sábado, noviembre 23, 2024

DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: ¿POR QUÉ IR A TERAPIA?

Mónica Herranz*

 

Para algunas personas resultan evidentes los motivos que los llevan a tomar terapia, pero también hay un número significativo de personas que se cuestionan ¿por qué iría a una terapia? ¿que debe haber en mi vida o qué debe de haber pasado para que decida consultar a un terapeuta? ¿lo necesito? ¿no lo necesito? Lo cierto es que no hay una respuesta exacta puesto que cada persona es un mundo y lo que para alguien puede ser motivo de consulta para otra persona puede ser motivo de olvido.

 

Entiendo que esta respuesta no es precisamente esclarecedora, pero si bien no se pueden definir los motivos exactos por los que alguien acudiría o debería acudir a una terapia, sí se pueden plantear algunas generalidades al respecto.

 

Comencemos planteando que los seres humanos somos seres biopsicosociales, esto quiere decir que en nosotros interactúan tres áreas:  la biológica que tiene que ver con factores químicobiológicos, la psicológica que está relacionada con los pensamientos, las emociones y las conductas y la social que alude al entorno que nos rodea. idealmente, estas áreas deberían estar en equilibrio para que “funcionemos” adecuadamente o asertivamente. Cuando hay conflicto en alguna de estas áreas y dicho conflicto afecta significativamente el desarrollo de las actividades cotidianas y afecta el equilibrio de las otras áreas, es un buen indicativo para tomar terapia.

 

Cada persona, a lo largo del desarrollo, queda dotada de ciertas habilidades y herramientas emocionales que le permitirán enfrentar de manera más o menos exitosa las dificultades a las que se va enfrentando. Cuando estas herramientas son insuficientes o están deterioradas, y por consecuencia hay dificultad en enfrentar y resolver conflictos, es un buen indicativo para tomar terapia.

 

Cuando notamos que nuestro comportamiento, en cualquiera de las áreas anteriormente descritas, es disrruptivo, inapropiado o disfuncional, y ya tratamos de resolverlo por distintas vías, sin obtener el resultado esperado, es un buen indicativo para ir a terapia.

 

Estos tres aspectos así con todo lo generales que pueden resultar, se pueden traducir también en miles de particularidades, tantas, como motivos de consulta pueden existir.

 

Pongamos un ejemplo para ver en términos reales de que se trata lo que hasta aquí se ha planteado en términos más teóricos. Supongamos el caso de dos personas que en 4 años han cambiado de trabajo 6 veces. La persona “A” culpa al jefe por el primer despido, a los compañeros por el segundo, al horario por el tercero, al clima por el cuarto, al medio de transporte por el quinto y al horario por el sexto, pero a esta persona no le genera conflicto alguno, porque así como pierde un trabajo, encuentra otro, resuelve la situación y sigue adelante. A la persona “A”  puede no llamarle mayormente la atención la serie de despidos de la que es objeto y puede pasársela eternamente responsabilizando a terceros de lo que le sucede, pero resuelve, sigue adelante y no considera necesario acudir a una terapia.

 

Ahora pensemos en la persona “B”, alguien en las mismas circunstancias, con la diferencia de que a “B” sí le genera conflicto esta situación, ha tenido ya dos separaciones de pareja por motivos económicos producto de los despidos, ha sido objeto de críticas y señalamientos sociales que lo han afectado emocionalmente, ha tenido un distanciamiento de sus amigos, puesto que nunca tiene dinero para salir con ellos o realizar actividades de divertimento, y entonces, bajo estas circunstancias, puede que “B” se pregunte qué es lo que pasa que siempre termina siendo despedido y considere que tal vez la problemática tenga más que ver consigo mismo que con el entorno, entonces es muy probable que “B” se plantee la posibilidad de ir a terapia.

 

En este ejemplo, podemos observar como una misma situación puede ser motivo de consulta para una persona y para otra no. ¿Qué es lo que marca la diferencia? Por un lado el tipo de síntomas y por el otro el grado de consciencia de enfermedad.

 

Existen principalmente dos tipos de síntomas: los egosintónicos y los egodistónicos. Los egosintónicos, en términos teóricos son los que se refieren a los comportamientos, valores y sentimientos que están en armonía y son aceptables para las necesidades y objetivos del ego o yo, y son coherentes con los ideales de su autoimagen. En otras palabras, mi síntoma y yo somos uno mismo y ni yo me meto con él ni aparentemente él se mete conmigo, simplemente coexistimos. Este tipo de síntoma nos llevará a no encontrar motivo para asistir a una terapia. Por otro lado, están los síntomas egodistónicos, que en términos teóricos son los que se refieren  a los pensamientos, valores, sentimientos y conductas que están en conflicto o que son disonantes con las necesidades y objetivos del ego o yo, o en conflicto con los ideales de su autoimagen. Éstos síntomas, que son los que nos alertan, los que nos sacuden, son los que nos pueden llevar a terapia.

 

La consciencia de enfermedad es un concepto que hace referencia a la capacidad de poder reconocer y aceptar que se tiene un conflicto, sea el que sea. Cualquier persona que cuente con un mínimo de consciencia de enfermedad, aun cuando no sea psicólogo para hacer todas estas distinciones que acabamos de mencionar, sí llega a tener ese sentimiento de que algo no va bien, aunque no sepa bien a bien que es, pero que alcance a percibir que eso que no va bien tiene repercusiones que no le están agradando, que le genera sensaciones incómodas, situaciones desagradables, etc., entonces, esa persona tomará medidas al respecto, una de ellas, puede ser iniciar un proceso terapéutico. Sin un grado mínimo de consciencia de enfermedad no hay posibilidad de iniciar terapia o ésta tendrá nulas o muy escasas probabilidades de ser exitosa.

 

Como podemos ver existen todos o ningún motivo para asistir o no a terapia, dependerá de cada persona y de sus características de personalidad, del tipo de síntomas y de cuánta consciencia de enfermedad tenga.  Ahora, no lo dude, si decide iniciar un proceso terapéutico con un profesional, es posible que no sea fácil, que no sea un camino de rosas, pero seguro, en la mayoría de los casos, valdrá la pena. ¿qué hay casos en los que no es así? Si,  claro que los hay, pero esa es harina de otro costal.

*Mónica Herranz

Psicología Clínica – Psicoanálisis

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