ESCARAMUZAS POLÍTICAS

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Gloria Analco

  • LA HUMILLACIÓN Y EL VASALLAJE TRASATLÁNTICO

(Cuando un imperio impone sin diálogo, y su vasallo obedece sin dignidad, la soberanía se desploma y la unidad se deshace)

 

Donald Trump no negoció con Europa: dictó términos. Y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, sin el menor gesto de dignidad política, acató como fiel servidora, no de los pueblos europeos, sino de una élite trasatlántica unificada, subordinada a los intereses estratégicos de unas castas que dominan ambos lados del Atlántico.

El bloque comunitario europeo y Estados Unidos llegaron a un acuerdo comercial bastante desigual, el cual establece un arancel del 15 por ciento a los productos europeos; además, la UE aceptó comprar 750.000 millones de dólares en productos energéticos estadounidenses, más caros que los que ofrecía Rusia; invertir 600.000 millones en la economía de EE.UU y cero este país en la Europa; abrir sus mercados al comercio procedente de ese país con aranceles cero, y, para rematar, adquirir “grandes cantidades” de equipamiento militar del país norteamericano.

Trump, en el acto en que sello el pacto se abstuvo de ser muy expresivo en su celebración, temeroso de que su interlocutora percibiera la atrocidad que acababa de firmar y se echara para atrás. 

Cabe preguntarse qué tan facultada está la presidenta de la Comisión Europea para decidir en nombre de un conglomerado de países soberanos sobre temas que, en realidad, corresponden a cada Estado miembro.

La Comisión Europea, por diseño, no tiene competencias plenas para negociar políticas exteriores o comerciales de alcance global sin el consentimiento explícito y unánime de sus integrantes.

Sin embargo, Ursula von der Leyen ha asumido atribuciones que exceden ese marco, imponiendo decisiones y acatando imposiciones externas sin consulta ni respaldo democrático. 

Este acto no solo evidencia su sumisión, sino que también revela la fragilidad institucional y la crisis de legitimidad en que se encuentra la Unión Europea.

Hay que decirlo, el espectáculo de sumisión protagonizado por Ursula von der Leyen frente a Donald Trump es mucho más que una anécdota diplomática.

Es la fotografía exacta del colapso del proyecto europeo como actor soberano.

Lo que debió haber sido una negociación entre aliados estratégicos se convirtió en un acto de imposición unidireccional, ejecutado sin resistencia. Y eso, en geopolítica, se llama vasallaje.

La Unión Europea nació con el sueño de una Europa unida, capaz de resistir las hegemonías y proponer una tercera vía entre la sumisión atlántica y los nacionalismos de antaño.

Pero ese sueño se evaporó.

Hoy, la UE no es más que una estructura vacía, gestionada por tecnócratas sin legitimidad popular, funcionales a los intereses del complejo financiero-industrial global, con sede en Washington, Nueva York y Bruselas.

La presidenta de la Comisión no representa a Europa, sino a BlackRock, al Foro Económico Mundial, a la OTAN. Es decir, no obedece a los pueblos, sino a las castas que han concentrado el poder global.

Por eso pudo agachar la cabeza sin rubor ante un Trump que no oculta su desprecio por la diplomacia europea ni por el orden multilateral que ellos mismos diseñaron tras la Segunda Guerra Mundial.

Y en esta coreografía del vasallaje no podía faltar Londres, que aunque se desprendió formalmente de la Unión Europea con el Brexit, nunca abandonó su puesto en la mesa atlántica.

A la hora de imponer castigos a terceros, como a Rusia, China o incluso América Latina, el Reino Unido vuelve a sentarse hombro con hombro con Bruselas y Washington, haciendo valer su papel de ejecutor fiel del orden financiero global.

Fuera de Europa para lo económico, dentro de Europa para lo punitivo: esa es la doble moral británica.

Este momento podría pasar a la historia como el principio del fin de la Unión Europea.

Ya no hay un proyecto político coherente, ni una voluntad común, ni una soberanía compartida. Solo queda la obediencia.

Lo que se impone ahora es la fragmentación. Esa balcanización que Occidente soñaba para Rusia, se está gestando en Europa, incubada desde dentro, facilitada por sus propias élites.

Los Estados miembros empiezan a desmarcarse. Los del Este responden directamente a EE.UU., los del Sur están asfixiados económicamente, y los del centro vacilan entre el sometimiento y la desorientación.

 Francia está muda. Alemania, desdibujada. Italia, errática. Solo Hungría parece saber dónde está parada.

Nada de esto ocurre por azar. Es la consecuencia directa de la voracidad imperial estadounidense, que ya no necesita misiles para someter, sino acuerdos comerciales redactados bajo amenaza.

Pero también es el resultado de la complicidad de las élites europeas, esas que han renunciado a toda soberanía a cambio de mantenerse en el club de los que “administran” el desastre.

Europa, como unidad política y civilizatoria, se disuelve en cámara lenta. Y no hay discurso que pueda revertir esa implosión. 

Lo advirtió De Gaulle cuando se opuso a que el continente dependiera de Washington. Hoy sus palabras resuenan como advertencia no escuchada.

Los imperios no mueren por golpes externos, sino por rendiciones internas. 

Y Europa ya se rindió. Lo acabamos de presenciar: en un despacho frío, donde una funcionaria obedeció sin dignidad a un emperador de peinado imposible.

Pero la historia no se fijará en el peinado, sino en la genuflexión. Esta genuflexión no será olvidada ni perdonada por la historia.

Reacciones europeas al vasallaje trasatlántico

No todos en Europa han recibido con resignación la humillación infligida por Trump y la sumisión de von der Leyen. 

El Canciller Friedrich Merz, del partido alemán CDU, declaró recientemente que la Unión Europea no puede seguir actuando como un socio menor subordinado a los intereses estadounidenses.

Merz advirtió sobre la necesidad urgente de reforzar la autonomía estratégica europea, enfatizando que la dependencia excesiva pone en riesgo la soberanía y la estabilidad del continente.

Por su parte, el presidente francés Emmanuel Macron, en declaraciones recogidas por la prensa europea, llamó a la Comisión a recuperar una voz más firme y a fortalecer la integración política para enfrentar los retos globales sin sucumbir a las presiones externas.

Aunque sus palabras fueron mesuradas, evidencian la inquietud que provoca la crisis de legitimidad y liderazgo.

En España, Pedro Sánchez ha expresado su preocupación por la unidad europea y la necesidad de un frente común, aunque la capacidad de acción efectiva del gobierno español parece limitada ante la hegemonía atlántica.

Mientras tanto, en Europa del Este, las respuestas son más encontradas, con países como Polonia y Hungría inclinándose cada vez más hacia la alianza directa con Washington, dejando en evidencia la fragmentación creciente europea

Estas reacciones muestran que, aunque la humillación fue unánime, la resistencia interna comienza a tomar forma, pero si no se traduce en cambios estructurales profundos, Europa seguirá su curso hacia su desintegración. 

 

Redacción/dsc
Redacción/dsc
Periodista en crecimiento; siempre buscando algo que contar.

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