Gloria Analco
- “Un consejo o una amenaza: la reunión de Miraflores que marcó la historia”
José María Aznar se reclinó ligeramente en su asiento y cambió bruscamente de tema: “Hugo, os diré que tenéis una nación muy rica en recursos naturales, especialmente en vuestro petróleo… Si hacéis buen uso de vuestros recursos y los utilizáis como debierais, podrías dirigiros fácilmente al Primer Mundo y dejar atrás a las naciones del orbe latino, del pésimo Tercer Mundo”.
Era un diálogo que Aznar sostenía con Hugo Chávez en 2002, semanas antes del golpe de Estado que momentáneamente lo sacó del poder. Aznar invitaba al Presidente de Venezuela a formar parte de un grupo muy selecto de líderes políticos en alianza con la gran empresa: “… es mejor declinar ciertos anhelos y sacrificar ideales que a veces no podrán cumplirse…”
Chávez, comprendiendo los mensajes, respondió: “Aquí, en Venezuela, el apoyo fue del pueblo, de gente muy pobre, y darles la espalda o sacrificar sus ideales para obtener algo, tal vez mejor aún, no sé si sería recomendable”.
Aznar insistió: “Muchas veces os es necesario dejar atrás ciertas posturas y renunciar a ideas que no llegarán a prosperar… Os sugiero, ante todo, cortar de inmediato vuestras relaciones con Cuba y terceros”.
Chávez se removió en su asiento: “Lo que me pides es duro para todos nosotros, no sólo para mí… no son mis ideas sino las de un pueblo”.
Aznar replicó: “No podéis ir contra del orden que se ha construido y establecido en el mundo, especialmente para Latinoamérica y vuestros países… no podéis ir contra la marea todo el tiempo…”.
Luego agregó: “He tenido la oportunidad de intercambiar criterios con líderes de varias naciones, mostrándoles este camino a seguir, y varios lo han aplicado. Y pienso que es vuestro turno, Hugo… Si cambiáis vuestra política, os ofreceré toda la colaboración posible: invitaros a formar parte del Gran Club de Hombres y Naciones Selectas del Nuevo Orden, tendríais un papel importante, colaboración del CFR y otros organismos… basta que lo decidáis”.
Chávez fue sincero: “Eso no lo podría hacer, José, pues Fidel es como un padre para mí y comparto varios de sus ideales”.
Aznar respondió: “Es sólo una recomendación. No os quiero imponer, pero ese es el orden a seguir, sí o sí”.
Chávez preguntó: “Si Venezuela rechazara seguir este orden, ¿qué pasaría?”
Aznar se acarició el bigote y contestó: “Lo que preguntáis es muy siniestro… podríais enfrentar ataques desde Norteamérica hasta Europa, en lo militar y económico. Tendríais la misma suerte o aún peor que Haití, de eso no os preocupéis”.
La conversación, que Chávez mandó desclasificar, concluyó con su dicho: “Bueno, lo tomaré como un consejo, pero no como promesa a ejecutar… Seguiremos la discusión en Madrid”.
A las pocas semanas, ocurrió el intento de golpe de Estado, que Chávez atribuyó a Estados Unidos y España. Durante su mandato, la pobreza en Venezuela, acumulada por 200 años, se redujo a la mitad según la CEPAL.
Diez años después, esta conversación sigue siendo un recordatorio poderoso de la presión internacional sobre los líderes latinoamericanos y de la importancia de mantener la autonomía frente a poderes globales.
Si Chávez hubiera dado su brazo a torcer frente a Aznar, ¿qué habría sido de él? Tal vez hoy lo imaginaríamos como un multimillonario, solo, rodeado de lujos y excesos, fumando puros habanos, con la reprobadora mirada de Fidel observándolo desde la distancia, desvinculado de su pueblo y de los ideales que lo definieron. Un líder sin historia, convertido en mera pieza de un “Gran Club” que nunca comprendería el valor de la resistencia.
