Gloria Analco
⦁ La pequeña Rusia
La Doctrina Monroe enfrenta su prueba de fuego más dura en la historia contemporánea. Por primera vez, Estados Unidos se encuentra frente a una Venezuela desconocida, un país capaz de desafiar la pretensión de dominio hemisférico de Washington.
La pregunta central es inquietante: ¿de qué armamento ha dotado Rusia a Caracas para que pueda resistir si EE. UU. decide intervenir militarmente? Y más aún: ¿podríamos estar ante una “pequeña Rusia” instalada en el continente americano, un país nada débil, capaz de frenar a la segunda presión militar más poderosa del planeta ?
Imaginemos el Caribe: los cazas Su-30 venezolanos, equipados con misiles supersónicos KH-31, apodados la “muerte supersónica”, patrullan frente a la flota estadounidense más sofisticada del mundo. Estos proyectiles alcanzan velocidades superiores a Mach 3, más de 12,000 km/h, convirtiendo cualquier buque en un blanco vulnerable, incluso al portaaviones USS Gerald R. Ford, valorado en 13,000 millones de dólares, acompañado de destructores y fuerzas especiales. Moscú podría incluso enviar misiles hipersónicos ORNIC, prácticamente imposibles de interceptar por los sistemas convencionales de EE. UU.
Pero lo decisivo no es solo el armamento: es lo que representa estratégicamente. Cada sistema ruso entregado viene acompañado de entrenamiento operativo, asesoría, mantenimiento logístico y doctrina de empleo.
Venezuela no solo tiene armas avanzadas; tiene la propia Rusia integrada en su defensa, un nodo estratégico capaz de operar eficazmente frente a cualquier ataque. Sistemas S-300 BM, BUK-M2, misiles portátiles Igla-S y tácticas de guerra electrónica permiten a Caracas coordinar su defensa de manera profesional y autónoma.
Históricamente, Estados Unidos intervino en América Latina solo frente a países indefensos: Panamá (1989), Haití (1994), Granada (1983) y Chile, apoyando golpes de Estado. Nunca se enfrentó a un país armado, entrenado y asesorado por otra potencia, en este caso la más poderosa del mundo.
Hoy la ecuación cambió: Venezuela ya no es vulnerable. Cualquier intervención sería extremadamente costosa, arriesgada y capaz de escalar rápidamente.
A esto se suma la resistencia económica y política del país: sometido por bloqueos financieros, confiscación de activos, restricción de exportaciones y desplome de ingresos petroleros, que Estados Unidos esperaba que derribaran al gobierno.
Pero la realidad fue distinta: la población se mantuvo firme, y el Estado encontró alternativas financieras y estratégicas mediante redes multipolares, con apoyo de Rusia, China e Irán.
Esto refleja la verdadera estatura política de Nicolás Maduro, un líder que ha sabido resistir los embates externos que muchos creían insuperables, y demostrar que la coerción estadounidense puede ser sobrepasada cuando se combina estrategia, logística y visión política.
Venezuela ha aprendido a coordinar sistemas de defensa aérea avanzados, integrar misiles supersónicos y combinar tecnología de punta con doctrina rusa en tiempo real.
Esto convierte cualquier acción militar estadounidense en un riesgo elevado, replicando la experiencia rusa en Ucrania pero trasladada al Caribe.
Los ejercicios de Washington, con más de 10,000 efectivos, bombarderos B-52 y B-1, y maniobras de fuerzas especiales, no alteran la realidad: el país ha creado un ecosistema de defensa creíble, autónomo y operativo.
La dimensión estratégica se multiplica en el contexto global:
Los BRICS y sus aliados representan más de la mitad de la población mundial, controlan reservas estratégicas de recursos y han construido arquitecturas financieras y comerciales que reducen el impacto de sanciones occidentales.
China invierte en infraestructura sin condicionalidades, Irán aporta capacidades complementarias de defensa y Rusia proporciona el núcleo militar.
Venezuela, pequeña en tamaño pero gigante en densidad estratégica, ha transformado la región en un tablero multipolar donde ninguna hegemonía puede actuar sin calcular consecuencias.
La narrativa de “pequeña Rusia” no es exageración mía. Rusia ha transferido conocimiento, entrenamiento y capacidad operativa, y Venezuela ha absorbido estas lecciones, combinando tecnología avanzada, logística y doctrina.
El resultado es un país capaz de resistir sanciones extremas, presión militar constante y aislamiento económico occidental, mientras mantiene la cohesión interna y proyecta fuerza estratégica hacia el exterior.
Finalmente, este escenario plantea un dilema histórico para Estados Unidos: persistir en la lógica tradicional de intervención, arriesgando una escalada militar que podría involucrar a otra potencia, o reconocer la realidad multipolar y buscar alternativas diplomáticas y cooperativas.
Mientras los misiles supersónicos permanecen listos, simbólica y literalmente en el aire, queda claro que Venezuela ha elevado su estatura política y estratégica a niveles que obligan a cualquier poder a medir dos veces sus decisiones.
La Doctrina Monroe enfrenta hoy su prueba más difícil: un país pequeño, sí, pero formidable, capaz de hacer que cualquier intento de intervención se vuelva demasiado arriesgado para los intereses estadounidenses.
Quizás por eso, Donald Trump parece estar deshojando una margarita: “… la ataco, no la ataco, la ataco, no la ataco…”
