Rajak B. Kadjieff / Moscú
*“Primero Inglaterra, después el mundo”, presumía Abramóvich.
*Maxim Demin se le adelantó al entrar en el futbol inglés.
* Con ansiedad irrefrenable, compró futbolistas como Ngolo Kanté.
* “Sheva” Shevchenko y George Weah, grandes adquisiciones.
* “Hay dinero para todos”, aseguraba el magnate.
* También iba a comprar a la Roma de Italia.
* Mijail Kushnirovich, multimillonario con gustos ocultos.
Los amigos del presidente Vladimir Putin hoy huyen y se esconden, negando inútilmente toda relación con el régimen que, desde Moscú, ordenó la “Operación Militar Especial” sobre Ucrania el 23 de febrero de 2022, luego de que ellos, magnates de catálogo, como inversionistas hicieron crecer desmedidamente sus fortunas en los más diversos rubros.
Uno de los ejemplos prototípicos de ese fenómeno de enriquecimiento raudo y veloz es Roman Abramóvich, quien acrecentó sus caudales y logró –quien lo iba a decir- sorprendente protagonismo en las más poderosas ligas del futbol europeo, lo mismo en la Premier inglesa, la Ligue 1 de Francia, la española o la italiana.
Como pionero en esas lides, Maxim Demin adquirió al equipo inglés Bournemouth en 1998, convirtiéndose en el primer hombre de negocios ruso dispuesto a aventurarse en la compra de un cuadro tan antiguo como ése, Fue fundado en el condado de Dorset en 1890, en un circuito que cuenta con clubes que, por mucho, superan el siglo de edad, como el Stoke City de la familia Coates, nacido en 1863, año en que surgieron las reglas que, en definitiva, regirían al futbol tal como hoy lo conocemos.
Al seguir los pasos de Demin, y como segundo multimillonario ruso invirtiendo en el futbol inglés, el petrolero Roman Abramóvich salió de compras y adquirió a Juan Sebastián Verón por 24 millones de dólares por cuatro temporadas, mucho antes de que el mundo se le viniera encima por la decisión de Vladímir Putin de ordenar la invasión a Ucrania.
También compró al irlandés Damien Douff por 28 millones; y al liberiano George Weah, “Balón de Oro” europeo en 1995, actual presidente de ese país africano.
Por si no fuese suficiente, también compró los derechos de Njitap Geremi del Real Madrid, Marco Ambrosio, del Verona, y de los ingleses Glenn Johnson, del West Ham; Jurgen Mach del Sunderland; y Wayne Bridge, del Middlesbrough.
Como socio mayoritario de un Chelsea que apenas conocía, consiguió que se mantuviera al holandés Jimy Hasselbaink, al danés Jasper Gronkjaer, al italiano Gianfranco Zola, al español Albert Ferrer y a los campeones mundiales franceses Marcel Desailly y Emmanuel Petit, éste último anotador del tercer y último gol de la final contra Brasil en Francia 98.
Con los años, el Chelsea, vendido con urgencia por Abramóvich en abril de 2022, se fue fortaleciendo, renovando y convirtiéndose en actor estelar de la Premier y de los torneos europeos.
Casi todos éstos están integrados por clubes ricos, caracterizados por gastar más de lo que ingresan, como fue el caso de la adquisición al Sporting de Lisboa del francés Ngolo Kanté, por 36 millones de dólares, cifra altísima en los últimos años.
“Hay dinero para todos”, decía Roman Abramóvich en su gran época de nuevo rico, al tiempo que buscaba imponer la competitividad, superando la que siempre promueven el Barcelona o el Real Madrid, con un sistema de reparto de ganancias más que equitativo.
Este procedimiento beneficia incluso a los equipos Southampton, Swansea y Everton, los más modestos y pobres –si cabe el término- de la Gran Bretaña, pero con dinero suficiente para importar jugadores de cierta calidad.
En 2006, Roman Abramóvich se empeñó en contar con los servicios del ucraniano Andriy Shevchenko, a quien compró al Milán por 50 millones de dólares, sin que al astro le importara esa cantidad para verse obligado a hacer goles por racimos, al pensar que, primero está el futbol, y luego el dinero.
El empresario ruso-israelí fue fundamental para la llegada de “Sheva” a Londres y, por supuesto, en la decisión de éste para firmar un contrato por semejante cantidad, desatando rumores de que sus compañeros actuaban de manera diferente, al haber cuestiones de favoritismo de por medio.
Shevchenko negó que eso hubiese ocurrido, y aseguró que, durante su estancia en el Chelsea, sostuvo la misma relación entre el dueño y todos sus jugadores a quienes, a fin de cuentas, trataba como empleados de lujo, sin preferencias, con un gran año para todos -2007-, al obtener con merecimiento absoluto el Campeonato de Liga de Inglaterra.
“Primero Inglaterra, luego el mundo”, fue otra de las frases de Abramóvich y, sin duda, uno de los dichos que guiaron sus acciones desde que compró al Chelsea, ansioso de ganar el cetro de Liga cuantas veces fuera posible, con una ilusión tan grande que, decían sus allegados, cada semana demostraba una ansiedad incontrolable por adquirir más y mejores futbolistas.
De aquella época inicial, a los mencionados se sumaron los nombres de Roberto Carlos, Ronaldo Luiz Nazario de Lima, Michel Salgado, Ruud van Nilstelrooy, Lúcio da Silva, Walter Samuel y José Antonio Reyes, además de pretender hacer un redituable negocio –que finalmente se malogró- con el traspaso de Joe Cole, del Chelsea al Spartak.
Sin embargo, hubo algunos jugadores afortunados que, a golpe de chequera, fueron convencidos por Abramóvich para integrarse a la Galaxia-Chelsea, como ya le llamaban los aficionados a su club hace más de diez años, entre otros el argentino Hernán Crespo, el francés Claude Makelele y el rumano Adrian Mutu.
También se rumoró que, antes de ser salvador de estrepitosa quiebra, la escuadra guinda de la loba y sus hijos Rómulo y Remo, la Roma, estuvo a punto de ser incorporada a la llamada “Pista Rusa” en la que corrió la compañía petrolera Nafta-Moskova, propiedad de empresarios rusos, de la cual Roman Abramóvich fue poseedor del 20% de las acciones.
La falta de una entidad bancaria que hiciera posible la salvación del club que –en mejores circunstancias- casi elimina al Real Madrid la Copa Europea de Campeones en 2018, agrandó en a que ya lejano marzo de 2004 la posibilidad de los rusos de quedarse con uno de los grandes equipos del calcio italiano, quedando abierta una pregunta: ¿Abramóvich lo sumaría a su emporio futbolístico?
Nacido en Saratov en 1966, con más de medio siglo de edad y con dinero de sobra hasta principios de 2022, Abramóvich no dio alguna posibilidad –y sus razones tenía- de que la Sbornaya nacional obtuviera un buen lugar en su sede mundialista de Moscú 2018 frente a Arabia Saudita, Egipto y Uruguay.
Roman Abramóvich sonreía de satisfacción con el Chelsea ganador, mientras miraba a sus amigos del jet set mundial desde un lugar privilegiado como el que compartió con su novia Dasha Zhukova durante la inauguración del centro comercial GUM, en Moscú.
Hoy, este monumento al Dios-Mercado, con todo el lujo imaginable, ubicado exactamente frente a la muralla del Kremlin, corazón del antiguo poder de los soviets, es propiedad de Mijail Kusnirovich.
Este robusto personaje es otro nuevo rico símbolo de la opulencia de su país quien, como Roman Abramóvich, hizo fortuna gracias al apetito y ambición que los llevaron a invadir los escenarios que les ofreció la nueva Rusia antes de la guerra en Ucrania, cuando se inició el bloqueo de sus cuentas por considerarse amigos fieles y respaldos incondicionales de alguien que se llama Vladímir Vladimírovich Putin.