Sergio Gómez Montero*
y dijo que todos éramos libres, yo pedí que a mi viejo
lo soltaran.
Me llevaron y me pegaron todo un día
P. Neruda: “Amador Cea”
Las cosas no cambian de un día para otro. Entre hispanos y estadounidenses hay resistencias y rivalidades desde el XIX para acá. A veces no nos podemos ver. Pero de las palabras a las balas hay un trecho de tiempo que no sólo se acorta, sino que ya no existe desde que Trump asumió la Presidencia de su país y azuzo a racistas y supremacistas blancos a tomar la ofensiva. Su discurso de odio en contra nuestra y los pueblos del sur incrementa cada vez más sus tintes racistas y es una abierta invitación para adoptar todo tipo de medidas en contra de nuestros pueblos. La masacre de El Paso apoya tristemente nuestras afirmaciones. ¿Nada qué hacer frente a esa actitud?
Lo primero, sí, no quedarnos callado ni como gobiernos ni mucho menos como pueblos. Ambos tenemos obligación de dar la lucha. Como gobierno, habría que pensar si no llegó la hora de no seguir consecuentando al gobierno de Trump al facilitarle, como hasta hoy, sus estrategias electorales para reelegirse, sin ponerse a pensar lo grave que sería para nosotros, como pueblo, el que de nueva cuenta un personaje tan negativo y siniestro volviera a ocupar la presidencia del país vecino.
Pero la tarea primordial no es responsabilidad del gobierno de nuestro país. Como toda tarea política, esa responsabilidad recae antes que nada en la población que directamente se ve afectada por las injustas acciones de gobierno de quienes quieren seguir explotando sin miramientos a quienes componen esa fuerza de trabajo –los migrantes–, un sector de población al que pueden explotar, según el punto de vista del gobierno, sin miramientos, pues aparte de imponerles jornadas de trabajo excesivas en términos de tiempo y esfuerzo, lo hacen sin respetar nunca las condiciones de trabajo que, por ley, rigen precisamente el trabajo que nuestros paisanos realizan en el país vecino. Y ese, sin duda, es uno de los dramas del trabajo migrante: sacrificar sus derechos como trabajador, para, según él, preservar su estancia en el país que lo sobreexplota, como sucede con todos los migrantes que son acogidos por países capitalistas en donde supuestamente encuentran refugio.
Esa es hoy una de las contradicciones fundamentales del capitalismo-colonialista: cómo ha venido explotando, desde siglos atrás, a los pueblos a los cuales primero arrebató sus riquezas naturales y hoy, con la migración, sobreexplota brutalmente sin respetar ni tomar en cuenta los derechos al trabajo que esa población tiene ni tampoco los derechos humanos que particularmente el gobierno de Estados Unidos se encarga de pisotear.
Tres, pues, al menos son las poblaciones que, hoy, con todo, se deben oponer a las políticas racistas y supremacistas que afectan a los migrantes. Primero, la población migrante como tal, pues ella es la directamente afectada. Dos, la población que permite que a sus pueblos los gobiernen políticos racistas y supremacistas. Tres, los gobiernos de aquellos países que por cuestiones de pobreza o violencia propiciaron la huida de sus países de origen de la población migrante que hoy malvive en los países de acogida.
Hoy por eso se presenta como urgente derrotar, como dé lugar, la estrategia electoral de Donald Trump para reelegirse como presidente de Estados Unidos, ¿no cree usted?
*Profesor jubilado de la UPN
gomeboka@yahoo.com.mx