Eréndira, espejo de la Malinche

Fecha:

Luis Alberto García / Pátzcuaro, Mich.

*Desempeño impecable, heroico y progresista.
*Eduardo Ruiz mostró a una mujer de gran valor.
*Dueña de sí misma, patriota, casta y con ideas propias
*Contraste frontal con la Malintzin de Hernán Cortés.

Para algunos críticos y especialistas en literatura del siglo antepasado, el relato sobre Eréndira Ikikunari es un híbrido entre historia, novela, leyenda popular y ensayo político, ubicándose en un momento crítico de la historia de la globalización: el “encuentro” entre purhépechas y españoles.
En el relato completo la heroína tiene un papel que cubre un amplio registro de posiciones políticas, todas correctísimas incluso dentro del difícil equilibrio entre arrojo y virtud femenina que exigía la posición liberal decimonónica.
Eduardo Ruiz Álvarez inventó literariamente un personaje histórico femenino que sirviese de ícono e inspiración alternativa, una otra historia, aparentemente fuera de las disputas en las que la historia verosímil está sumida a finales del XIX.
Una mujer india que en el mismo escenario de la Malinche -violencia, caos, muerte, alianzas, traiciones, transformaciones-, todo lo que significó la llegada de los conquistadores españoles al territorio americano en el siglo XVI que tuviese un desempeño impecable, heroico y progresista.
Ningún defecto que justificar, ninguna inferioridad que heredar: mostró a una mujer de gran valor, capaz de traspasar fronteras de género y cultura, articulando así las posiciones más encontradas y transitando, con las armas de la conquista, hacia la resistencia y la coexistencia.
Dueña de sí misma, patriota, con ideas propias y casta, en frontal contraste con la Malinche, la Malintzin del conquistador Cortés, a quien la historiografía liberal decimonónica marcaba como traidora, en todo caso redimible sólo por ser madre de mestizos.
En el relato de Ruiz, la castidad de Eréndira no es producto de la santurronería, sino un efecto no buscado, pero asumido, de su enamoramiento hacia un santo varón.
Ruiz no explica qué literatura de ficción influenció su obra -lo cual no es reprochable, desde luego-; pero sabemos, por su relación personal con Vicente Riva Palacio, sus lecturas de la Revista de México, publicada por Ireneo Paz, el abuelo de Octavio Paz y autor de Doña Marina.
Es una novela histórica de 1883, de ese cosmos en que liberales y conservadores en México y España debaten qué significó para México ser un territorio conquistado y colonizado por España y cuál es la función ideológica de Malinche, “la lengua” de Hernán Cortés, la “matriz” de México.
El término malinchismo se había difundido desde la década de1930 y para 1860 ya era uso común llamar malinchista a quien valora más lo extranjero que lo propio, y el problema de significar genéricamente la relación paradigmática entre Malinche, Cuauhtémoc y Cortés, estaba presente entre los “hombres de letras” de la época de Ruiz.
En su escrutinio de la figura de la Malinche en la literatura mexicana, otros autores recuperan la perspectiva de Víctor Turner sobre la revolución de independencia y nos habla de la Malinche como un “paradigma raíz”, un modelo cultural que, más allá de la esfera moral, expresa su vitalidad en una serie de dramas sociales.
Malinche es para Turner un palimpsesto donde se inscriben una y otra vez, reformulados, los textos que hablan sobre las relaciones entre varones y mujeres en el contexto temático del nacionalismo.
Más que otro “tipo nacional” (estereotipo) al lado y en competencia con la china poblana, la tehuana, la jarocha, la mestiza de Yucatán, Eréndira Ikikunari debe entenderse en una relación dinámica y tensa con el personaje histórico del cual es antítesis: doña Marina, la Malinche.
La designación de cada una de ellas no se da mediante cierto regionalismo no analizado suficientemente con el tiempo.

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