domingo, diciembre 22, 2024

ENTRESEMANA: Enterrar al pasado

A Astrid Daniela, en su cumple

MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN

En la ruta crítica rumbo a la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador como Presidente de la República, el país ha sufrido una sacudida que lo instaló en aquellos días del “Arriba y Adelante”, slogan de campaña del entonces candidato Luis Echeverría Álvarez, nominado por el Partido Revolucionario Institucional, al que se aliaron más por sobrevivencia política inducida que por convicciones ideológicas el Partido Popular Socialista y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, contra Efraín González Morfín, abanderado del Partido Acción Nacional, cuyo lema fue La Patria es porvenir.

Casualmente, la trinca PRI-PPS-PARM fue la misma que nominó a Gustavo Díaz Ordaz a la Presidencia de la República, a quien enfrentó José González Torres nominado por el PAN, que en ese sexenio y en el echeverrista careció de senadores y prácticamente mantuvo el mismo número de diputados federales: 20. PPS y PARM corrieron con la misma representación: cero senadores y 10 y 5 diputados federales, respectivamente.

Esta abismal correlación de fuerzas políticas en el Congreso de la Unión, medidas las distancias y los tiempos de dos reformas políticas fundamentales en el México contemporáneo, la de 1977 y la de 1997, que decantaron la hegemonía priista, con una enfatizada diferencia de dos décadas que, luego de llevarle a perder la Presidencia de la República en el año 2000, veinte años después, en 2017, repitió la sacudida al tricolor con la derrota en importantes cónclaves de gobiernos estatales.

El repaso de estos periodos políticos del país, viene a colación por lo que hoy ocurre con un alumno destacado de aquellos años del echeverrismo que, aun cuando no fue miembro de esa pléyade que fue cooptada por el gobierno priista, enviada a estudiar a Europa, sí abrevó en esa praxis que lo hizo un férreo defensor del fundamentalismo priista que lo alió a personajes como Ignacio Ovalle Fernández, secretario particular que fue de Luis Echeverría Álvarez, a cuyo lado se formó desde la Secretaría de Gobernación.

Así, Andrés Manuel López Obrador irrumpe finalmente en la escena nacional con aspiraciones de liderazgo partidista y ascenso en el poder, cuando decide renunciar al priismo en el que se formó y se suma a la disidencia encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Porfirio Muñoz Ledo, quien prácticamente en la ruta de su jubilación política impondrá la banda presidencial a López Obrador, y se apresta a cumplir puntualmente un año como presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, en esta LXIV Legislatura Federal.

Y, éste equipo al que se han sumado personajes formados en el Partido de la Revolución Democrática, en el que se encumbraron y cumplieron ambiciones personales de poder, como Mario Delgado, y un ex priista distinguido a quien Ernesto Zedillo indujo a la renuncia para ganar la gubernatura de Zacatecas abanderado por el PRD, Ricardo Monreal, y Martí Batres, un ex activista universitario que se bajó del PRD de la mano de Andrés Manuel López Obrador, es el equipo que se apresta a enterrar al pasado inmediato del México que fue gobernado por subsecuentes grupos políticos que se deshicieron del antecesor, en una suerte de reinventar al país cada seis años.

En esa tarea, el priismo que fue echado de Los Pinos en el año 2000 y luego readmitido en 2012 para nuevamente ser lanzado por moroso en el cumplimiento de la oferta que le apisonó el camino a Enrique Peña Nieto, le deja abierta la puerta a un equipo que poco se diferencia, en la praxis política, de los priistas que, como Andrés Manuel López Obrador, abrevaron en esa forma de gobernar de Luis Echeverría Álvarez.

Y, en esa ruta crítica, decía, en la asunción y entronización del poder, el equipo integrado y aleccionado en los últimos cuatro años, en la renovada práctica de servir al jefe máximo, en una escenografía política nacional en la que ni una sola hoja se mueve sin el visto bueno, la orden, del Presidente de la República, en el Congreso de la Unión senadores y diputados federales han manifestado, apenas al inicio de esta semana, su plena e incondicional obediencia a Andrés Manuel López Obrador.

Porque, mire usted, más allá de las discrepancias –severas por cierto—entre Porfirio Muñoz Ledo y Mario Delgado en la Cámara de Diputados y, en el Senado, de Martí Batres Guadarrama y Ricardo Monreal Ávila, lo cierto es que cada quien tiene atado su futuro al presente de Andrés Manuel. Saben que de su trabajo depende enterrar al pasado reciente y no tanto del México contemporáneo y, por supuesto del PRI, negar todo su pasado priista, todo, para encaramarse en lo que han denominado la Cuarta Transformación para convertirse en salvadores de la patria, héroes de una contienda en la que, lo primero, lo básico, es reinventar al país en extremo que suene a refundación.

Han comenzado, empero, con un traspié que asumen tarea exitosa, como es la publicación, en el Diario Oficial de la Federación (DOF), del decreto de la Ley Federal de Remuneraciones de los Servidores Públicos, que establece que ningún funcionario puede ganar más que el Presidente de la República.

Pero, además presumen como triunfo avasallador, más pírrico en su concepto, este de cancelar el pago de pensiones a los expresidentes de la república, quienes no tienen facha alguna de menesterosos.

Y se avecina, en esta tarea de desmantelar al gobierno priista, tanto como enterrar al pasado, la discusión en torno de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, presentada el 18 de octubre último y que Mario Delgado califica prioritaria e implica rediseñar al gobierno federal bajo criterios de austeridad, eficiencia, transparencia y cercanía con la gente, con reformas que ofrecen aprobar antes de que Andrés Manuel rinda protesta como Presidente de la República.

Y así lo prometieron a López Obrador senadores y diputados de Morena, mayoría en el Congreso de la Unión, a quienes han sumado ambiciones maquilladas de democracia participativa, las bancadas del Partido del Trabajo y del Partido Encuentro Social, que en esto de rediseñar con fórmulas del Arriba y Adelante, recuperan al PPS y al PARM, satélites y comparsas de la mayoría legislativa, la que está en el poder.

Rumbo a la Cuarta Transformación pretenden cambiar hasta el modo de andar a la administración pública. Conste.

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