Gloria Analco
⦁ La Cuarta Transformación alcanza su última pieza: la Fiscalía
Todo comenzó en 2018, cuando Andrés Manuel López Obrador conquistó la Presidencia con un mandato popular contundente. Sin embargo, ese triunfo no significó la toma inmediata del poder real. Frente a él permanecía intacta una estructura de poder económico, judicial y mediático decidida a resistir el cambio y a defender privilegios que creían intocables.
Es cierto que AMLO gobernaba desde Palacio Nacional, pero el poder fáctico seguía en manos de la derecha: el Poder Judicial, la Fiscalía, los organismos autónomos, los grandes medios de comunicación y el bloque empresarial que los sostenía.
Desde ahí lo desafiaron sin tregua, bloquearon sus iniciativas, lo descalificaron, lo atacaron sistemáticamente. No era una simple oposición política: era una maquinaria completa de contención del nuevo proyecto de país.
Esos grupúsculos durante años se negaron a reconocer la autoridad emanada del voto popular. Jueces, fiscales, consejeros “autónomos”, comentaristas y empresarios actuaban como si el viejo régimen no hubiese sido derrotado en las urnas.
Se burlaban de la investidura presidencial, fabricaban narrativas para desgastarlo y protegían a los suyos con un cinismo que simulaba ser institucionalizado. El respeto al poder popular sencillamente no existía.
Y entonces comenzó el desmontaje. Paciente, metódico, sin aspavientos. Como quien va arrancando, uno a uno, el plumaje del ave que se creía intocable.
Primero los privilegios fiscales. Luego el control del presupuesto. Después los organismos autónomos, diseñados para proteger intereses corporativos. Más tarde, el golpe histórico al Poder Judicial mediante la elección popular de ministros.
Cada movimiento dejaba a la derecha con menos garras, menos pico, menos capacidad de daño. Todo fue obra de la alta política ejercida por López Obrador.
Con la llegada de Claudia Sheinbaum a la Presidencia y con la Fiscalía General de la República finalmente fuera del control del viejo régimen, ese proceso alcanza su punto de consolidación.
La derecha ya no irrespeta al poder como antes. Ya no puede. El Estado comienza, por fin, a cerrarse como sistema.
Ahora estamos en la etapa en que el poder ya no se discute: se ejerce.
En su reciente reaparición en un video, para hablar de su libro Grandeza, López Obrador confirmó que desde el 1 de octubre se retiró de la política activa para dedicarse por completo a la reflexión y a la escritura desde Palenque.
Dijo, sin rodeos, que no gobierna desde las sombras, que está jubilado de la práctica política y concentrado ahora en la teoría. Y subrayó que el sentido profundo de su trabajo fue siempre transformar la vida de la gente, privilegiando a los pobres, sin claudicar ante los intereses de unos cuantos.
Los resultados están a la vista, y entre los pendientes que dejó ya sólo faltaba la salida de Alejandro Gertz Manero, lo cual no se trata de un simple relevo administrativo: es la ruptura de un pacto heredado de 2018 y, también, la confirmación de que el poder político de Claudia Sheinbaum hoy supera al que tuvo López Obrador al iniciar su sexenio.
AMLO abrió la brecha; Sheinbaum entra ahora en la etapa de la consolidación plena.
La derecha mexicana se sintió envalentonada por la intervención de Donald Trump en los procesos políticos de América Latina, al declarar que “no podían ganar gobiernos de izquierda”. Ese fue el combustible que terminó por desbordar el vaso, que a fin de cuentas favoreció a la Cuarta Transformación.
Lo que siguió fue una ofensiva calculada: filtraciones de expedientes desde la propia Fiscalía General de la República, amplificadas por medios alineados con la oposición, con el objetivo de golpear el corazón de la Cuarta Transformación: el combate a la corrupción.
No fueron errores aislados ni “fugas” fortuitas. Fueron expedientes completos, dirigidos estratégicamente contra el Gobierno de Claudia Sheinbaum.
A propósito de esto, en su mensaje sobre Grandeza, López Obrador insistió en que la Cuarta Transformación no sólo es un proyecto político, sino un cambio de raíz sustentado en lo que llama el humanismo mexicano, basado en la grandeza cultural y en la historia política del país, como contrapeso a siglos de saqueo y exclusión.
Desde los tiempos de López Obrador se repite un patrón: cada vez que la derecha embiste para frenar a la Cuarta Transformación, lo único que logra es impulsarla más rápido.
Las filtraciones, que buscaban debilitar al gobierno, precipitaron la salida de Gertz Manero y abrieron la puerta a una transformación profunda en la Fiscalía.
Gertz Manero no fue un fiscal de transición: fue la continuidad de la vieja Procuraduría General de la República: fabricadora de culpables, protectora de élites, selectiva con los casos incómodos.
Conectó al entonces nuevo gobierno de AMLO con un aparato judicial diseñado por el prianismo para servir al poder económico, no al interés público que fue la clara tendencia del ilustre tabasqueño.
Durante el sexenio de López Obrador, la correlación de fuerzas obligó a convivir con ese lastre.
En 2018, pese a los 30 millones de votos que blindaron el triunfo de la izquierda, el gobierno tuvo que negociar con grupos enquistados en el Estado para garantizar gobernabilidad. Gertz fue parte de ese pacto incómodo pero hoy, siete años después, ha sido roto.
Aun así, AMLO pudo maniobrar en su sexenio y, como él mismo acaba de decir en su mensaje reciente, dejó el país con 13.4 millones de mexicanos fuera de la pobreza y la desigualdad reducida casi a la mitad, subrayando que la estabilidad política actual no es un accidente, sino resultado directo del giro social de la política económica.
Continuando con Gertz Manero, lo que selló su salida no fue sólo su origen político, sino su actuación concreta: filtraciones sistemáticas de expedientes como arma política contra la propia Cuarta Transformación.
Desde la Fiscalía se operó una estrategia de desgaste que dejó al descubierto una verdad incómoda: la supuesta “autonomía” de la institución no era autonomía frente al poder económico, sino frente al poder político emanado del voto popular, sobre lo cual -como él mismo ha anunciado-tendrá mucho que decir en sus libros.
La reacción de la derecha confirma todo: luto político, defensas públicas, alarmas sobreactuadas sobre la “autonomía”, editoriales de despedida. No se va un fiscal: se les cae un dique.
La salida de Gertz activa además reacciones políticas que revelan cómo estaba conformado el tablero de poder.
Mientras Alejandro “Alito” Moreno defendía a Gertz con vehemencia, el PAN guardó cautela. La razón es clara: Ernestina Godoy llega con expedientes listos para acción federal. La pieza final del rompecabezas comienza a encajar a favor de la verdadera transformación.
Ernestina Godoy no llega para administrar inercias. Llega para romperlas.
Por primera vez, la Fiscalía General de la República queda en manos de una mujer con probada honestidad, sin vínculos con los viejos grupos de poder y alineada con un proyecto de transformación institucional profundo, con respaldo pleno de la Presidencia.
Habrá resistencias, sabotajes, juego sucio. Pero el mensaje es claro: la Fiscalía deja de ser territorio neutralizado y pasa a formar parte del nuevo andamiaje del Estado transformado.
Por eso, la salida de Gertz no es un premio ni un cierre de capítulo. Es la señal de que el poder político ha subordinado, por fin, al último bastión del viejo régimen corporativo.
Y escuchando hoy a López Obrador, desde su retiro voluntario, queda clara la coherencia final de su obra: la transformación no se agota en la coyuntura, se ancla en la cultura profunda del país, en el humanismo mexicano, en la convicción de que el verdadero poder sólo tiene sentido cuando está al servicio del pueblo. Como él mismo lo dijo: por el bien de todos, primero los pobres.
Primero fueron la conquista de la mayoría en el Congreso, luego los organismos autónomos. Más tarde el Poder Judicial, y hoy, la Fiscalía.
El rompecabezas, ahora sí, está completo.
Hoy todo se combina: cae el “coco” de la Cuarta Transformación, López Obrador reaparece con su nuevo libro desde la altura de la historia, y Claudia Sheinbaum se entroniza definitivamente con un gesto valiente, decisivo y firme al cortar el último eslabón de una larga cadena heredada en 2018.
ESCARAMUZAS POLÍTICAS
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