Francisco Rodríguez
Con el objetivo de tomar posesión o adueñarse de cualquier sociedad, los gobiernos despóticos y autoritarios lo primero que tocaron fue la puerta de la censura de la prensa en todas sus manifestaciones. Las noches aciagas de las tiranías en nuestro medio repicaron siempre las campanas del silencio, de la complicidad con los matarifes.
En las épocas de la mordaza, del pan y palo contra las libertades en México, podía medio hablarse casi de todo, con excepción de tres cosas: la Virgen de Guadalupe, el Presidente de la República y el Ejército mexicano. Quien lo hacía, ubicaba su cabeza en el dogal y era despedido de las redacciones de inmediato, se convertía automáticamente en un apestado.
Muchas carreras se truncaron por cometer ese desliz –la del escribidor inició hace 40 años, el 17 de mayo de 1977 en la redacción de aquél Heraldo de México.
Entonces, el imperio de las formas, de los modos y maneras se imponía ante lo vertiginoso de los acontecimientos públicos. Los políticos y los informadores se inclinaban ceremoniosamente ante las evidencias. Eran los símbolos del sistema, tan comentados por los escritores de la modernidad.
“La línea” juega un papel preponderante en la sociedad
Los representantes culturales de la teoría de los objetos siempre opinaron en el mismo sentido: ofrecer “visiones” del mundo, destacar valores, normalizar comportamientos y actitudes, todo esto entre comillas. Tenía aquello efectos inmediatos en todo el sistema social y cultural. Homologaban los gustos, las aficiones, los placeres, y hasta trataban de crear ideologías monocordes.
Es notable, decía Jean Baudrillard, en El sistema de los objetos, el papel macro-ideológico que globalmente juega “la línea” en la sociedad actual. “Es una evidencia que las imágenes y discursos generados por ella, inundan las calles, las casas, la cultura societaria, permean el pensamiento y distorsionan las aspiraciones del individuo”.
En las sociedades industrializadas la manipulación del pensamiento sigue siendo una pesada realidad. Los obreros y empleados gabachos de la basura blanca lo acaban de ejemplificas con el gazapo monumental e histórico de haber empoderado a un enfermo mental como Presidente de los Estados Unidos.
Haya demostrado aún o no su enfermedad neurológica, Donald Trump, el hecho es que el mundo vive angustiado frente a sus ocurrencias desquiciadas, ridiculizando constantemente sus intentos despóticos fallidos, y viviendo al interior del ex Imperio en el seno de una sociedad irremediablemente dividida en dos, la de sensatos y la de los envenenados. Todos por igual, culpables de lo sucedido.
Lucha por la libertad de prensa: el suicidio del Estado represor
Lo paradójico es que el triunfo del enfermo Orange Trump no se basó en el uso de la censura, sino en el abuso de las libertades para conseguir, a golpe de repetirlo, el fracaso de lo políticamente correcto, y para respaldar la ocurrencia, la promesa sin fundamento, el dislate inconexo, la persecución de las franjas poblacionales que han hecho de ese país un exitoso granero para su sobrevivencia alimentaria.
En nuestro país, la lucha por abrir los espacios de la libertad de prensa, corrió al mismo tiempo que el suicidio del Estado, con base en dos ayudantes decisivos: el desmantelamiento salinista de sus bases efectivas, y la corrupción increíblemente desarrollada por los peñanietistas, que acabaron con todo pudor, con cualquier rastro institucional, con el arrase de todos los símbolos imaginables.
El Ejército, en uno de los niveles más penosos de su historia
Hoy en día, que ya no queda piedra sobre piedra de aquella construcción política de emblemas y respetos, es muy fácil criticar a quien se excede, porque son casi todos, forman legiones. La Presidencia priísta, antes catalogada infalible y necesaria como el último árbitro en las conciliaciones y decisiones, hoy es un pesado fardo, más pesado que cargar un cuñado en brazos.
Emblemático, el Ejército mexicano ha caído a uno de los niveles más penosos de su historia. No es posible respetarlo, porque a diario enseña sus fauces en las calles y en el campo. Se ha convertido en una maquinaria de asesinatos salvajes, igual a la que han echado a andar aquéllos a quienes dicen combatir.
Se ha convertido en la caravana de acompañamiento por los caminos y atajos de la patria de los capos del narcotráfico. Cuanto más salvajes, más protegidos. Y cuando los gobernantes cambian de cartel favorito, los soldados quedan en medio, a fuego cruzado entre dos bandos a quienes han servido por igual.
El Ejército está para matar, su poder “es el poder de matar”
Cuando cometen los destrozos civiles, los soldados reciben la furia de la CNDH y de la propia madre Sedena, porque no pudieron interpretar el cambio de los vientos. Cuando ganan los narcotraficantes, los soldados son tachados de ineficientes y derrochadores, inhábiles para la seguridad. Los altos mandos siempre permanecen impertérritos, eso sí.
Del defensor de la soberanía y del auxiliar en casos de desastre ya no queda un solo pelo. El Ejército está para matar, conjugar el verbo prohibido, aquella ultima ratio que André Malraux, el viejo león de la guerra, invocaba cuando estaba arrinconado y no podía sobrevivir a la lluvia de preguntas de sus alumnos en La Sorbona: “el poder, decía, es el poder de matar”. Punto redondo.
Zetas y verdes son lo mismo. Migraron del Ejército al crimen
El Ejército, sacado de sus cuarteles, según el beodo Felipe de Jesús Calderón Hinojosa “para que la droga no llegue a nuestros hijos” y detener el crecimiento del narcotráfico, derrotado en todos sus flancos por éste, hoy se encuentra a sus anchas en la calle, sus elementos artillados son el ejemplo de lo equivocado, el símbolo mayor de la represión y el desatino.
La saña de los criminales Zetas, descuartizadores y ejecutores de la población civil, a la que torturan y degüellan en descampado, es exactamente igual a la que utilizan los elementos de tropa para disparar a quemarropa y a la cabeza de cualquier ciudadano que sirva para justificar su chuleta. Y es que Zetas y verdes son lo mismo. Los actuales narcos migraron del Ejército para consolidar los carteles.
La corrupción atracomulca lo ha contaminado de cuajo
No es cierto que el Ejército combata al narcotráfico, ni a los huachicoleros, ni es cierto que sea el sostén de la seguridad interior, ni vela por la seguridad de las propiedades, ni por el estricto cumplimiento a las libertades. Es todo eso, pero al revés. La corrupción galopante instaurada por el régimen toluquita lo ha contaminado de cuajo, lo ha arrinconado a servir a los poderosos del trasiego, cómplices de los gobernantes.
Cuánto tienes, cuánto vales, es la consigna del aparato. Lo mismo aplica para civiles, marinos y verdes uniformados. Para las cien mil raleas que sufren sus extorsiones, secuestros, chantajes, cobros de piso, abusos, vejaciones, complejos mentales, balandronadas de borrachos y entorchados. Debilidad de los mandos, inmiscuidos en lo íncubo.
Los negocios miliunochescos de los familiares de Cienfuegos
Los destacamentos militares en las comandancias regionales de Puebla, Reynosa y Culiacán, están que hierven de indignación, contra sus altos mandos. El nonato INAI reveló en días pasados una orden de investigación para que se detallen todas las construcciones, fortines, cuarteles, escuelas y hospitales concesionadas a su yerno por el mismísimo General Secretario, Salvador Cienfuegos. ¿Será que el mundo se va a acabar?
Siguiendo la misma ruta, los mandos medios, la oficialidad del Ejército han convenido en dar a conocer los ubérrimos negocios de su esposa, la misma hija del General Cienfuegos, la exitosa y eficiente Directora de Ventas de Comex, a quien le adjudican todas las rutas de distribución de las pinturas en los establecimientos, caseríos, instalaciones e infraestructura militar. Un negocio realmente miliunochesco.
Por así convenir a los intereses de hijas y yernos, Salvador Cienfuegos, antes jefe de compras de la Sedena, supo lo oportuno que era cerrar la fábrica de pintura del Ejército, dependiente de la Industria Militar y bajo supervisión de Inteligencia del Estado Mayor. Una vergüenza insuperable. Lo hizo. Dejó sin empleo a decenas de mexicanos para engrosar los bolsillos de la hija y su hubbie o maridito.
Con todas esas maromas, más los moches que tiene que salpicar p’arriba el General, ¿quién puede tener respeto a la Institución castrense? Si el entorchado mayor y su ambiciosa familia es la comidilla en los restaurantes, casinos, clubes sociales, centros de reunión, escuelas de guerra y lo que usted guste.
Negados a la prevención, disuasión, uso prudente de la fuerza…
Mientras, los militares a su mando siguen protegiendo narcos, asesinando pueblo abierto, tildándolo de ladrón de gasolinas, ejecutando a mansalva a los irredentos, solapando a los del “entre”, solidarizándose con gobernadores rateros, amenazando a quienes lo único que quieren es manifestar libremente sus ideas.
Para ellos queda claro: su idea del poder es la del poder de matar. Nadie les ha dado jamás una pequeña plática sobre seguridad preventiva, disuasión, uso prudente de fuerza, armamento ligero para la población civil, investigación criminal, diálogos de negociación, y un largo etcétera, lista de materias esenciales para la seguridad pública y nacional.
¿Usted qué haría?, pregunta el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas –según la Constitución–, muerto de miedo y cobrando su bono de “seguridad”, refugiado bajo los faldones del militar Estado Mayor.
Índice Flamígero: Con un abrazo fraternal al calce –que hago recíproco– escribe el buen amigo chiapaneco Enrique Esquinca: “Un periodista quisquilloso como tú, que no le teme ‘rascarle los güevos al tigre’ y porque la información que exhibes la tienes apuntalada con pelos y señales, siempre serás una piedra en el zapato de los bandidos del gobierno y afuera de él. No existe otro periodista de tu calibre, pero no está por demás pedirte que te cuides, dado los últimos acontecimientos a tus colegas periodistas. Me solidarizo con todos los periodistas como tú, que enarbolan como un ideal, la bandera de la libertad de decir la verdad y por el ejemplo que les legó Francisco Zarco.” Gracias. Me cuido, aunque ya me siento más seguro tras escuchar las medidas que ayer anunciara EPN. + + + Siempre me pareció que el empresario Alejandro Martí jugaba un papel sospechoso en su aparente lucha contra la delincuencia. Lo confirmo ahora que leo que, como “presidente de la organización México SOS, afirmó que está dispuesto a defender al militar acusado de matar a un civil en los enfrentamientos en Palmarito, Puebla. ‘Estoy dispuesto a defender al soldado que presuntamente dio el tiro de gracia a un ‘civil’ en los enfrentamientos del Palmarito, Puebla’, indicó en Twitter. Asimismo, informó que Alejandro Robledo Carretero encabezará la defensa de este militar y calificó como injusta su acusación. A través de un video de los hechos se aprecia cuando un elemento del Ejército disparó en contra de un civil sometido, el pasado tres de mayo luego de agresiones de huachicoleros. Mandos de la Sedena han señalado que el soldado actuó por iniciativa propia y no por instrucciones superiores.” ¿Ojo por ojo y diente por diente, señor Martí? ¿Quiere que regresemos a la ley del más fuerte? ¿La de la selva?
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