lunes, junio 16, 2025

ESCARAMUZAS POLÍTICAS

Gloria Analco

RUSIA: LA PIEZA MAYOR EN EL TABLERO DE GUERRA
El ataque sorpresa de Israel contra Irán -que cobró la vida de altos mandos militares y científicos clave del país persa- no es un episodio aislado ni un simple choque regional: es un espejo donde se refleja el diseño mayor de Estados Unidos, que apunta hacia sus dos principales rivales.
Forma parte de una manipulación estratégica, donde Washington instrumentaliza a sus aliados: delega a Israel el papel directo y provocador en Oriente Medio, mientras que en Europa utiliza a sus socios para desgastar a Rusia en Ucrania.
Israel no es el protagonista: es el instrumento de Estados Unidos para controlar Medio Oriente y obstaculizar cualquier tramo de la nueva Ruta de la Seda propuesta por China.
Esta idea del “gran giro hacia Asia” por parte de EE. UU. es clave. Explica la escalada, la planificación y la lógica que conecta todos los focos de conflicto. Según su elaborado diseño, Europa carga con la guerra proxy contra Rusia, mientras Washington reorganiza su estrategia global para contener a China y, al mismo tiempo, echa a andar otra guerra proxy, ahora contra Irán.
El bombardeo a Irán no es un desliz de Israel: es parte del libreto.
El objetivo: dominar Eurasia para sostener la hegemonía.
Estados Unidos pone a andar a sus aliados, planifica a gran escala y asigna a Donald Trump y a Benjamín Netanyahu los papeles que deben interpretar. Es un diseño profundo, que trasciende a la propia presidencia de EE. UU. Es el Estado Profundo -controlado por las élites del dinero- el que ejecuta la estrategia.
En ese plan están implicados el complejo militar-industrial, Wall Street, los grandes fondos financieros, los think tanks estratégicos y las élites globalistas, que, aunque puedan tener diferencias de forma, coinciden en el objetivo.
Estados Unidos ya no puede controlar Eurasia sin quebrar o someter a los tres polos incómodos: Rusia, Irán y China.
Atacar a Irán es un movimiento táctico que busca aislar a Rusia y medir la respuesta de China, en medio del conflicto prolongado en Ucrania, extendido por la intervención directa de la OTAN que encabeza EE. UU.
La hegemonía estadounidense ya no se sostiene solo con dólares o portaaviones, sino con el control de rutas, recursos, tecnologías, alimentos y narrativas. Y tanto Rusia como China están en el centro de todo ello.
Mientras la opinión pública occidental se pregunta si Israel se ha descontrolado o si EE. UU. será arrastrado a un nuevo frente de guerra, el tablero completo revela otra cosa:
No presenciamos reacciones, sino la ejecución de un plan largamente preparado.
Como antes en Ucrania, ahora en Medio Oriente, Estados Unidos opera con instrumentos -proxys- que hacen el trabajo sucio mientras la potencia preserva su imagen imperial.
Pero el objetivo central no ha cambiado: Rusia es la gran pieza que desean quebrar, desintegrar y ocupar. Su inmenso territorio y recursos son demasiado valiosos para un imperio en declive que necesita reinventarse a costa de otros.
El modelo fue perfeccionado tras una década de guerras directas que dejaron maltrecha la reputación de Washington.
El Pentágono, con centros como Brookings o la Rand Corporation, concluyó que debían dejar de enviar tropas propias para evitar el rechazo interno y el desprestigio global. Así nació la era de las proxy wars: guerras tercerizadas, sin comprometer soldados propios, y transfiriendo el costo político, humano y moral a sus aliados subordinados.
Ahí está el caso de Europa y la OTAN. Y ahora, la historia se repite en Medio Oriente con Israel.
La estrategia es la misma: provocar a potencias rivales hasta empujarlas a reaccionar, mientras los think tanks ya tienen redactados los guiones mediáticos para presentar al agresor como víctima y al diseñador del conflicto como salvador.
Israel no es el autor de esta guerra: es su instrumento. Como antes Zelenski.
Estados Unidos reconfiguró su despliegue militar en la región mucho antes de que estallara el conflicto. Posicionó tropas, defensas antimisiles y reorganizó bases ilegales. Todo estaba listo. Solo faltaba una chispa: Israel la proporcionó. Washington fingirá ser “arrastrado” al conflicto -si se le complica controlar a Irán- cuando en realidad todo fue meticulosamente calculado. Nada de esto habría ocurrido sin el arsenal y el apoyo logístico que garantizó EE. UU. de antemano.
Lo más inquietante es que Israel ha sido convertido en el villano perfecto. Su desprestigio internacional se agudiza, la indignación por sus crímenes es generalizada, y eso prepara el terreno para lo impensable.
Si Israel utilizara armas nucleares -por ejemplo, contra Irán- ¿alguien se sorprendería? ¿Quién podría responder?
Washington solo tendría que decir: “Les advertimos que no lo hicieran”. Y lavarse las manos, mientras el daño ya está hecho.
Pero lo que hay detrás es más profundo: se trata de un rediseño del orden mundial.
El plan es claro: desestabilizar Medio Oriente para cortar el suministro de hidrocarburos que sostiene el auge económico de China, y luego girar el eje hacia Asia. Pero antes, necesitan doblegar a Rusia, la mayor reserva de recursos del planeta, con una población de apenas 140 millones. No pueden soñar con ocupar China, pero sí con Rusia: ese es el botín mayor.
Aquí es donde la pieza rusa se vuelve central.
Estados Unidos, heredero directo del viejo imperialismo británico, siempre supo que la dominación mundial requería apropiarse de los recursos estratégicos. Y Rusia -territorio continuo más grande del mundo, más extenso que China y mucho menos poblado- es el gran objetivo. Su conquista, directa o fragmentada, es la meta final del ajedrez geopolítico que se está jugando. China vendrá después.
En esta estrategia, los presidentes son prescindibles. Trump fue vendido como “el presidente de la paz”, solo para adormecer al mundo mientras se reconfiguraba el tablero.
Los poderes reales operan desde las sombras, decidiendo quién cae, quién será destruido y quién será usado como carnada.
Hoy, el mundo presencia el colapso moral de Israel y el descrédito global de Estados Unidos como potencia confiable. Pero lo que viene puede ser aún más grave.
Esta guerra no ha terminado. Ni se limita a Gaza, Irán o Ucrania. Es una guerra de conquista global. Una guerra silenciosa, donde las piezas ya están sobre el tablero.
Bajo la apariencia de conflictos locales, se ejecuta una estrategia global, y hay que tener esto presente:
Estados Unidos mueve las piezas desde las sombras, empuja a sus aliados a la confrontación, y prepara el terreno para un rediseño del orden mundial.
Y Rusia es la pieza mayor del tablero.

 


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