*Mónica Herranz
Hay vidas que son bastante lineales y ordenadas, personas que estudian hasta tener una carrera, que tienen una o dos parejas, trabajan, se casan, compran un coche, siguen trabajando, tienen hijos, compran una casa, siguen trabajando, tienen nietos, se retiran y en el mejor de los casos viajan. Suelen ser personas con pocas tribulaciones, para las que casi todo transcurre en un rango de cierta normalidad.
También hay muchas personas para las que la vida es, por decir lo menos, una constante montaña rusa, personas que caminan sobre la cuerda floja, a las que les gusta el riesgo, la adrenalina y la emoción a tope, sin importar realmente, si esto juega un papel favorable o desfavorable en sus vidas.
Y no se trata de catalogar si estas dos formas de vida son buenas o malas, sino más bien de pensar que entre estos polos, entre lo “bueno” y lo “malo”, entre lo correcto e incorrecto, entre lo dulce y lo amargo, es donde transcurre la vida. Y me alegra que así sea, ya que de lo contrario, esta columna poco de variedad tendría.
“Desde pequeños nos han enseñado que el amor de pareja tiene forma de corazón, un gran, feliz y rechoncho corazón rojo y crecemos con la idea de que mientras no haya en nuestras vidas una representación de amor con la forma de ese corazón, no encontraremos la felicidad. ¿Será realmente que el amor de pareja tiene forma de corazón? ¿Será que el color “correcto” de ese corazón es rojo? ¿Necesariamente tiene que ser rechoncho?”
Con este párrafo iniciaba una nota llamada “Las diferentes formas del amor”, primera nota publicada cuando esta columna, aun huérfana de nombre, hizo su primera aparición. Entonces la pregunta: ¿Y que nombre le pondremos?. Con la segunda publicación “Mi inseparable compañera” llegó la idea.
Una idea que partió de la base de que en la vida, como decía anteriormente, no todo es bueno o malo, blanco o negro, sino de que entre estas polaridades hay un mundo tremendamente rico, poblado de toda la gama de las emociones, de todas las historias, de todos los contextos, de todas las emociones, sensaciones y pensamientos que están además, irremediable y extrañamente conectados entre sí, de modo que a todo lo que acontece en ese mundo rico e infinito que habita entre esos dos polos, es al que esta columna debe su nombre e inspiración.
De esta primera publicación y del “bautizo” de la columna hace un año ya, y aunque la inspiración no siempre me asista, el entusiasmo es un fiel compañero.
Escribir sin duda alguna es un reto, una grata responsabilidad. Ahora me descubro en momentos cotidianos “pescando” ideas de por aquí y por allá. Anécdotas, cuentos, vivencias propias y ajenas, se mezclan entre lo real y lo fantaseado, entre lo verdadero y lo imaginado, dando cada semana por resultado alguna historia que compartir.
Aunque a decir verdad, esta columna no es algo sólo personal, en ella están involucradas otras personas, como quien confió en mi y me alentó a escribir, quien me dijo que no lo dejara una vez que inicié porque de ello vendrían cosas positivas y ¡vaya que no se equivocaba!, quien tuvo la idea y me dio la oportunidad de publicarla, quien busca la foto para el texto, quien la sube a la red y desde luego quien la lee . A todos sin excepción ¡Gracias!.
Tampoco puedo dejar de sentir agradecimiento por quienes han hecho comentarios favorables y desfavorables también. La crítica constructiva alienta a mejorar, a tratar de que la nota por escribir sea mejor que la ya escrita.
Habiendo dicho todo esto, sólo me queda por decir ¡Feliz aniversario De Encantos y Desencantos, que sea el primero de muchos más!
*Mónica Herranz
Psicología Clínica – Psicoanálisis
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