Gloria Analco
TRUMP EXTORSIONA A SU PROPIA CLASE EMPRESARIAL Y LA TIENE EN JAQUE
Donald Trump ha entrado en franca competencia con su propia clase empresarial, disputándose los mismos recursos que ahora presume haber obtenido. No se trata de un logro económico ni de una estrategia brillante, sino de una extorsión disfrazada, ejecutada a través de los aranceles que impone sobre las importaciones.
Los mayores ingresos fiscales del gobierno son, en realidad, el resultado de asfixiar a la base productiva, lo que a mediano y largo plazo deteriora el crecimiento, el empleo y el bienestar general.
Los impuestos adicionales que carga a las empresas no son un apoyo a la industria nacional, sino un castigo que limita su capacidad para invertir, crecer y generar empleo.
El dinero que el gobierno exhibe como un triunfo fiscal no viene de afuera ni de nuevas inversiones, sino directamente del bolsillo de empresarios y consumidores estadounidenses.
Las empresas que dependen de insumos y productos importados enfrentan ahora costos más altos, recursos que antes destinaban a innovación, expansión o contratación se ven absorbidos por el pago de estos impuestos extras.
Esta carga reduce su competitividad y obliga a trasladar esos costos al consumidor, elevando los precios y mermando el poder adquisitivo de la clase media y los trabajadores.
Lejos de impulsar la prometida reindustrialización, la política arancelaria ha generado un freno que ralentiza la economía real.
Además, esta estrategia mina la confianza empresarial. La incertidumbre generada por cargas impositivas impredecibles hace que las empresas pospongan inversiones y proyectos, frenando la innovación y la generación de empleo.
En lugar de estimular el desarrollo, los aranceles actúan como un lastre que hunde a quienes deberían ser los aliados del gobierno en la reactivación económica.
El éxito económico no debe medirse únicamente por lo que recauda el Estado, sino por la salud y fortaleza de las empresas que sostienen la economía y crean empleos. En este sentido, la política de Trump es contradictoria y peligrosa, porque compite directamente con la economía real que pretende proteger.
Si Trump realmente quiere reactivar la industria estadounidense, debe abandonar esta estrategia de extorsión interna y convertirse en un verdadero aliado de su clase empresarial y comercial.
Facilitar la inversión, la innovación y el crecimiento debe ser la prioridad, no cargar más impuestos que estrangulan a las empresas y ponen en riesgo su supervivencia.
Mientras tanto, muchas empresas luchan por mantenerse a flote bajo esta carga creciente. Y si el motor empresarial se detiene, todo el país pierde.
Quizá por eso el propio Trump pospone una y otra vez la aplicación de nuevos aranceles, consciente del daño que pueden causar.
Pero la pregunta permanece: ¿cuánto tiempo podrá sostenerse esta política sin fracturar el tejido económico que sustenta a toda la nación?