Shanghái y el fin del cuento estadounidense
La cumbre de Shanghái no fue un simple encuentro diplomático: fue el estreno mundial del verdadero poder multipolar, con Putin, Xi y Modi como protagonistas, y Kim Jong-un aportando su peso nuclear, recordándonos que hay bloques que no se rompen con berrinches ni tuits.
Tres gigantes con población, territorio y armas nucleares juntos; un escenario que deja a Washington con las manos vacías y el ego hecho trizas.
Se abrió el debate global: ¿el mundo multipolar ya camina o sigue siendo un proyecto en PowerPoint?
Algunos dudan, otros niegan. Yo digo que sí, ya está en marcha, y los hechos no mienten: la coordinación política, económica y militar de China, Rusia e India, sumada a la capacidad nuclear de Corea del Norte, deja claro que esto no es futuro: es presente ante más de 20 líderes mundiales, asistentes a la reunión de OCS y a los festejos en Pekín por el megadesfile militar por el 80 aniversario del fin de la II Guerra Mundial.
Quien no lo vea, se aferra a la fantasía de un Estados Unidos todopoderoso que hoy solo puede llorar en Twitter.
Trump, fiel a su papel de excéntrico principal, no pudo resistir: tuiteó que Xi, Putin y Modi conspiraban contra Estados Unidos. Más tarde, un asesor suyo tuvo que aclarar que solo ironizaba. Claro, todos sabemos que el trasfondo era puro ego y celos por no estar donde realmente se deciden los grandes asuntos.
Mientras tanto, el Estado Profundo de EE. UU. sigue desplegando su maquinaría global: reforzando a los países bálticos, fortificando Rotterdam, metiendo las narices en Moldavia, Azerbaiyán y Armenia, y cercando aún más a Rusia. Todo con frialdad estratégica… pero ya sin el glamour de un mundo que se inclina ante Washington.
El “Momento Oréshnik”, arma rusa no nuclear pero altamente disuasiva, marcó límites físicos que Estados Unidos ya no puede ignorar.
En lo económico, los derivados financieros alcanzan cifras astronómicas; cualquier crisis financiera será manejada por los BRICS y la OCS, no por Washington. La multipolaridad ya no es promesa: es hecho, sólido, operativo y temido.
La decadencia estadounidense es tan obvia que analistas de alto perfil de ese país, como Jeffrey Sachs, John Mearsheimer, Scott Ritter, Larry Johnson y William Wilkerson lo reconocen: la soberbia de EE. UU. ha generado crímenes graves y un neocolonialismo económico cada vez más agresivo. Y ahora que se ve superado, Washington intensifica sanciones, presiones y conflictos, como quien intenta mantener el brillo de un trono vacío, aseguran.
Larry Johnson, parafraseando a países afectados, lo dice sin rodeos: “Ya no vamos a seguir en la posición en la que tú, Estados Unidos, puedas intimidarnos, amenazarnos, sancionarnos, hacernos daño y usar tu dólar como garrote. No, eso ya se acabó”.
Mientras tanto, Trump sigue siendo el excéntrico mostrando en redes frustración mientras el mundo avanza sin él.
China y Rusia, con instituciones propias y banca alternativa, reorganizan el mundo: trato entre iguales, coordinación estratégica y desarrollo compartido. India ya se sumó plenamente, mientras Trump, berrinchudo, tuitea y se desespera por no estar en la foto donde realmente se deciden los grandes asuntos globales.
Mientras estos actores buscan equilibrio y cooperación, Estados Unidos despliega su maquinaria de guerra silenciosa, presión económica y manipulación de aliados. Todo un espectáculo de fracasos estratégicos, con Trump soñando con el Nobel de la Paz mientras protagoniza su propia Divina Comedia.
En Pekín se mostró el DF-5C, misil balístico intercontinental con alcance planetario, confirmando que la multipolaridad no es teoría: es tangible, global y disuasiva.
Cada país decidirá pronto su rumbo, pero este mundo ya existe: más sólido, estratégico y con potencial económico y bélico superior al sistema que Estados Unidos inventó para sí mismo.
ESCARAMUZAS POLÍTICAS
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