Francisco Rodríguez
La socióloga Susan Sontag actualizó los estudios sobre el modo social Camp. La seriedad fallida en la política. Esa costumbre de sacralizar como serias aquellas conductas que en esencia son chuscas. Aunque no toda la seriedad puede ser considerada como Camp, sólo aquélla que tiene la mezcla perfecta de exageración o que quiere imponer lo trivial sobre lo importante.
El Camp revela una sociedad enferma de seriedad fallida. En México, desde que se sacralizó la relación entre el poder y los falsos intelectuales se tornó casi epidémica. El gobierno empezó a tratar a los personeros de lo engolado, como reales portadores de las soluciones que siempre esperábamos… y no llegaron.
En efecto, los intelectuales tenían que estar muy cerca del poder para definir líneas y parámetros de objetividad. Gramsci, Togliatti, Malraux fueron intelectuales serios. Pero aquí en el rancho grande se exageró el tratamiento y las prebendas hacia sujetos de una ideología pobre, casi de huarache, que sorprendieron por su soberbia.
Algunos periodistas, que empezaron a presumir de ser los más sesudos y confiables, algunos profesores de medio pelo que se ostentaban como poseedores de la verdad tomaron por asalto este cotarrro, privilegiados por políticos desprovistos de conocimientos y prendas efectivas para gobernar con lucidez y sin engaños.
Los casos recientes muestran ejemplarmente los abusos a los que llegaron. El presupuesto famélico fue dedicado a cantar sus loas. Los micrófonos, diarios, revistas y foros televisivos de supuesto análisis político se atiborraron de sus zarandajas. Tomaron por asalto una plaza que no ofreció resistencia.
Los glorificó el neoliberalismo
Los intelectuales de huarache, acompañados en esta aventura por periodistas ignorantes y ambiciosos, impusieron sus estilos Camp. Miles de millones de nuestros bolsillos fueron dedicados a satisfacer sus caprichos. Modos de vida ostentosos, igualas exageradas, el mundo al revés.
Honores inmerecidos, gastos pagados por publirrelacionistas que llevaban también su comisión en los estipendios. Jauja para indolentes.
Grupitos y catervas de descastados que opinaban de todo y de nada. El neoliberalismo los glorificó porque en esencia eran gusanos de la misma guayaba. Pontificaban sobre las bondades del entreguismo rampante. Jamás mencionaron en público las palabras corrupción, crímenes organizados desde el poder, analfabetismo, miseria y todas esas cosas que ofendían el buen gusto de los gobernantes.
Fue una mezcla de frivolidad, poses, voces engoladas, posturas de culiempinamiento, procacidades sociales y abyecciones de todo tipo. Quienes querían figurar tenían que pasar por esas básculas. Si no lo hacían quedaban confinados a la oscuridad, a la falta de reflectores para resplandecer.
Ya nada resuelven los embutes
El verdadero problema de la prensa vendida es que hay cosas que ya no pueden resolverse ni con embutes. El hastío y la desconfianza hacia quienes han abusado de la opinión pública ha llegado a un umbral difícil de traducir para quienes piden el apoyo de la conciencia nacional. Por ahí definitivamente no es.
Los sobrevalorados héroes de la información forman una llaga purulenta, representan un impacto tumefacto a la cabeza. Y es que cada vez que son galardonados por cofradías de elogios mutuos no tocan los problemas reales de la sociedad.
Jamás se les oyó criticar en directo los enormes vacíos de legalidad, los rastros del crimen colectivo, la usurpación del poder, la rapiña de los gobiernícolas. Sólo prosas blandengues, música para las orejas de los poderosos, porque jamás se refirieron uno y otro a las grandes ofensas del narcotráfico institucional…
… a la especulación financiera, al destino de la riqueza colectiva, a la explotación irracional del petróleo, a las subastas de la soberanía nacional en los renglones estratégicos. Fueron los dioses del Olimpo en este rancho grandote. Y era lógico: una casta de ignorantes en el poder…
… no podía tener sino a una manada de abanderados intelecuales y supuestos líderes de opinión que se han ganado a pulso la desconfianza, el hartazgo y la repulsa de casi toda la sociedad, o su inmensa mayoría, por decir lo menos.
Falta una contraloría horizontal
Para su desgracia, ha llegado la hora de hacer una revisión de ésos cuya fortuna no es explicable a la luz de algún trabajo real. ¿Qué hemos hecho los mexicanos para tener que cargar sobre nuestras espaldas a estos héroes civiles?
¿Hasta qué nivel de impudicia y desvergüenza están dispuestos a llegar estos sujetos que han abusado de la condición miserable y de la indefensión ciudadana, protegidos por la falta de una contraloría horizontal, ciudadana, que rescate un poco de nuestra dignidad pisoteada?
Exhibirlos es lo de menos, ¿no cree usted?
Índice Flamígero: Y sí, el escribidor aparece en la lista que, todo indica, fue elaborada al troche y moche por funcionarios y empleados de la Dirección General de Comunicación Social de la Presidencia de la República. Junto con los de otros cinco colegas encuentro mi nombre en el lugar 34 de la lista filtrada al diario Reforma, en un grupo atribuido a la empresa Commercial Media Bizcom, S.A. de C.V. La suma que aparece en el extremo derecho es de 37 millones 691 mil 466 pesos… de los cuales a la empresa que publica el portal Índice Político corresponden 60 mil pesos, de un contrato –el único en todo el sexenio anterior– firmado con la Dirección General de Comunicación Social de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes para la publicación, durante tres meses, de anuncios publicitarios. A la firma de tal contrato, además, se entregó una fianza de cumplimiento por 10 mil pesos y la empresa intermediaria cobró su comisión correspondiente de 15% del monto pagado. Por tal contrato se enteraron al SAT los impuestos correspondientes. Valga señalar que dicha publicidad no fue a cambio de que “no le pegara” al titular de la SCT, Gerardo Ruin Estranza, quien siempre ha sido blanco de críticas por su desempeño y señalada corrupción en ese y en otros cargos públicos anteriores. + + + La cuestión del financiamiento de los medios de comunicación es una preocupación central hoy para la subsistencia de los mismos. Esta tiene particular repercusión en los medios con fuerte contenido periodístico hacia lo público por el impacto que tiene sobre el sistema político. Un caso tradicional por ser excepción es el de Francia, donde los medios informativos, en particular los diarios sobre papel, siguen recibiendo fuertes subsidios por parte del Estado. Estos subsidios han sido fuertemente cuestionados tanto por la extrema derecha, representada por Marine Le Pen del Front National y por la izquierda radical de de Edwy Plenel, director del portal de investigación Mediapart. La derecha acusa al Estado de favorecer a medios y periodistas de izquierda. Desde el otro extremo del espectro político se cuestiona que el Estado subsidie a medios ya bajo control de grandes conglomerados empresariales: Le Figaro está controlado por el magnate de la industria de armamentos Serge Dassault; Libération es propiedad del empresario de telecomunicaciones Patrick Drahi; el grupo de telecomunicaciones Iliad tiene participación en el diario Le Monde. La auditoria del estado francés, Cour des Comptes, en un informe de 2013 consideró que el sistema de subsidios es “opaco”. El caso francés sigue estando como posibilidad para algunos países europeos que ven con preocupación el futuro de los medios tradicionales y el periodismo de impacto público. + + + El colega Guillermo Fárber me hace llegar una novedad literaria en los Estados Unidos: Unfreedom of the press, del periodista Mark R. Levin –conductor de Fox News y de programas radiofónicos– que, señala su publicidad “La falta de libertad de la prensa no es solo otro libro sobre el periodismo. Levin muestra cómo los encargados de informar hoy están destruyendo la libertad de prensa desde dentro: ‘no es la opresión o la represión del gobierno’, escribe, pero sí la autocensura, el pensamiento grupal, el sesgo por omisión y el rechazo de la opinión de los demás, la propaganda, los sucesos inventados, y las mentiras descaradas como noticia. Con la profundidad del trasfondo histórico por el que sus libros son famosos, Levin lleva al lector a un viaje a través de la prensa patriota estadounidense, que promovió con orgullo los principios establecidos en la Declaración de Independencia y la Constitución, seguidos por las primeras décadas de la República durante la cual los periódicos de todo el joven país eran abiertos y transparentes acerca de su feroz lealtad a uno u otro partido político. Fue solo a comienzos de la Era Progresista y el siglo XX cuando surgió la supuesta ‘objetividad de la prensa’, dejándonos donde estamos hoy: con una prensa partidista partidaria alineada con una ideología política pero hipócritamente comprometida en una falsedad masiva en cuanto a su naturaleza real.”
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