Por Glen Rodrigo Magaña / HOMO ESPACIOS
Cerrar ciclos cuando quedas completamente desarmado, con ese sentimiento de despojo, en el fondo, solo queda levantar el rostro y reanudar la escalada, volver a empezar y uno de los motores del ánimo es definitivamente la música, entre el olvido y el renacimiento, incinerar lo viejo para que lo nuevo tenga espacio donde echar raíces. En lo más profundo del soul, jazz y blues, los ecos de la música negra han funcionado históricamente como una herramienta de alquimia espiritual, capaz de tomar el sufrimiento, la pérdida y el error humano para transmutarlos en una fuerza de resistencia. En esta transición, proponemos esta banda sonora con seis himnos para sacudirnos el polvo del pasado y abrazar el futuro.
La liturgia de despedida inicia con los sonidos casi fúnebres de “They Won’t Go When I Go” (1974), obra donde Stevie Wonder abandona el optimismo pop para sentarse al piano y develar lo superficial; inspirada en textos islámicos y con una atmósfera de réquiem, la canción traza una línea divisoria innegociable entre el individuo que busca la trascendencia y aquellos “pecadores” —falsas amistades, traiciones y energías tóxicas— que no merecen cruzar al siguiente capítulo. Wonder nos enseña que la evolución espiritual es un camino solitario y selectivo, y que para recibir el año nuevo con dignidad, debemos tener el arrojo necesario para dejar atrás a quienes ensucian nuestra paz, entendiendo que su ausencia no es una pérdida, sino el requisito indispensable para dar el siguiente paso.
En el confesionario, “A Song for You” de Donny Hathaway (1971) se eleva revela nuestra vulnerabilidad, perfecta para sanar las heridas causadas por nuestros propios errores antes de que el reloj marque las doce. Con una interpretación vocal que roza el llanto y una desnudez emocional estremecedora, Hathaway pide perdón y reconoce su locura ante quien ha sido su refugio, recordándonos que el amor real sobrevive a nuestras imperfecciones. Este tema nos permite cerrar el año drenando el veneno de la culpa y el remordimiento, validando que nuestras relaciones, con todas sus cicatrices y distancias, son a menudo lo único sagrado que nos mantiene a flote, ofreciendo una redención que nos deja el corazón ligero para amar mejor en el ciclo que comienza.
Sam Cooke escribió un tema esperanzador, que Aretha Franklin interpretara cuando grabó su versión de “A Change Is Gonna Come” en 1967, despojando la canción de sus arreglos orquestales originales para llevarla al terreno del blues y el gospel. Sentada al piano, Aretha canta desde la fatiga de la batalla y la fuerza inagotable del espíritu que se niega a romperse, su interpretación es un grito de guerra emocional que transforma el anhelo de cambio en una certeza. Escuchar esta versión al cierre del año es recordarnos que la transformación no se pide, se toma desde el coraje, es el combustible perfecto para quienes se sienten agotados, demostrando que incluso con el alma cansada se puede invocar una fuerza interna capaz de cambiar nuestra realidad.
Una vez purgado el entorno y reafirmada la voluntad, debemos enfrentar la ley inmutable del universo con “Everything Must Change”, interpretada con una elegancia devastadora por George Benson en su álbum In Flight (1976), este estándar de jazz-soul actúa como un mandamiento de aceptación radical frente a la impermanencia de la vida. La letra nos recuerda suavemente que “nada permanece igual” y que aferrarse al pasado es una batalla perdida contra la naturaleza, invitándonos a soltar las amarras de lo que fuimos y de lo que perdimos. Escucharla es un acto de rendición necesaria, una forma de dejar de pelear contra la corriente del tiempo para empezar a fluir con ella, comprendiendo que en la inevitabilidad del cambio reside también la certeza de que ningún invierno, por duro que sea, es eterno.
La inyección de energía vital llega con “Feeling Good”, inmortalizada por Nina Simone en 1965, quien transforma un número de musical en una declaración de independencia emocional. Desde el inicio a capela hasta la euforia de los metales, la canción captura la sensación física de romper las cadenas de las expectativas ajenas y reclamar la propia vida. Simone nos presta su voz para que sintamos en nuestra propia piel el nuevo amanecer. Es el tema que decreta que la libertad no es un regalo que esperamos recibir del destino, sino un derecho que decidimos ejercer.
Finalmente, el renacimiento se consuma con la crudeza poética de “I’m New Here” (2010) de Gil Scott-Heron, un testimonio de supervivencia grabado por un hombre que regresó del abismo de las adicciones y el olvido para afirmar su existencia. La voz quebrada y profunda sobre una base minimalista, donde Scott-Heron no pide disculpas por su pasado ni intenta ocultar sus cicatrices, simplemente anuncia “soy nuevo aquí”, validando que cada despertar es una oportunidad para reinventarse, sin importar cuán roto se esté. Cierra nuestro ciclo con el mensaje más potente posible: el acto más revolucionario para lo que vendrá es presentarse ante el mundo tal como somos, con nuestros errores e historia, listos para ocupar nuestro lugar bajo el sol… una vez más.
