Gloria Analco
- ¿Trump merecedor del Nobel de la Paz? Teatro y farsa: la hegemonía a cualquier precio
La 80ª Asamblea General de la ONU volvió a mostrar la impotencia del mundo ante Gaza: Netanyahu habló en el pódium sin público, justificando lo injustificable; Donald Trump se proclamó ahí mismo pacificador de siete conflictos y aseguró que la paz en Gaza ya se estaba negociando, sumando el octavo… aunque Hamás lo desmintió. De algún modo, el Estado Profundo estadounidense dejó ver que es quien realmente maneja los conflictos que supuestamente resuelve Trump.
Ambos -Estado Profundo y Trump- hacen el uno-dos.
El primero lo va a respaldar hasta que consiga el Nobel de la Paz, que se anunciará el 10 de octubre próximo, dejando los conflictos en pausa, listos para reinstalarse según intereses geopolíticos y electorales.
Aunque Trump se proclama en cruzada por la paz, la realidad es que, incluso si recibe el Nobel, al día siguiente los conflictos volverán a reactivarse, desde Camboya hasta Gaza/Israel. Su “paz” es efímera, funcional a su autopromoción y al control estratégico del Estado Profundo, mientras la realidad sigue su curso.
En Asia, Trump asegura haber evitado una escalada en Camboya y Tailandia, La intervención del presidente estadounidense se limitó a manejar estratégicamente los conflictos, sin resolver las disputas históricas.
Lo que él llama “paz” funciona más como espectáculo que como estabilidad duradera, mientras el Estado Profundo mantiene control sobre la región e intenta frenar la expansión de China.
Entre India y Pakistán, Modi desmintió la mediación de Trump, mostrando nuevamente la brecha entre narrativa y realidad.
De Asia pasamos a África, donde la disputa entre Egipto y Etiopía por la Gran Presa del Renacimiento Etíope sigue sin resolverse, mientras Egipto refuerza su alianza estratégica con China.
Estados Unidos facilita acuerdos, como entre Congo y Ruanda, pero la violencia local no desaparece: estos pactos sirven para asegurar posiciones estratégicas y rutas geopolíticas, siempre con la mirada puesta en frenar a China.
En Europa, la intervención estadounidense también muestra su lógica estratégica: la proclamada paz en Kosovo y Serbia solo pausa el conflicto, mientras asegura intereses en la región.
La anécdota de la llamada de Trump a Viktor Orbán ilustra su estilo: busca intervención personal al preguntarle si su gobierno va a seguir comprando gas ruso; Orbán responde con independencia y un toque de desdén que dice más que mil discursos.
En Oriente Medio, Israel e Irán, y especialmente Gaza, revelan la misma dinámica: Trump proclama altos el fuego que no detienen la violencia, preocupado por su imagen antes de las elecciones intermedias y del elegido con el Nobel de la Paz próximamente, mientras Netanyahu se mantiene listo para reanudar la ofensiva.
La intervención estadounidense funciona como gestión estratégica, asegurando corredores y rutas comerciales, mientras el Estado Profundo se beneficia de la inestabilidad para mantener influencia y frenar cualquier actor externo que amenace su control.
La gran lección: la paz proclamada por Trump no pasa de relato, útil para titulares y desconectado de la realidad. Cada tregua es parte de un tablero más amplio: el Estado Profundo impulsa estos conflictos para frenar a China y asegurar hegemonía global, y Trump le sigue los pasos a condición de recibir el Nobel de la Paz.
Mientras el mundo aplaude la paz en titulares, los conflictos respiran tras bambalinas, recordándonos que el verdadero espectáculo es la farsa de la hegemonía.