Gloria Analco
La Misión Génesis: inflar la burbuja para que no reviente
Donald Trump anunció este lunes 24 de noviembre, desde el Salón Oval, la llamada Misión Génesis, una iniciativa que supuestamente abaratará los costos de la energía en Estados Unidos. Lo presentó con su habitual parafernalia, proclamándola “comparable en urgencia y ambición al Proyecto Manhattan”.
Las palabras, ya sabemos, nunca le han temblado. Pero detrás de esa teatralidad hay un detalle que salta a la vista: esto no es una misión científica, sino una maniobra política y financiera para contener el estallido de una burbuja que Wall Street viene inflando sin freno: la burbuja de las grandes tecnológicas de IA, que amenaza con estallar en cualquier momento.
El mercado lleva meses viviendo por encima de su propia realidad, apostando no al desarrollo científico, sino a la especulación financiera pura, esa vieja adicción del sistema que siempre acaba por cobrarse su precio.
Ante el riesgo creciente de que la expectativa no pueda sostenerse, Trump se saca de la manga un “Proyecto Manhattan” de Inteligencia Artificial para transmitir seguridad, grandiosidad y continuidad. Es decir: para que nadie deje de comprar.
La orden ejecutiva está redactada con la grandilocuencia habitual. Pero basta leerla con calma para notar lo esencial: Estados Unidos no tiene hoy la base científica necesaria para dar un salto de ese tamaño. Y eso lo reconoce implícitamente el propio decreto. Por eso incluye programas de fellowships, pasantías y cursos acelerados, como si fuera posible formar un ejército de científicos de élite en cuestión de meses.
Este es un reconocimiento silencioso de algo más profundo: EE. UU. lleva décadas descuidando la formación científica de alto nivel, concentrado en priorizar ganancias financieras de corto plazo en lugar de construir capacidad real.
Es revelador además que la orden imponga plazos imposibles:
120 días para preparar datos científicos federales,
240 días para evaluar capacidades robóticas,
270 días para obtener “resultados operativos”.
Ese calendario no obedece a lógica científica alguna. Obedece a la urgencia política y al nerviosismo de los mercados. Porque la ciencia, como bien sabemos, no ocurre por decreto ni en trimestres fiscales. La ciencia se cultiva con visión, con continuidad y con generaciones de talento formado para pensar, investigar y sostener procesos de largo aliento.
Aquí el contraste con China no podría ser más contundente. China lleva dos décadas formando cuadros científicos de altísima especialización en matemáticas, física, computación e inteligencia artificial. Ha construido laboratorios, redes universitarias, centros de excelencia y programas estatales que se fortalecen año tras año.
China no improvisa: planifica. Siembra hoy lo que quiere cosechar en 10, 15 o 20 años. Su liderazgo en IA no es cuestión de milagros ni de propaganda: es fruto de paciencia, constancia y decisiones estratégicas tomadas sin el cortoplacismo que domina a Washington. Es el resultado de construir, no de inflar.
A diferencia de esto, la Misión Génesis recurre casi de inmediato a empresas privadas, a la infraestructura de corporaciones como Nvidia o Dell, y a los mercados bursátiles como si fueran parte del sistema científico nacional. Algo impensable en el verdadero Proyecto Manhattan. Los grandes programas científicos de Estado no descansan en Nasdaq; descansan en instituciones, talento y visión de largo plazo.
Aquí, en cambio, la misión nace pegada a la lógica del mercado, intentando transmitir la sensación de que todo está bajo control, que el país avanza hacia una revolución científica y que la economía tecnológica tiene un respaldo real detrás.
La verdad es otra: esto es un anuncio pensado para calmar a Wall Street y evitar que la burbuja de la IA reviente en cualquier momento.
Y como toda maniobra de maquillaje, no podrá sostenerse por mucho tiempo. No cuando la infraestructura educativa está debilitada. No cuando la continuidad científica ha sido sacrificada en el altar de las ganancias rápidas. No cuando la política se empeña en imitar grandezas históricas que nacieron de la seriedad, no del espectáculo.
La Misión Génesis podrá inflar la narrativa por unas semanas. Tal vez por unos meses. Pero la realidad siempre termina imponiéndose. La ciencia no perdona atajos: o se construye con paciencia y visión, o se paga el precio.
Estados Unidos está pagando el suyo. China está cosechando el suyo. Y nosotros asistiremos en vivo al desenlace de esa diferencia.
