Gloria Analco
Para algunos, la feroz disputa por la Casa Blanca se resolvió a favor del Estado Profundo –o gobierno en la sombra de EE.UU.- con la salida de Steve Bannon, quien era el estratega político número uno de Donald Trump.
El Estado Profundo, que aún sostiene el real y verdadero poder político por encima de la Casa Blanca, ha montado su contraataque contra Bannon tan pronto supo que sería el estratega político principal de Trump, del mismo modo que lo hizo contra el teniente general Michael T. Flynn, ex director de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA), que era vital aliado del presidente, y quien iba a encargarse de reformar a la comunidad de inteligencia.
El ‘Deep State’, o Estado Profundo, uso la clásica técnica de inundar los medios de comunicación con noticias y artículos con comentarios muy negativos, muchas veces con fuentes anónimas, titulares y encabezados escandalosos, diseñados además para los feeds de búsqueda de Google e insertados en las redes sociales.
Así consiguió deshacerse de Flynn, manipulando a la opinión pública y haciendo alarde de predominio en las esferas políticas, y ahora tocó su turno a Bannon, además de otros que también se han ido del equipo de Trump, quien había anunciado que “drenaría el pantano”, algo sobre lo cual él seguirá insistiendo, si es que logra sobrevivir.
Bannon enfocaba su tarea en la limpieza del gobierno y del sistema financiero controlado por el 0.01 por ciento de las élites, para tratar de transferir más riqueza a la clase media y reducir los ingresos de Wall Street, manejado por los líderes globales corporativos.
Se había entablado entonces una cruenta guerra entre nacionalistas, que lidera Donald Trump, y el ala “globalista” del Estado Profundo, que tal parece que seguirá reinando.
Las palabras de Bannon: “me voy de la Casa Blanca y voy a la guerra por Trump contra sus oponentes, de Capitol Hill, los medios de comunicación y las corporaciones estadounidenses”, son una señal muy clara que la verdadera disputa por la Casa Blanca puede estar apenas comenzando.
Falta ver qué tantos vitales aliados consigue Trump para volver a meter en serios aprietos al Estado Profundo, que seguro impulsaría a éste a redoblar los ataques y buscar la destrucción de todos aquellos que signifiquen alguna amenaza a su sobrevivencia.
Desde que andaba en campaña, Trump anticipó que su gobierno, si ganaba la Presidencia, haría limpieza del mundo subterráneo del Estado Profundo, y la respuesta inmediata fue que el Deep State envió a los suyos a la campaña del republicano, pero no pudieron sobrevivir a la primera inspección y fueron eliminados.
El gobierno en las sombras, ya en pleno gobierno de Trump, le ha mostrado que en estratagemas él puede llevarle la ventaja, y ha exhibido el dominio que tiene sobre los medios de comunicación, el mundo académico, los think tanks, además del evidente control que ejerce sobre el Congreso y el Pentágono.
Todos en el Estado Profundo se han sentido amenazados por la Presidencia de Trump, sobre todo cuando tenía a Bannon como su principal estratega, quien desde tan privilegiada posición haría avanzar la guerra que desde tiempo atrás venía sosteniendo contra las élites estadounidenses.
Sus mensajes, desde Breitbart News, estaban disfrazados y escondían su verdadero propósito, que con su posición en la Casa Blanca podría llevar al plano de la realidad: derrotar a los globalistas, desterrar a los belicistas del Pentágono y ayudar a la persecución legal de los corruptos.
Bannon estaba planeando acabar con lo que él llama la “Tiranía doméstica” y el “Hegemon Global” (hegemonía global), pero entonces las mentiras mediáticas fueron implacables contra él llenando los principales espacios de los medios, que lo señalaron insistentemente de neofascista, supremacista blanco, racista, antisemita y sexista.
Bannon mostró en el pasado una inclinación por el leninismo y en su papel de estratega de la Casa Blanca buscaba aplicar algunas de sus teorías.
La que quitó el sueño a los belicistas y neoconservadores del Estado Profundo fue la que señalaba que para tomar las riendas del poder no bastaba con hacerse cargo del gobierno, sino que el anterior régimen tenía que ser “totalmente aplastado”, y de las “ruinas” generar nuevas combinaciones al servicio de las causas que enarbolaría el nuevo mandato.
Desde luego que Lenin lo pensaba desde el punto de vista de que estaba enfrascado en una Revolución, aunque en términos del proyecto de Trump, él está planteando cambios muy drásticos al proponer una nueva economía, cambiando su sustancia, los símbolos y la retórica con adversarios y aliados.
Además, Trump proponía un vuelco total en la política exterior, ya que su gobierno propiciaría la inversión y los beneficios en lugar de la obstrucción, la desestabilización y el terrorismo utilizados por Estados Unidos para frustrar todo a países que ha llamado sus “enemigos”.
Trump no se opone a las políticas imperialistas de Estados Unidos en el exterior, pero es un realista del mercado y reconoce que la conquista militar es costosa y una propuesta económica perdedora para su país, por lo cual ha sostenido que iría a la guerra cuando el margen de victoria fuera suficientemente elevado.
Haría participar a Estados Unidos en la nueva Ruta de la Seda de China, para lo cual un acercamiento con Rusia facilitaría las cosas con el objetivo de volver a hacer rico a los Estados Unidos, reestructurando sobre todo su planta industrial y alejándose del belicismo que aumentaba la deuda externa y los desequilibrios económicos.
Todo ello opuesto a lo que el poder real –Deep State- ha venido imponiendo desde hace casi dos décadas, con un impacto negativo sobre la producción, el comercio, los equilibrios fiscales y el mercado de trabajo, como resultado de haberse llevado al extranjero las inversiones, innovaciones y ganancias, y privilegiar las guerras.
Lo más dramático para Trump es que su programa político-económico sea citado por los medios sólo cuando realiza acciones que contradicen su esencia, y es cuando lo acusan de “voltear la espalda a sus partidarios”, como en su anuncio reciente de re-escalar la intervención militar estadounidense en Afganistán.
Proliferó en todos los medios que nuevamente violentaba sus promesas de campaña de poner a “América primero” y su compromiso de terminar la locura de las guerras de ultramar lanzadas por administraciones anteriores.
Lo contradictorio es que los medios de comunicación están perfectamente de acuerdo con las guerras que EE.UU. ha emprendido, al secundar al Estado Profundo con sus políticas globalista y belicista, y darle la espalda al proyecto de Trump que enarbola políticas nacionalistas para regresar a los Estados Unidos a la senda del progreso.
En realidad, la decisión de Donald Trump sobre Afganistán revela que él va en desventaja en la guerra que sostiene contra el Estado Profundo, que no se sabe todavía si ya ha llegado a su fin.