MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
“Todavía no ganas la elección y ya estás vendiendo lo que no es tuyo”, reclamó Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, a Andrés Manuel López Obrador, y, éste, se escurrió; no respondió. Elemental, el tabasqueño evitó atender cuestionamientos y, cuando quiso, esgrimió mentiras a medias.
Pero, este lunes, López Obrador presumió: “No caí en ninguna provocación, no dije mentiras, para no engancharme, no enojarme; cuando terminó el debate, dije: salí de la calumnia ileso, la libramos”.
Pero, finalmente incurrió en ese desplante que evitó en el debate. Porque, en esa discusión en torno de los dos o tres departamentos que José Antonio Meade demostró que son de su propiedad, refirió que desde hace diez años no son suyos, porque cedió a sus hijos la parte que correspondió por la venta de éstos, aunque en el Registro Público de la Propiedad están a su nombre.
“Ni modo, ternurita, ya no vas a tener departamento”, fanfarroneó López Obrador y se enganchó en una discusión.
¿Fueron calumnias las acusaciones y reproches que le hicieron sus contrincantes en el debate dominical, el primero de tres, el que diríamos round de sombra y la pauta para hacer campaña de verdad?
Porque, lo que expusieron fue el slogan de campaña, el mensaje de propaganda, las frases de proselitismo, sin aterrizar en propuestas concretas, específicas. Y los temas de la corrupción y del combate a la delincuencia fueron pauta para acusarse mutuamente. Así, entonces, quién de los cinco es más o menos corrupto e incapaz de combatir al crimen organizado.
Los cinco han sido servidores públicos y no precisamente en cargos menores. Uno fue secretario de Hacienda y de Desarrollo Social, además de canciller; otro fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México (entonces Distrito Federal) y dirigente partidista; otro fue líder nacional de un partido y presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados; uno más legislador, alcalde y gobernador; en tanto, la candidata fue diputada federal y primera dama del país.
Pero, en los archivos de la memoria nacional no hay una evidencia de que, en sus cargos, hayan por lo menos influido en el combate a la corrupción y la inseguridad. En cambio, uno de ellos, no sólo ofrece amnistía a los criminales, en un juego de palabras que enreda el concepto y aterriza, incluso, en desdeñar los servicios del Estado Mayor Presidencial. Sí, es Andrés Manuel.
Y es que, López Obrador se considera triunfador de una elección que no ha ocurrido, se asume sucesor de Enrique Peña Nieto y, como refería aquel promocional de la Lotería Nacional, “ya se vio” en Los Pinos y asegura que ya le ofreció a Donald Trump la venta del avión presidencial, el TP01, que dice que no tiene ni Obama, aunque Obama no lo puede tener porque no es Presidente y, cuando fue, no lo tuvo en propiedad, como Peña Nieto no es dueño del TPO1.
Por eso, por estas y otras ofertas que ha hecho recurrentemente, nadie puede llamarse sorprendido porque los otros cuatro contendientes enderezaran sus baterías con el objetivo de descarrilarlo, de tumbarlo de ese porcentaje que presume como garantía de triunfo electoral.
Es una estrategia elemental, de primaria. ¿O acaso alguien esperaba que Margarita, José Antonio, Ricardo o Jaime no tocarán a Andrés Manuel y se fueran por la oferta de campaña, por la promesa del Maná? No, un debate es un debate y, en este, los trapos sucios se airean públicamente; no es un encuentro para demostrar quién sabe más para gobernar. No, es para demostrar cómo se puede desbarrancar al vecino de enfrente y resulta que quienes quieren ser inquilinos de Los Pinos, no desean que el dueño de Morena tenga las llaves. Pero.
¿Quién ganó el debate? Apenas había concluido este encuentro verbal de los cinco aspirantes a la Presidencia de la República, cuando en las redes sociales la prisa por instalar a un candidato provocaba arrebatos y discrepancias que lindaron en los apasionamientos, actitud que se extendió fundada en conclusiones personales, dizque análisis consecuencia de lo que, quienes se asumen dueños de la verdad, expusieron en los medios electrónicos.
¿Ganó Andrés Manuel? ¿En serio? ¿Arrolló Ricardo Anaya?, ¿no es broma? ¿Se posicionó José Antonio Meade?, ¿será? ¿Y Margarita Zavala y Jaime Rodríguez?
Sin apasionamientos ni temores ni campanas al vuelo, despojados del ánimo pendenciero y las ganas de descalificar al de enfrente, los mexicanos de a pie habrán de evaluar el ritmo de las campañas, las ofertas de verdad, no las de espejitos ni del México Feliz o aquellas que rayan en lo obsesivamente imposible.
Porque, mire usted, el entorno social que arropó ese debate en el Palacio de Minería no fue precisamente de armonía y el riesgo de polarizar a los simpatizantes es eso, un riesgo cuyas consecuencias pueden ser graves. Por eso, sin apasionamientos, hay que evaluar a cada uno de estos personajes que aspiran a gobernar a 120 millones de mexicanos, aunque un porcentaje menor de éstos votará por ellos. Conste.
@msanchezlimon