MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Más allá de filias y fobias, porque finalmente no todo puede ser miel sobre hojuelas en esto de las simpatías políticas y partidistas –una opinión lleva a cualquiera de los dos escenarios, verdad de Perogrullo–, el debate en torno al sitio en el que debe construirse o terminar de construirse el Nuevo Aeropuerto Internacional de México, es hueco, desgastante y enfatiza en esa polarización social prohijada por el voluntarismo de Andrés Manuel López Obrador.
Porque, salvo la mejor opinión de mis seis lectores, tanto el Presidente electo como su propuesto secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, con guion del ingeniero José María Riobóo, han incurrido en una salvaje falta de respeto al sentido común de ciudadanos que han osado manifestar discrepancia con esa peregrina idea de echar al bote de la basura más de cien mil millones de pesos, que implica el costo erogado en la construcción del NAIM en Texcoco, donde no hay lago, y las indemnizaciones que habrían de pagarse a las empresas que intervienen en la obra.
La oferta de suspender esa obra, considerada como estrella de la administración de Enrique Peña Nieto, la hizo Andrés Manuel en campaña y sonó más como revancha condimentada con la idea de quedar bien y tomar la bandera de los macheteros de Atenco, que una decisión fundamentada en argumentos técnicos y financieros.
Mi colega Marco Levario Turcot reflexiona en torno de lo que obras de esa naturaleza han contenido a lo largo de la historia nacional: corrupción. Corrupción que entraña todo, desde inflar costos, encarecer materiales, pasar por encima de la transparencia, es decir, mantener en la opacidad el gasto real hasta que éste sea factor de escándalo, pero justo cuando el daño está hecho.
Pero, la obra no puede ser cancelada sin reparar en los riesgos que ello acarreará, aunque Ricardo Monreal diga a los capitanes del capital privado que esas son calenturas de quienes defienden al proyecto de Texcoco y que mejor deberían estar pensando en cómo colaborar con el Presidente electo.
A estas alturas, empero, cuando arranca la consulta o como quiera usted llamarle a esta mecánica en la que un reducido número de mexicanos opinará si es melón o es sandía, huelga referir que incluso ayer el ingeniero Jiménez Espriú volvió a engañar con la verdad, es decir, informó de una nueva opinión supuestamente favorable al proyecto Santa Lucía, aunque no aludió a los párrafos que le restan seriedad porque refiere que se sustenta en informes del ingeniero Riobóo, incluso toma en consideración su propuesta de las dos pistas en la terminal aérea militar.
Es posible que, al corto plazo, no se dé el escenario de catástrofe económica y de los capitales golondrinos, no obstante los vaivenes a la baja del peso frente al dólar, y que los dueños del dinero decidan entrarle al reto y esperar que el licenciado López Obrador cumpla y reintegre los dineros gastados.
Pero, no cabe duda que ésta la del NAIM ha sido una discusión hueca, porque la decisión la tomó el tabasqueño hace rato y el ingeniero Jiménez Espriú ha asumido el papel del patiño que no ha dado pie con bola y sus explicaciones han sido de suyo pueriles e insultantes, reitero, al sentido común, cuando no su postura –ésa vastamente difundida en redes—en las que disfrazado de vaquero llegó a amenazar a la apoderada legal de una empresa que explota una mina de tepetate y tezontle.
Así, mire usted, cuando al coordinador de la diputación federal priista, René Juárez Cisneros, le preguntó Joaquín López-Dóriga acerca de su voto: ¿Santa Lucía o Texcoco?, la respuesta fue sin recovecos: que lo cancele (López Obrador), si eso quiere, que lo cancele. Fue, la del ex gobernador de Guerrero y ex dirigente nacional del PRI, muestra del hartazgo de esta discusión en la que, finalmente, el Presidente electo, dio luz y línea de cuál es la decisión, porque lo de la consulta es una broma de mal gusto, por decir lo menos.
Y quienes apoyan, en postura que linda en el fundamentalismo recalcitrante, a la decisión prohijada abiertamente por López Obrador, se alzan nuevamente en esta postura que instala a buenos y malos, en esa polarización social que a nade bueno puede llevar.
Ayer, mi ex compañero ceceachero y militante de las huestes del SME, Juan Manuel Bastida, me envió la liga para ubicar casilla en la que se pueda votar, entre este jueves y el domingo próximo, por cualquiera de las dos opciones. “No dejen de votar Saludos”, recomendó.
Y le respondí:
“Con todo el respeto que me merece la militancia morenista y los seguidores del licenciado López Obrador, esa dizque consulta es una ofensa al sentido común. Total, decidió cancelar la obra en Texcoco, que asuma la decisión con tamaños y se deje de barbaridades populistas de cuarta. Por eso no simpatizo con él, lo conozco como conozco a muchos priistas, panistas y políticos y gobernantes que debieran estar en prisión; pero la clase gobernante, incluido López Obrador, son como el perro que se gasta el tiempo buscándose la cola”.
No, no voy a votar porque, más allá de la comodidad que en lo particular me representa el NAIM en Texcoco, no puedo ser partícipe de una mascarada, una transa política de quien engatusa a sus seguidores y anima a la atomización social.
¿Qué hay más allá de esa decisión, por encima de la ley, de cancelar una obra a la que el licenciado López Obrador llama faraónica? ¿Mandan los macheteros que son pueblo? ¡Por favor!, Andrés Manuel, gobernar a un país demanda seriedad, decisiones fundamentadas no reparto de culpas, no voluntarismos.
Ayer, los diputados federales del PRD advirtieron que la consulta popular en 538 municipios seleccionados y que convoca el presidente electo, es ilegal porque no respeta los requisitos de la Ley Federal de Consulta Popular ni el artículo 35 de la Constitución. En suma, no es vinculante lo que concluya esa consulta. ¿Por qué insistir en la ilegalidad?
Pero, vaya, ¿si es en contrario y al final determina continuar con el proyecto de Texcoco? Bueno, dirá entonces que el pueblo manda. Y de ahí para adelante. Me canso ganso. Digo.
@msanchezlimon