ESCARAMUZAS POLÍTICAS

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  • Por qué Europa necesita que Rusia la ataque

Por Gloria Analco

Europa está urgida de someter a Rusia, pero sabe que sólo podría intentarlo si Estados Unidos la acompaña. De ahí su obsesión por provocar una respuesta rusa que le permita presentarse como víctima ante Washington -y especialmente ante Trump-, para que intervenga.

Sin embargo, esa estrategia se sostiene en una falsa percepción: la idea de que, con la ayuda estadounidense, Europa podría conquistar a Rusia y desmembrarla.

Los hechos demuestran lo contrario. El último armamento mostrado por Moscú -misiles hipersónicos y de propulsión nuclear, sistemas de ataque imposibles de interceptar y su flamante Poseidón- confirma que ni siquiera Estados Unidos tendría espacio para imponerse en una guerra convencional.

Y el gran riesgo de esa ceguera europea es que, en su empeño por lograr lo imposible, podría empujar al mundo entero hacia un conflicto nuclear.

Desde hace casi cuatro años, la guerra en Ucrania se ha convertido en un espejo que refleja la decadencia del poder occidental.

Rusia, a la que pretendían aislar, sancionar y colapsar, ha emergido más sólida de lo que sus rivales imaginaron. Lo que comenzó como una operación militar limitada se transformó en una confrontación total entre dos concepciones del mundo: la que aún cree dominar desde el dinero, y la que se impone desde la materia, la energía, los recursos.

Cuando Washington impulsó el golpe de Estado de 2014 en Kiev y empezó a entrenar y armar al ejército ucraniano, el objetivo era claro: empujar a Moscú a una guerra de desgaste.

El guion parecía perfecto. Con más de 20 mil sanciones impuestas, el congelamiento de más de 300 mil millones de dólares rusos y la exclusión del sistema financiero occidental, Rusia debía caer en meses.

Pero no fue así. Rusia resistió, redirigió su comercio, fortaleció su producción interna y, en medio de todo, desplazó a Alemania del quinto lugar entre las economías más poderosas del planeta.

Europa, en cambio, perdió el gas barato que sostenía su industria, renunció al Nord Stream II sin protestar, y aceptó que Washington destruyera lo que era su única vía segura de energía.

Alemania, Francia y el Reino Unido -tan convencidos de que una Rusia vencida les garantizaría un trozo del botín- vieron derrumbarse su propio crecimiento. Hoy sobreviven en déficit, sin recursos naturales y sin horizonte económico.

Y mientras sus fábricas cierran y el invierno se aproxima, lo único que los líderes europeos parecen desear es una justificación. Necesitan una causa mayor que disimule su fracaso, una razón que explique por qué llevaron a sus pueblos al borde del abismo. Por eso, cada semana, sus provocaciones hacia Moscú se vuelven más temerarias.

Porque eso es lo que buscan: que Estados Unidos, bajo el gobierno de Donald Trump que no está tan distanciado de Moscú como lo estuvo Joe Biden, se vea obligado a acompañarlos. Sin la participación estadounidense, cualquier tentativa europea de mantener una confrontación directa con Rusia sería suicida.

El reciente intento de sobornar a un piloto ruso para que entregara un caza con un misil hipersónico Kinzhal y hacerlo estallar en territorio europeo, simulando una agresión rusa, no fue un hecho aislado: fue un síntoma. Si Rusia hubiese mordido el anzuelo, Europa habría tenido su pretexto perfecto para pedir a Washington entrar de lleno en la guerra.

En el frente de guerra, Ucrania es ya sólo un cascarón. Las pérdidas humanas superan cualquier cifra oficial: los informes de exmilitares estadounidenses hablan de más de un millón 800 mil de bajas.

Los últimos contingentes ucranianos resisten en bolsas de terreno cercadas, sin capacidad de maniobra, sin energía eléctrica y con un país sumido en la oscuridad.

Rusia ataca casi a diario las instalaciones energéticas y de transporte que aún sostenían el esfuerzo bélico de Kiev. No hay defensa antiaérea que logre detener los Kinzhal.

Del otro lado, Europa observa en silencio el derrumbe de su apuesta. Aun así, no permite que Zelenski se rinda. Lo sostienen con respiración artificial, sabiendo que cada día que pasa sólo prolonga el sufrimiento ucraniano. Pero no lo dejan caer, porque lo necesitan de pie: como bandera, como coartada, como última línea entre su fracaso y la evidencia.

El G-7 decidió reunirse a nivel de cancilleres con carácter de urgencia, dada la gravedad de la situación en Ucrania, donde Rusia mantiene el control total del frente de guerra y la infraestructura crítica está colapsando. En esta reunión, que concluye hoy en la Región de Niagara, los ministros discutirán las posibles respuestas que Europa puede dar ante esta realidad, evaluando medidas políticas, económicas y diplomáticas para sostener su estrategia.

Y con toda seguridad, sus gobiernos continuarán aferrados al conflicto ucraniano, a pesar de que ya no tienen base alguna para sostenerlo. La apuesta se mantiene, aunque la realidad muestre que no tiene salida; porque admitirlo equivaldría a reconocer que han perdido.

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