Gloria Analco
- UU. VENDERÁ GAS RUSO A EUROPA
- ¿La guerra como pretexto?
El que Estados Unidos termine como intermediario del gas ruso tras haber promovido la guerra en Ucrania, es para dejar perplejo al mundo entero -y con razón
Esta es la jugada maestra que guardan bajo la manga Donald Trump y Vladimir Putin para lograr poner fin a la guerra en Ucrania, según arrojan diversos indicadores, y no creo que se trate sólo de una conjetura mía. Tengo bases sólidas para sostenerlo.
Europa, atrapada en su propia narrativa, va a verse forzada a aceptar un arreglo que no controla y que debilita su protagonismo, perdido poco a poco conforme avanzaba el conflicto ucraniano.
El gas ruso, tan combatido en el discurso, les va a regresar por la puerta trasera, envuelto ahora en la bandera de las barras y las estrellas.
La jugada es simple y brutal: si el gas ruso les llega más barato por vía estadounidense, ¿cómo podrían decir que no? Tendrán que dar su brazo a torcer y aceptar el acuerdo a que lleguen Estados Unidos y Rusia, sin más.
Quizás no haya otra forma de que la guerra cese abruptamente y que se imponga, como tantas veces en la historia, el interés económico por encima de los principios -un tanto nebulosos- que los propios líderes europeos han esgrimido.
La paradoja del gas ruso vendido por EE.UU. sólo puede explicarse por el cambio de mando en Washington: un presidente saliente impulsó la guerra, y el actual busca ponerle fin.
Y eso lo saben los líderes europeos más influyentes, que en estos días han hecho todo lo posible por entorpecer cualquier acercamiento entre Washington y Moscú.
Pero no sólo eso, hablamos de dos potencias que personificaron el mundo bipolar durante décadas, que estuvieron al borde de una guerra nuclear con la crisis de los misiles en Cuba, que trazaron el telón de acero y dividieron el planeta en bloques irreconciliables.
En definitiva, la carga simbólica y real que implica que Estados Unidos y Rusia, enemigos jurados durante la Guerra Fría, puedan terminar unidos por intereses energéticos es de un dramatismo que roza lo tragicómico.
Que hoy, en plena narrativa de confrontación -cuando Joe Biden todavía en las primeras semanas de enero último hacia esfuerzos casi con desesperación por enviar armamento y dinero a Ucrania, porque el tiempo se le acortaba-, ambos países puedan llegar a un entendimiento tácito o explícito en torno a algo tan estratégico como el gas y quizás, ¿por qué no? el petróleo también, no es sólo una paradoja: es una ironía con carga de bomba atómica.
Este movimiento, de concretarse, significaría un vuelco geopolítico dramático y una de las más grandes paradojas del siglo XXI.
El país que alentó la guerra en Ucrania con fines claramente hostiles hacia Rusia, será socio indiscutible y por acuerdo pacífico y de conveniencia para ambas partes, lo cual, más allá de lo simbólico lo sustancial será esto:
Si el acuerdo avanza, Europa no tendrá margen para oponerse. ¿Qué país europeo puede permitirse rechazar gas más barato, aún si proviene de Rusia, si llega revestido con el sello comercial estadounidense?
Será la lógica del mercado venciendo a la retórica ideológica, que no pudo hacerse presente cuando Estados Unidos -de Joe Biden- presionó para que Europa le comprara su gas licuado, mucho más caro que el que ofrecía Rusia.
Comprar gas licuado estadounidense ha resultado demasiado costoso para las economías europeas, especialmente tras los sabotajes y la paralización del Nord Stream.
Pero si Trump -con su perfil de empresario por encima del político- va a lograr cerrar un acuerdo con Putin de esta naturaleza, la guerra dejaría de ser rentable para Europa y pasaría a ser un obstáculo.
Vladimir Zelenski, líder de Ucrania -cuesta trabajo llamarle presidente-, pieza funcional de esa estrategia ha endurecido su discurso, aconsejado sobre todo por Gran Bretaña y Francia, poniendo objeciones constantes a cualquier posibilidad de acuerdo de paz.
Sin embargo, hay signos que no pueden ignorarse:
A raíz de las conversaciones de los gobiernos de EE.UU. y Rusia, fueron cada vez más persistentes los rumores de que ambos países se harían cargo de poner nuevamente en operación los gasoductos Nord Stream 1 y 2. No cabe que lo hagan sólo para su beneplácito.
La semana pasada salió eufórico el canciller ruso, Serguéi Lavrov, a declarar que ya habían logrado un acuerdo, y que por cortesía Rusia se abstenía de anticipar cualquier cosa, que su gobierno había optado por que fuera el anfitrión de las conversaciones, Donald Trump, quien lo diera a conocer.
Fue muy significativo su entusiasmo y hasta alegría diría yo-, algo completamente inusual en su personalidad, que más bien parece ser la de un hombre hosco.
“El acuerdo entre Rusia y Estados Unidos ya está prácticamente listo”, dijo Lavrov muy sonriente.
También Trump señaló que quienes participan en las pláticas están “muy cerca” de lograrlo. “Ya verán, este asunto sí va a arreglarse muy pronto”.
Trump ha prometido gobernar como empresario. Lavrov ha sonreído. El gas ruso podría volver a Europa con acento americano. La guerra, entonces, no habrá sido más que una gran transacción, en la que los europeos no participarán.