Francisco Rodríguez
La irrupción brusca de Morena en el panorama nacional no puede atribuirse a un simple desencanto, tampoco al desencuentro entre la población y los candidatos de otros partidos en el pandero, o al ejercicio de algunas triquiñuelas de costumbre para imponer ungidos de cartón; menos se debe al simple hecho de derrotar al grande.
No representa tampoco la respuesta inmediata a un Ejecutivo ñoño o a una banda delincuencial en el poder, ni la simple reprobación de un sistema de partidos políticos al canto, ni una postura pasajera de oposición al que parte el bacalao. Vamos, posiblemente ni el enfrentamiento a un ejercicio político basado en la complicidad con la delincuencia organizada.
El tsunami que viene no es una moda para definir el principio del fin de un aparato clasista de poder, aunque estén cayendo una a una casi todas las posiciones en el tablero electoral, esto no es el final anunciado. Pero lo que sí puede ser, es el fin del principio. Se parece a la batalla del Alamein, cuando Montgomery derrotó a Rommel en África. Antes de ahí, los aliados no habían obtenido una sola victoria; después de ahí, no tuvieron una sola derrota.
La ola de Morena, casi de un kilómetro de altura, es incontenible
Hasta antes de las elecciones intermedias del 2015, Morena no había despegado en el panorama electoral. A partir de ahí, el crecimiento no sólo ha sido exponencial, sino que ha sido profundo. Crece constante, horizontal y verticalmente en las preferencias de una población agobiada y expectante.
La ola de Morena, casi de un kilómetro de altura, es incontenible aún con los procedimientos, artilugios y el equipamiento de los demás partidos para tratar de detenerla. Se ha convertido en la manifestación más clara de la desesperación, en la vanguardia de la embestida contra un régimen corrupto y simplemente descompuesto.
Seamos objetivos. Tampoco puede descargarse en un puñado de gente el realizar una limpia total de la injusticia. No se trata de dioses del Olimpo, son simples mortales, aquejados de vacilaciones y deficiencias. Eso debe quedar claro. La revolución de las expectativas no debe convertirse en el cataclismo de las frustraciones. Ya ha sido demasiado.
El pueblo en su inmensa mayoría, decidido a lanzarse a un cambio
Quizá el triunfo electoral de Morena en la elección presidencial , como lo indican todas las mediciones y proyecciones, no sea decisivo para poder atacar de fondo todas las asignaturas pendientes del aparato político, económico, social y cultural. Quizá estemos esperando demasiado de alguien que pueda ser el enviado providencial.
Quizá las expectativas sean inalcanzables por un solo grupo de mexicanos. Quizá el tamaño de la corrupción institucional, como la llama Meade, y los alcances estructurales de la miseria y el hambre no puedan ser abatidos en un solo sexenio. Es una lucha descomunal y un empeño que puede antojarse irrealizable.
Sí. Todo eso es cierto. Pero lo que no admite duda es que el pueblo en su inmensa mayoría está hoy más que nunca dispuesto a dar la batalla para alcanzar las metas, decidido a lanzarse a un cambio ineludible e indeclinable. En todas partes expresa con sus opiniones y con su asistencia a las convocatorias de Morena su voluntad de emprender el vuelo.
El sarao de Salinas de Gortari, fotografía del final de ciclo
Y es que ha llegado al tope de la indignación, a comprender que no se puede seguir por este camino de falsedad y rebatiñas, de engaños y frustraciones, de empoderamiento de improvisados que han hecho trizas al país, en la búsqueda de un confort personal inaguantable. El príato está herido de muerte, y no reacciona.
Y al que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe, dice el refrán popular. El retrato imprescindible de la descomposición del régimen, la fotografía del final del ciclo, bien puede ser la reunión en el sarao salinista del festejo del septuagésimo aniversario del caudillo pelón para celebrar los acuerdos y las complicidades contra México.
Estaban todos en el palacete del desmantelador, en más que una fiesta, una reunión de conspiradores que no quieren dejar el hueso, ni el mangoneo del desastre. Los titulares de los tres poderes federales. Secretarios del Despacho del peñato, líderes truculentos del aparato, negociantes de la miseria, empresarios favoritos del régimen, sanguijuelas de toda calaña en el enjuague.
La confirmación de todos los maridajes y de todas las historias que en los últimos cuarenta años le partieron la madre al país. El boato y a riqueza lograda a base de traiciones a la Constitución, de represiones y asesinatos a los inconformes, del arrase de tierra a campo abierto.
Infames y cínicos que han destruido la paciencia y la democracia.
En los jardines de la mansión de Salinas estaban peñistas, calderonistas, foxistas, zedillistas y hasta salinistas festejando los triunfos en campaña, cambiando impresiones sobre la mejor manera de asaltar las urnas en base a componendas y trafiques electrónicos y digitales antes, durante y después de la elección. Una pléyade de infames y cínicos que han destruido la paciencia y la democracia.
Todos, rindiéndole culto al infame que inauguró los grandes fraudes electorales de todos los tiempos. Al que ungieron las complicidades y los entreguismos como el salvador nacional. Un triste y mediocre personaje que retrata las abulias, incompetencias y desaseos del aparato público.
Ahí estaban, exhibiendo impúdicamente sus ropajes de tragedia, sus estentóreas carcajadas de chacales, todos los responsables y los agraciados de la tómbola nacional sobre el patrimonio público. Desde los favorecidos con las obras faraónicas y altamente redituables del tren bala, del nuevo aeropuerto galáctico, del cobro de casetas carreteras…
… hasta los nuevos concesionarios de la riqueza petrolera, rematada en subastas sin licitaciones ni pujas, los auténticos propietarios de esas extensiones territoriales que todavía llamamos estados, los dueños de todos los entrambuliques financieros del sistema, apegados a las órdenes gabachas.
Festejaban el logro de sus ambiciones sobre la necesidad del cambio
Ahí estaban los beneficiarios del huachicoleo, los dueños de la prensa infame impresa y radioeléctrica, los concesionarios de las apuestas, bingos, hipódromos y casas de juego, autorizados para ingresar sin tope todo el dinero circulante del mundo a sus expensas. Una fotografía instantánea de la desgracia y la imprudencia.
Basta ver el escenario para deducir todo lo demás. No es preciso ser Sherlock Holmes para darse cuenta de lo que se representaba en esta escenografía: el triunfo de la traición sobre la esperanza. Del boato sobre las urgencias de la patria. Festejaban el logro de sus ambiciones sobre la necesidad del cambio.
Ahí estaban los que se han pasado los últimos cincuenta años ufanándose de “controlar las fuerzas del mercado”, de “sujetar las variables macroeconómicas”, de predecir y calcular los “porcentajes de crecimiento de los productos internos brutos”, los que siempre fallan y son premiados. Los responsables de presentarle las cuentas al patrón del otro lado.
Viendo esas alharacas, ¿quién no está a favor del cambio?
Rodeando a Carlos Salinas de Gortari estaban, también, los poseídos de ignorancia, mendacidad y corrupción supina, cuyos discursos giran alrededor de “propiciar la afluencia del capital externo para el desarrollo”, los primeros adelantados en las concesiones y favores del Estado para sus empresas particulares. Los que no sirven para nada y son muy buenos para todo.
Los que se burlan de cualquier intento, los que creen que llegaron para quedarse, a costa de lo que sea. Los que han descompuesto todas las variables, índices y registros de la supervivencia nacional. Los que levantaron el santo y las limosnas. Los que piden a gritos el castigo y la patada en el trasero.
Viendo esas alharacas, ¿quién no está a favor del cambio?
Índice Flamígero: El gris gobernador de Sinaloa, Quirino Ordaz, sólo se hace notar porque es el encargado de acarrear los mariscos a cuanta fiesta, reunión, tertulia político – erótica – musical hay en el cotarro. Continúa así con la tradición impuesta por su antecesor Malova, quien también surtía de delicias del mar los banquetes y bacanales de los picudos. + + + A José Antonio Meade le da por ir a contracorriente, como hacen los salmones. Si el sentir popular mayoritario es que la guerra contra el narco iniciada por Calderón y seguida por EPN es un fracaso y debe terminar por la enorme cantidad de sangre derramada, él sale al ruedo a decir que –en el remoto e improbable caso de que gane las elecciones o de que caiga un rayo dos veces en el mismo lugar– él la continuará. Si la inmensa mayoría de los mexicanos está en desacuerdo con las pensiones a los ex presidentes, sobre todo por las raquíticas, ni de subsistencia, que reciben los jubilados del país, Meade se pronuncia a favor de que continúen. No va a ganar no porque no pueda –fraude electoral de por medio–, no va a ganar porque no quiere ganar. + + + Y justo cuando el candidato presidencial del PRI dice en Veracruz que su sexenio sería el de mayor apoyo al campo, salen a relucir las corruptelas y raterías en Sagarpa, cuando el titular fue Pepe Calzada. + + + ¿Y al aniversario luctuoso de Emiliano Zapata, hoy, en Morelos, sí va a asistir Peña Nieto? ¿O nada más va a fiestas nocturnas?
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