FRANCISCO RODRÍGUEZ
AMLO, amenazado por la milicia
La llamada Cuarta Transformación rompió el saco. Con el panfleto firmado por Andrés Manuel López Obrador sobre el expediente Ayotzinapa, ya pasaron de incompetentes e intolerantes a percutores sociales, explosivos que activan con toxicidad cualquier reclamo, en la región que se quiera escoger.
Todo el país es un polvorín. Hay rabia, reclamo y apetito de revancha. Las tres erres del clásico. La producción de miseria no deja de trabajar a ninguna hora. La sarta de errores tampoco. El caldo está servido. Para calentar el fogón, las nubes de helicópteros públicos al servicio del capricho de fruncionarios federales y locales, alteran la paciencia.
Decía Friedrich Hegel, el mayor enciclopedista de todos los tiempos, que la vida del ser humano es dialéctica y circular. Transita siempre un obligado camino: del despotismo a la revolución y de ésta al autoritarismo. Apuntaba que hay constantes en todos los pueblos, que son capaces de provocar cambios en la historia del mundo, que mueven el eje de la Tierra. Se presentan forzosamente, de una manera inexorable.
El despotismo siempre se pasa de la raya, apoyado en los sectores privilegiados. Tribunales señoriales, absurdas cargas impositivas, nepotismo y un cruel ejercicio de la represión social, son las constantes precipitadoras, siempre, dice Hegel.
“Las malas cosechas, el hambre, el ejército decadente –los soldados en harapos mendigando, mientras los oficiales son nobles inexpertos, cobrando en oro sus magníficos estipendios– ofrecen en charola de plata la bancarrota del Estado autoritario”, escribió el enciclopedista.
¿Dónde lo habremos oído? ¿Dónde lo estamos viendo?
Mientras AMLO, su familia y sus más allegados disfrutan de una existencia palaciega ajena al populacho, hay revueltas causadas por la desesperación. En salones y clubes, los cuatroteros frustrados discuten planteamientos de un supuesto segundo piso de la 4T.
López Obrador se traicionó a sí mismo
El panfleto dado a conocer el sábado anterior revela que, una vez más,
AMLO fue literal y nada subterfugiamente amenazado por el polémico general Luis Crescencio Sandoval, de retirar a sus tropas de todas las tareas que el de Macuspana le ha encargado a la Defensa Nacional, la de la seguridad pública incluida, si las Fuerzas Armadas continúan en el ojo del huracán por la indudable participación de algunos de sus elementos, de todos los rangos, en el crimen organizado y en aquella salvaje noche de Iguala.
A esas intimidaciones militares a AMLO obedeció el desayuno en Palacio Nacional el 15 de agosto de 2022 al que asistieron el propio Presidente de la República, el entonces secretario de Gobernación Adán Augusto López, quien era ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación Arturo Zaldívar, y el ya defenestrado subsecretario de Derechos Humanos Alejandro Encinas, para –una vez más– ocultar los hechos de aquella tormentosa noche del 26 al 27 de septiembre de 2014, de acuerdo al ex fiscal especial Omar Gómez Trejo en entrevista para John Gibler, de Quinto Elemento Lab.
Aquella fue una reunión para volver a tergiversar la realidad, no obstante que AMLO ha dicho desde su más reciente campaña presidencial y repetido, una y otra y otra vez en sus matinés palaciegas, su compromiso de revelar la verdad de aquellos trágicos hechos.
Pero López Obrador, ha resultado ya más oscuro que su antecesor Enrique Peña por las muchas presiones que recibe, según ha confesado.
Y es por tal que, una vez más se traicionó a sí mismo.
Detrás, los abrazados narcos
AMLO les seguirá fallando a los familiares de las víctimas y a la sociedad entera hasta que no salga a relucir oficialmente el leit motiv de la saña con la que asesinaron y desaparecieron los cadáveres de “los 43”: Y este no es otro que el de los 83 kilogramos de droga que reclaman los integrantes del grupo delincuencial de Los Rojos.
No está de más, por ello, lo que también aquí compartí con usted el 8 de septiembre de 2015:
Que unos días después de que sucediera la desaparición de 43 alumnos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, en Iguala, perpetrada por fuerzas oficiales –estatales, municipales y federales–, usted y yo coincidimos aquí en catorce cuestiones fundamentales:
Primera. Que la matanza tenía origen en el trasiego del narcotráfico. Esencialmente, por un cargamento de amapola negra –chiva, en el slang de las fuerzas del orden y delincuentes– que se encontraba en un camión de pasajeros que, supuestamente, los muchachos habían secuestrado para trasladarse a la conmemoración del 2 de octubre en la Ciudad de México.
Segunda. Que al enterarse del secuestro de ‘la chiva’, los capos regionales, en absoluto acuerdo con los guardianes del orden –policías y militares desconcertados por lo que pensaron que era un robo– decidieron verlos como enemigos y liquidarlos.
Tercera. Que el eslabón de la cadena de mando había sido el secretario de seguridad de Iguala, ya desaparecido en extrañas condiciones –se cree que fue eliminado o “abatido”, ahora en el slang de las autoridades sin autoridad–, dependiente de José Luis Abarca y su esposa, hoy detenidos sin haber declarado una tilde ni un punto, mucho menos una jota, junto con 200 “sospechosos e implicados”. Cuarta. Que el asunto fue del amplio conocimiento del “gobernador” de Guerrero Ángel Heladio Aguirre, extrañamente libre de polvo y paja, a quién aceptaron su renuncia sin haberlo implicado jamás en los hechos de los que no hay duda fue corresponsable.
Quinta. Que las autoridades de la PGR, al mando del cansado Jesús Murillo Karam, jamás fueron capaces de armar un solo expediente de averiguación por incompetencia manifiesta, lo que resultaba altamente sospechoso.
Sexta. Que la “verdad histórica” de Murillo sobre la incineración de los cuerpos en el tiradero de basura de Cocula, era sólo una distracción para ganar tiempo, toda vez que era material y físicamente imposible no dejar una sola huella de algo que se hubiera convertido en un desastre forestal.
Séptima. Que los restos de los cuerpos enviados al laboratorio de Innsbruck, Austria, para realizar las pruebas de ADN era material insuficiente para un estudio serio de los posibles cadáveres, cuyos cuerpos en vida posiblemente hubieran sido echados al mar o incinerados en otros hornos “especiales”. Nadie hizo caso. Todos se hicieron de la “vista gorda”.
Militares, policías, narcos y políticos
Octava. Que, en el trasiego de amapola negra, por su valor y cuantía, estaban involucrados los grandes carteles y capos mafiosos estadounidenses que tomaban a los capos regionales de La Montaña y Tierra Caliente de Guerrero, como simples operadores, sin derecho a voz ni a voto.
Novena. Que los aparatos gubernamentales, helicópteros y aviones del Estado y de algunos funcionarios federales, estaban al servicio de ese negocio, que dejaba –antes de calentarse la plaza–, varias decenas de millones de dólares al mes.
Décima. Que la apatía del gobierno federal, consistente en abstenerse de intervenir en lo que llamaron “un asunto local”, iba a prender la mecha, hasta lograr que el caso se convirtiera en un delito de lesa humanidad, atribuible por todas las Cortes del mundo al gobierno mexicano.
Decimoprimera. Que Peña Nieto debía cancelar su gira de negocios a China para hacer frente a una situación que estaba a punto de estallar. Cuando se dignó a hacerlo, sólo regó el tepache y complicó más el enredo.
Decimosegunda. Que los participantes en la tragedia, víctimas y victimarios formaban parte de la misma operación, pues desde tiempos ancestrales se sabía que, en La Montaña de Guerrero, los normalistas de Ayotzinapa habían convivido con los “burros” del trasiego, orillados por el desamparo y la miseria en la que viven.
Decimotercera. Que era necesario aplicar la ley hasta sus últimas consecuencias, so pena de verse rebasado, hasta que el macabro crimen se convirtiera en la tragedia sexenal, que marcaría para siempre el sexenio de Peña Nieto y ahora al de López Obrador.
Decimocuarta. Que la aprehensión de los esposos Abarca se convirtió en una necesidad de Estado, para poder tapar el sol con un dedo y hasta montaron una escenografía televisiva –tipo Genaro García Luna, El Policía de Titanio, jejeje–, para que todos desquitaran la chuleta.
Todos se hicieron de la “vista gorda” o que “la virgen les hablaba”.
Y lo que tenía que pasar, pasó.
Dejaron madurar el asunto, hasta que se convirtió en una papa caliente que ya nadie pudo cachar.
El Estado mexicano quedó exhibido ante el mundo como el campeón de la corrupción, de la indolencia, de la mendacidad y del terror.
Hoy, tras el panfleto apenas presentado por el gobiernito de AMLO, hasta los grandes depredadores del universo vuelven a indignarse.
¡Y con razón!
Indicios
Exonerados por decreto, los militares han sido partícipes de masacres, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales en Ayotzinapa, Tlatlaya, Apatzingán, Tanhuato, Reynosa, Nochixtlán y muchísimos actos macabros más en todo el territorio. AMLO se resistió demasiado a no aprobar los delitos de lesa humanidad y a no permitir el ingreso de los observadores internacionales, ni al país, menos a los tenebrosos cuarteles, donde la opinión pública juzgaba se encontraban los hornos crematorios donde habrían incinerado a “los 43”. Existe dolo, internacionalmente comprobado, para impedir la acción de la justicia ante la no tipificación de los delitos en el país y la resistencia a la observación de las organizaciones humanitarias, tribunales y organismos de derechos humanos, reconocidos por la comunidad global. Lamentablemente, nuestro Ejército no “se ha vestido de gloria”. * * * Y por hoy es todo. Mi reconocimiento a usted que leyó hasta estas líneas. Como siempre, le deseo ¡buenas gracias y muchos, muchos días!
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