FRANCISCO RODRÍGUEZ
Sheinbaum, guerrillera. ¿Contra la militarización?
¿Qué hará la “hija del 68”? ¿La ex guerrillera del M-19 colombiano?
¿Ahora que ya es Presidente de la República, dará reversa a la militarización de la seguridad pública y del país?
¿Para ser congruente con su biografía?
Habrá que ver, pero mientras hay que recordar de donde proviene su afinidad con los asesinados y los prisioneros del Movimiento Estudiantil de 1968:
“Siempre lo he dicho, soy hija del 68. Soy de una generación que creció con el valor de la justicia y la honestidad. No les voy a fallar.”
Así, textual, el último 30 de abril Claudia Sheinbaum –exparticipante en la guerrilla colombiana M-19, como reveló Gustavo Petro– subió un post a X para comentar un videoclip de Consuelo Valle, hermana del ya desaparecido Eduardo, conocido como El Búho.
Consuelo recordaba que cuando su hermano estaba preso en Lecumberri ello lo visitó y coincidió con Annie Pardo y sus hijos Claudia y Julio Sheinbaum quienes visitaban a otro de los liderazgos del Movimiento, otro prisionero, Raúl Álvarez Garín.
Hoy se conmemoran 56 años de la masacre de Tlatelolco. Y esa “hija del 68” que tomó posesión de la Presidencia de la República está obligada a ser congruente en cuanto a su relación con el creciente poderío de la Secretaría de la Defensa Nacional, entre cuyos elementos se encontraban los francotiradores que a mansalva asesinaron a decenas de jóvenes, niños incluso, y cuyas mazmorras fueron empleadas para mantener presos e incomunicados a muchos estudiantes más.
Aquel fue un movimiento de resistencia estudiantil popular ahogado por una masacre militar ideada por la CIA, ordenada por Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, ejecutada con odio y saña en los separos de Lecumberri, en los campos de Sotelo y en todos los sitios donde alguna voz se alzó contra la opresión y la injusticia del gorilato.
Entonces resonaron las voces que anunciaban una verdadera transformación política y social del país, muy lejana a la que dicen llevar a cabo los cabecillas y ciegos seguidores de la 4T.
“Para la libertad sangro, lucho, pervivo. Para la libertad mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos”, había profetizado el enorme español Miguel Hernández, poeta de los subyugados.
Y así fue como desde la salvaje intromisión de las Fuerzas Armadas que destrozaron a bazucazos la puerta principal de la Escuela Nacional Preparatoria –que causó la indignación general– comandada por el Jefe del Estado Mayor diazordacista Luis Gutiérrez Oropeza, se formó una turbulencia universitaria que fue incontenible.
El ominosamente famoso Batallón Olimpia, tristemente célebre por todas las matanzas y atropellos civiles, preparado por el cuico entorchado y alentado por la ambición enfermiza de Echeverría, quien era el secretario de Gobernación, provocó la mayor revuelta de los últimos tiempos, parteaguas de una Nación cuyos bordes fueron dinamitados.
La represión, encargada a LEA porque sería el ungido
Un Presidente como Díaz Ordaz, desbocado, afectado en sus capacidades mentales por el maltrato infantil sufrido en la casa grande de la familia Bolaños Cacho en Oaxaca, donde sirvió de criado, un hombre menor, absolutamente acomplejado por su apariencia física, tenía que reventar en las horas aciagas de México… y todo se le fue de las manos.
Alcanzó a ofrecer, en un discurso hipócrita desde Guadalajara, su mano ensangrentada para conciliar, y atizó la hoguera de una inconformidad justificada por la cerrazón política y una represión inusitada que se fermentaba al interior de las castas conservadoras del régimen. En ese ambiente emergió la disputa por la candidatura presidencial priísta para la elección de 1970.
Díaz Ordaz, un tinterillo formado por el desprecio al ser humano en las cavernas de Maximino Ávila Camacho, desarrolló una ferocidad mayúscula, producto del maltrato y la intolerancia, así como una sed de venganza incubada por la frustración y la obediencia ciega a sus verdugos de la adolescencia, que sólo conocían el chiquero de la fajina y la sumisión de las tropas.
Desde que ordenó la comparecencia televisiva del 28 de julio en el noticiero nocturno de Telesistema Mexicano –lo que hoy es Televisa–, al que acudieron Echeverria, Alfonso Corona del Rosal y Emilio Martínez Manautou, todo el mundo se dio cuenta de que los dados estaban cargados. No habría para dónde hacerse: la represión la dirigiría Echeverria, y los demás serían obedientes al elegido.
Soldados marihuanos aplastaron a los manifestantes
Divididos en sus preferencias, los altos mandos castrenses se plegaron a las instrucciones diazordacistas. Algunos intuían que el médico personal de los Díaz Borja, Martínez Manautou, que curaba las heridas psicológicas de la primera dama, Guadalupe Borja, sería el preferido. Algunos otros, que Corona del Rosal, viejo militar del régimen era el indicado. Los más astutos, y finalmente sanguinarios, se empinaron ante el esquizoide Echeverria.
Y atinaron. Las órdenes salidas de Gobernación fueron precisas: acallar por todos los medios una protesta civil que podría trastocar sus aspiraciones presidenciales. Usar la bayoneta calada en todo momento, como pasó la noche del 27 de agosto en el Zócalo capitalino, donde tanques y soldados marihuanos aplastaron a los manifestantes a la sombra de la medianoche.
De ahí en adelante cayó la noche sobre los campamentos de la resistencia estudiantil. No dejaron ni el pasto. Invadieron Ciudad Universitaria los camiones militares para levantar a todos, maestros y estudiantes que hacían guardia forzada para impedir el avasallamiento. Nadie olvidará la brava resistencia de los politécnicos en el Casco de Santo Tomás para impedir el paso de los jenízaros del régimen, a fuerza de balas y valor.
Ríos de sangre abonaron el nacimiento de la conciencia política
La razzia militar en Tlatelolco, unos días después, manchó para siempre la vesania del sistema. Levantados, masacrados y ejecutados, testimoniaron la famosa foto periodística en la que aparece en la madrugada la Plaza de las Tres Culturas, regada de zapatos sin dueño y de sangre inocente, cuyo único delito era pedir la libertad de los presos políticos y el cese a la infame represión militar y policíaca.
“Di por qué, dime Gustavo, di por qué eres cobarde, di por qué no tienes madre… dime Gustavo por qué”, coreaban cientos de miles en las ordenadas manifestaciones en las calles, hiriendo irremediablemente el orgullo paranoico del mandatario, aplaudidos ellos por la incipiente clase media desde banquetas y ventanas familiares.
Mientras, cientos de compañeros de clase eran torturados, despedazados y ejecutados en las bartolinas del régimen. Ríos de sangre que abonaron el nacimiento de la conciencia y el repudio general a un sistema erigido y solventado únicamente con la fuerza de los fusiles.
Los centuriones entorchados ejecutaron con precisión la matanza y las cacerías por todo el país de aquéllos que hubieran tenido el arrojo de enfrentarse al salvajismo y la humillación del binomio Díaz Ordaz- Echeverria, ambos agentes Litempo de la CIA, furibundos anticomunistas que veían sus fantasmas hasta en la sopa. Burócratas habilitados como gerifaltes por un priísmo obsecuente y agachado.
Desde 1968 el sistema político está inoculado de genocidio
Muchas de las órdenes obedecían a los dictados emitidos desde la embajada gabacha en Paseo de la Reforma. Eran inconfundibles. Y ellos estaban al servicio del Imperio si querían permanecer en el poder. Fulton Freeman, el mensajero, había ofrecido el golpe de Estado y el mando al fiel Marcelino García Barragán, quien no quiso o no pudo ejecutar esas órdenes, sólo el tiempo lo revelará.
Desde 1968 el sistema está inoculado de genocidio. Desde entonces, en todos sus estertores y momentos de agonía, ante la amenaza del clamor y de la resistencia popular, recurre a la puerta falsa del militarismo para calmar sus angustias y los obstáculos a sus bajas ambiciones. Está metido en las entrañas de su ADN, forma parte de su salvaje concepto de estabilidad y de sus remedios contra la miseria.
Militarización para eternizar la represión y la injusticia
Es irrebatible. Los nuevos Díaz Ordaz y Echeverria, reencarnados en Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum, decidieron militarizar a la Guardia Nacional y, con ello, a la seguridad pública.
No hay manera de que razonen y actúen diferente. La prueba irrecusable de ello es la aprobación de la reforma constitucional que pareciera haber sido confeccionada en las cavernas del Comando Norte, en el Pentágono y el Departamento de Estado gabacho para eternizar la represión, la continuidad y la injusticia, pésele a quien sea.
No necesitaron un Videla argentino ni un Pinochet chileno. AMLO y CSP les hicieron la tarea de que México, en los hechos, ya tenga un gobierno militar.
Los que vivimos el México en blanco y negro de 1968 y las posteriores represiones, alentadas por las manos negras de los poderosos y por las complicidades evidentes y comprobadas con los carteles del narcotráfico, ya vimos esa película, en todos sus tonos. No queremos que se repitan las historias más sangrientas y encarnecidas de la Patria.
México ya no resiste seguir siendo traicionado y humillado por una claque cuyos cálculos políticos equivocados se basan en las aritméticas de la rapiña y el abuso a los presupuestos públicos de la Nación, de una manera grotesca e inmune, asentada sobre la bayoneta calada.
Tampoco debemos permitir que los grupúsculos de gente menor en el mando se eternicen a golpe de desapariciones, ejecuciones y asesinatos a sangre fría de periodistas, adversarios y defensores de sus bienes patrimoniales. Es necesario y urgente detener el cataclismo anunciado por una reforma cavernaria de supuesta seguridad, al servicio de los que mandan ilegítimamente, a contrapelo de un país de cien millones de hambrientos.
Es la hora de la previsión, y de la resistencia civil. Y ésta no espera. En última instancia tendremos que responder en las urnas, si no se tiene el valor de protestar en las calles. El ejemplo del movimiento de resistencia estudiantil popular de 1968 pasa lista de presente en la conciencia nacional de los mexicanos bien nacidos.
El país lo demanda, las nuevas generaciones lo exigen, nuestros hijos y nietos no lo merecen.
¡Alto al gorilato! Ya ha sido demasiado con sufrir los embates de los desgraciados entronizados por márgenes ficticios de votación electoral. Presumen tener a 36 millones a su favor. Pero son el doble quienes están en contra.
¿Qué hará la “hija del 68”? ¿La ex guerrillera del M-19 colombiano?
¿Ahora que ya es Presidente de la República, dará reversa a la militarización de la seguridad pública y del país?
¿Para ser congruente con su biografía?
Indicios
¡Alegraos todos! A este sexenio ya nada más le faltan 72 meses para concluir. * * * Reconozco que haya leído hasta aquí. Le deseo, como siempre, ¡buenas gracias y muchos, muchos días!
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