ESCARAMUZAS POLÍTICAS

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Trump y Putin frente al botón rojo, como en su día Kennedy y Jruschov

Gloria Analco

La historia se repite -aunque con distintos protagonistas y escenarios- en dos momentos clave de la era moderna en que el mundo ha estado al borde de una guerra nuclear: primero: en 1962, con la Crisis de los Misiles en Cuba, y ahora, en 2025, con el conflicto en Ucrania y la inminente reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska, donde podría disiparse esa amenaza
Ambos episodios revelan que, en los grandes tableros del poder mundial, las decisiones que afectan a millones se toman entre Washington y Moscú, dejando fuera a los líderes de los países donde se desarrollan los conflictos.
Esta vez, además, el escenario tiene un simbolismo peculiar: Alaska fue territorio ruso hasta 1867, cuando el zar Alejandro II lo vendió a Estados Unidos por apenas 7.2 millones de dólares.
Allí, el próximo 15 de agosto, se verán las caras Trump y Putin.
Los grandes medios occidentales han silenciado que, en varios tramos del conflicto iniciado en febrero de 2022, el mundo estuvo más cerca de una guerra nuclear de lo que se reconoce públicamente.
Analistas geopolíticos han señalado incluso que se puso en marcha una sofisticada guerra psicológica diseñada desde el Deep State estadounidense, con el objetivo de empujar a Putin a un error de cálculo que justificara el envío de armas nucleares a su territorio.
Sin embargo, esa presión “calculada” -según sus think tanks-, chocó con la paciencia y la frialdad estratégica de Putin, que ha actuado tanto como escudo como principal contención para evitar la catástrofe en más de una ocasión, frente a provocaciones de la OTAN y de los líderes occidentales que parecen no comprender que enfrentan a la potencia nuclear mejor armada del planeta.
Hoy, esos mismos líderes tratan de impedir que Putin y Trump alcancen un acuerdo que ponga fin a la guerra en Ucrania, porque contravendría los planes del Deep State de prolongar el conflicto hasta lograr la fragmentación territorial de Rusia. Ni siquiera el riesgo de una guerra nuclear parece disuadirlos.
En 1962, John F. Kennedy y Nikita Jruschov negociaron la retirada de los misiles soviéticos de Cuba dejando fuera al propio Fidel Castro.
El líder cubano, que en sus inicios no era comunista, buscaba liberar a su país de la tutela de Estados Unidos Unidos, cuyas corporaciones y mafias controlaban sectores como la electricidad, el teléfono, los mejores campos agrícolas, las principales empresas y hasta los casinos.
La nacionalización de esos recursos -como ya había hecho México con la electricidad, el petróleo y el servicio telefonico- encendió la hostilidad de Washigton y empujó a Castro hacia Moscú.
Pero llegado el momento crítico, Cuba quedó reducida a espectadora.
En el presente, Volodímir Zelenski vive su propio ninguneo:
Putin y Trump pactaron reunirse en Alaska sin mencionarlo, aunque crece la presión para incluirlo en la cumbre.
¿Se apartarán del guion histórico los líderes actuales de Estados Unidos y Rusia? Europa ya ha reaccionado advirtiendo que no podrá haber acuerdo sin sus condiciones. Aunque envía a Ucrania como vocera, en realidad reclama su propio asiento en la mesa de negociaciones que podría surgir del encuentro del viernes.
La gran diferencia es que Fidel Castro mandaba en Cuba y defendía su soberanía; Zelenski no controla el rumbo de la guerra en su país. Estados Unidos lo impulsó tras un golpe de Estado en Ucrania, convirtiéndolo en ficha de un tablero diseñado en Occidente.
Mientras más de un millón y medio de ucranianos han muerto -frente a unos 120 mil rusos-, Zelenski recurre a sus aliados europeos más cercanos, como el británico keir Starmer, el francés Emmanuel Macron y el alemán Friedrich merz, para prolongar una guerra que día a día destruye su nación.
Ese bloque europeo se resiste a que Trump y Putin puedan sellar un acuerdo de paz. Incluso si logran colar a Zelenski en la cumbre -algo que los grandes medios occidentales promueven activamente-, poco cambiará respecto a lo que decidan las dos potencias.
En 1962, el destino de Cuba lo decidieron Kennedy y Jruschov. En 2025, el futuro de Ucrania podría sellarse igualmente: entre Washington y Moscú, mientras Zelenski y Europa entera observan desde la grada.
La diferencia es que esta vez, si fracasa la sensatez en Alaska, no habrá margen para un nuevo capítulo: lo que está en juego no es sólo el mapa de Ucrania, sino la línea que separa al mundo de su aniquilación nuclear.
En todo caso, Putin se empleará a fondo con su armamento en Ucrania hasta obtener la capitulación de Zelenski.

 

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