Sergio Gómez Montero*
No me digas tu nombre, ciudad, papiro o mar.
Jamás sabría cómo recobrarte en medio de todo
F. Martins: “A quien sepa el nombre de ella”
Muchos son los ajustes que se producen, o deben producirse, en términos de cambios sociales, cuando un régimen nuevo de gobierno asume la responsabilidad de conducir a un país, más cuando, como hoy en México, se modifican, de manera sustantiva, las bases sobre las cuales se gobierna. Dejar atrás al neoliberalismo, así fuera de una manera suave y sedosa, iba a conmover, sin duda, las relaciones sociales que hasta antes prevalecían. Los cambios generados, a muchos iban a dejar intranquilos por más suaves y sedosos que ellos fueran. Tanto para derecha como para izquierda la transición es un periodo que, sin duda, siempre, causa inquietud. Una inquietud que hay que controlar si no se quiere que el gobierno se salga de cauce, lo cual, en el caso de México, es el objetivo estratégico de quienes están promoviendo desde 2018 el golpe blando en contra del régimen de la 4T.
El país agitado de hoy no es, pues, para nada, una cuestión singular. Por el contrario, basta mencionar a la España posfranquista o a Brasil luego que Lula se hizo del poder, para darnos cuenta de que nada de lo que hoy sucede en México es extraordinario o singular. Dígase, más bien, que la transición es una etapa de café con leche, en donde pareciera que pocos quedan satisfechos con la mezcla y sobre todo los de la derecha buscan con todo tipo de malas artes retornar al pasado inmediato anterior de neoliberalismo a gran escala, y allí es cuando uno –colocado a la izquierda del arcoíris político– se pregunta: ¿hasta dónde se deben de aguantar las intemperancias de una derecha que no cede, que se niega a entender los cambios que se están promoviendo y que son en beneficio de quienes más golpeados fueron por el neoliberalismo que ellos promovieron? ¿Hasta cuándo van a entender esa lección?
Es cierto, pues, la tarea de la transición es soportar, con la paciencia de Job, las injurias e intemperancias de los enemigos de esa transición, mucho más allá de que tengan o no razón con sus críticas. El objetivo es tener paciencia para seguir avanzando por el hilo del equilibrista tendido entre las dos orillas del abismo, sabiendo sólo que uno, el gobernante, no cuenta, para avanzar, sino tan sólo con la barra de equilibrio que le permite ir hacia adelante para no caerse. Por eso, gobernar un país en tales condiciones es una proeza no fácil de llevar a cabo, con todo y los errores que de manera eventual se pudieran cometer.
Los próximos cuatro años para el país no serán sencillos, por más que en éste, como de seguro va a suceder, las votaciones de junio próximo favorezcan a la 4T como ya marcan las tendencias. Aún se tendrá que seguir luchando con ardor para evitar que los afanes de una derecha persistente y audaz siga buscando de manera sucia y blanda desplazar del poder a quienes de forma pacífica, con los votos, lograron instalarse donde están.
La lucha, pues, es una de las características del cambio social, y más que nada de las transiciones pacíficas.
*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada
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