*Mónica Herranz
La abuela no encaja tal cual en esa imagen de la abuela de antaño cabecita blanca bolita de algodón. Sí que tiene canas, pero cuida que su peinado sea más o menos moderno y adecuado a su edad. Su atuendo no ha sido nunca precisamente como el de otras abuelas, no lleva esas típicas faldas rectas por debajo de la rodilla y blusa abotonada hasta el cuello con un prendedor. Ella pertenece a esta generación de mujeres que ya pudo combinar ser mamá con ejercer una profesión. Hace unos años se jubiló, y tras la muerte del abuelo parecía haberse resguardado en casa a curar su dolor.
Por esos tiempos la abuela se convirtió en una mujer algo rutinaria, se levantaba por las mañanas, tomaba su café con leche, algo de fruta e iba a misa de nueve, de regreso pasaba a comprar algunas cosas para la despensa si es que algo le hacía falta, hacía algún que otro pago, y a eso de las doce regresaba a casa para, con toda calma, preparar la comida. Ella siempre tiene algo listo y suculento para cualquiera de sus visitas y en particular para sus nietos. Ellos, dice, alegran sus días, la ayudan a mantenerse vigente y a sentirse querida, cuidada y valorada.
Después de comer siempre fuma un cigarrillo, el único del día, lava los platos, acomoda la cocina y luego se sienta un rato frente a la tele, y ahí hasta hace poco era común que hiciera cualquiera de las siguientes tres cosas: tejer, ver un documental o quedarse dormitando un rato frente a la tele a modo de siesta, mientras según ella veía aquel documental.
Por la tarde, después de la siesta, teje, ahora sí lo hace, no como cunado se sienta a hacerlo y termina dormitando. Ha hecho de todo para sus hijos y nietos, chambritas cuando eran pequeños, luego suéteres, suéteres y también suéteres ¡muchos suéteres! Y últimamente tiene una especial inclinación por las cobijas y las bufandas. Bueno, con decir que la Navidad pasada tejió un suéter y una cobijita para Loló, ¡el perro familiar!
Finalmente, por la noche, la abuela cena, ve las noticias, lee un poco y se prepara para ir a dormir. Así eran hasta hace poco los días de la abuela.
Ahora nos tiene asombrados y desconcertados porque ha cambiado mucho y casualmente justo después de haberle regalado aquel smartphone. Entre todos sus nietos se lo obsequiamos y le dijimos “abuela, ya te instalamos el whats para que puedas chatear con nosotros”, con un gesto de no mucha aprobación recibió el obsequio y pareció botarlo en un rincón.
De pronto comenzó a suceder que un día al ir a visitar a la abuela ¡oh sorpresa!, había cambiado su peinado y esas gafas que sí que parecían de antaño. Pocas semanas después, cambió también su atuendo, ¿de verdad la abuela está usando jeans? Siempre había sido cuidadosa de su aspecto, pero ¿la abuela de jeans? ¡Ahora sí preparen las cosas que el mundo se va a acabar! Lo cierto es que se veía muy bien, muy rejuvenecida, con esos jeans adhoc a su edad, una blusa muy mona y ese saco que casi envidia me da. ¿Casualidad? ¡no!…era esa app nueva que usaba la abuela para personas de la tercera edad.
A la siguiente visita, al abrir la puerta como siempre, casi me da un infarto, estaba lista para llamar a emergencias al ver a la abuela tenida en el suelo a la hora en la que se suponía debía dormitar viendo su documental y con una alegre sonrisa me dijo ¡tranquila mihijita!, estoy practicando mis nuevas clases de yoga on line. ¡Y yo que le llevaba unas tarjetas con instrucciones para que se animara a usar el whats!
Para la siguiente visita la abuela planeaba una reunión con antiguos compañeros de trabajo y de universidad, ¡ella administraba ambos grupos de whats! En su celular tenía pinterest, youtube, netflix, idiabetes, uber y googlemaps y ¡si! la app de facebook que no podía faltar. Era increíble, apenas unos meses atrás pensamos que su regalo no le iba a gustar. Así, mientras el resto de la familia abría un nuevo grupo “Que pasa con la abuela”, ella comenzaba a seguirnos en twitter e instagram.
En la siguiente visita música nueva sonaba por casa de la abuela, era ella usando spotify. ¡¿Qué tal con el cacharro que pensamos que no le iba a gustar!?
Pero la mayor de las sorpresas llegó con Ramón, un hombre un par de años mayor que ella, viudo con dos hijos, abogado ya jubilado, al que llevó de sorpresa el domingo de comida familiar. Entre todos nos miramos con una mezcla entre asombro y alerta, ¿Qué pasa con la abuela? ¡Hay que quitarle ya ese celular! Cuando les preguntamos dónde se habían conocido, ambos sonrieron de manera cómplice “en un café” dijeron, al que ambos acudimos con regularidad. La presencia de Ramón se volvió constante y resultó ser un gran hombre en realidad.
Un día platicando con la abuela, en una de estas charlas con un vinito y algo de sinceridad, – te voy a enseñar algo- me dijo, y en su expresión apareció un gesto de travesura. Me mostró aquella foto en su celular, -le tomé una screenshot y la guardo de recuerdo, pero no le vayas a decir a tu mamá-. |Ramón y Tú se gustan ¡Era la foto del match! La abuela conoció a Ramón en Tinder… ¡Salud abuela!, nos reímos y tomamos otro vinito más.
*Mónica Herranz
Psicología Clínica – Psicoanálisis
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