Por: Mario Ruiz Redondo
A lo largo de 33 años que se cumplieron este martes 30 de mayo, he escuchado y leído muchas versiones relacionadas con el asesinato a balazos del extraordinario periodista y columnista de EXCELSIOR, Manuel Buendía Tellezgirón, en la ciudad de México.
Un atentado a un comunicador y amigo, que sacudiría las conciencias de aquellos días, dentro y fuera del país, donde la exigencia de sus iguales sería la de un pronto esclarecimiento de los hechos y castigo ejemplar a los autores materiales.
Fuimos compañeros en el Periódico de la Vida Nacional, donde lo mismo formé parte de un grupo especial de reporteros de Asuntos Especiales, que Tercer Jefe de Información. Ahí tuve la oportunidad de tratarlo cuando en algún momento visitaba al entonces director general, Regino Díaz Redondo.
Don Manuel, autor de la columna “Red Privada”, la más importante de la época, en donde lo mismo hacía análisis de la política y políticos, que de la corrupción en el sindicato petrolero y en el medio oficial y empresarial, así como del quehacer periodístico, que del espionaje estadounidense en nuestro país.
A mediados de febrero de 1984, me convocaría a comer en el restaurante “Rafaello”, de la Zona Rosa. Quería conocer mi versión de porqué ya no seguía trabajando en Excelsior, pues sabía que había tenido problemas con la mafia de corruptos que rodeaba a Regino, y que al no estar de acuerdo con su deshonestidad que empezaba a cimbrar la estructura financiera del periódico más importante de México y uno de los más trascendentes del mundo, a finales de 1983 en forma por demás arbitraria, me habían cancelado mis derechos como cooperativista, el 5 de diciembre.
Pactamos reunirnos el día 24 a las dos de la tarde, en la jurisdicción capitalina de moda. En punto de la hora acordada nos encontramos en la entrada del lugar de la cita, y nos dimos un fuerte abrazo, patentizando recíprocamente el gusto de reencontrarnos, para luego pasar a la mesa reservada en la planta alta de la vieja casona, que alojaba al prestigiado comedor italiano.
Brindamos por la feliz coincidencia con una cuba de ron Havana, para pasar luego a la explicación detallada del atropello sufrido en Reforma 18, solicitada por el también maestro de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, en la licenciatura en Periodismo y Comunicación Colectiva.
Vi esa tarde a un Manuel Buendía solidario con mi situación quebrantada por intereses mezquinos de falsos redentores, que me por la noche me echarían de la redacción del periódico, custodiado por cuatro agentes armados de la Dirección Federal de Seguridad de la Secretaría de Gobernación, que se habían apoderado de las instalaciones la noche anterior a la asamblea anual de la Cooperativa, el 1 de diciembre.
Pero también observé en su rostro cierta preocupación, lo cual le comenté de inmediato. Me diría que en las últimas semanas de ese principio de año, había sido objeto de amenazas a su vida, con la intención de hacerlo desistir en la elaboración de textos en los que evidenciaría situaciones comprometedoras entre la gente del poder político con la empresarial y la delincuencia de altos vuelos.
Recuerdo sus palabras, como si hubiera sido ayer nuestro encuentro: “Es cierto Mario, sí estoy preocupado por esta serie de intimidaciones contra mi vida. Ya habían ocurrido, pero no como esta vez en que parecen decididos a ir más allá de la amenaza.
“No sé cómo, pero esta situación llegó hasta el conocimiento del mismo Presidente Miguel de la Madrid Hurtado, quien amablemente me llamó para invitarme a tomar un café y conversar en su despacho de Palacio Nacional, lo cual acepté con gusto, pues lo conozco desde hace varios años y le tengo aprecio.
“Vengo de allá precisamente, de reunirme con él en su oficina. Fue una reunión de amigos. Después de platicar sobre temas diversos del país, el licenciado De la Madrid me expresó su preocupación por mi integridad física y me pidió que aceptara la protección que por instrucciones suyas, me brindaría un grupo de agentes de la Dirección Federal de Seguridad.
“En principio me negué, pero luego de la insistencia del Presidente, acepté su propuesta, con la condición de que el dispositivo que se implementara para cuidarme, no fuera aparatoso, considerando que con dos elementos sería suficiente para mi custodia, en lo cual finalmente estuvo de acuerdo”.
Un resguardo de la vida del distinguido colega, que daría comienzo de inmediato, al abandonar el antiquísimo edificio sede del Poder Ejecutivo Federal mexicano, ubicado en el Centro Histórico y corazón de la capital mexicana.
Me diría: Mario, dirija discretamente su vista a la derecha y ahí a tres mesas de la nuestra, está una pareja de jóvenes bien vestidos que parecen novios. Son agentes de un grupo especial, altamente capacitados en materia de seguridad fuera del país, para realizar labores de salvaguarda de vidas. Ellos son esta tarde los responsables oficialmente de mi protección”.
Lo hice y pude comprobar que efectivamente estaban en el lugar indicado una mujer y un hombre, que lo menos que parecían eran policías y que con toda discreción observaban nuestro entorno, en prevención de cualquier riesgo.
Don Manuel, como acostumbraba dirigirme al amigo con respeto, reconocía en ese momento que se sentía incómodo, pero que entendió que en ese momento tenía la necesidad de aceptar la ayuda Presidencial, no sin antes mostrarme discretamente su pistola calibre 45, obsequiada por el secretario de la Defensa Nacional, con su permiso respectivo, la cual manejaba con mucha destreza, una vez que expertos militares le habían adiestrado para su manejo.
Para que alguien me mate, comentaría con absoluta certeza, tendrá que hacerlo por la espalda como los cobardes, porque de frente no podrán hacerlo tan fácilmente.
Disfrutamos de la exquisita comida del “Rafaello”, como de los tragos de ron, mientras seguimos hablando de su situación de riesgo, como de su brillante trayectoria profesional en los medios de comunicación del Distrito Federal, mientras me obsequiaba y autografiaba con palabras fraternas el libro “La CIA en México”, de su autoría.
Convivencia cordial, que se prolongaría hasta la seis de la tarde, con Manuel Buendía Tellezgirón, nacido el 24 de mayo de 1926 en Zitácuaro, Michoacán, y que se había convertido en ese momento en uno de los periodistas mexicanos más sobresalientes de la segunda mitad del siglo XX.
Su huella indiscutible y trascendente en el diario La Prensa, donde fue reportero y director, de donde emigra para ser columnista en El Día, El Universal, en los canales 11 y 13 de televisión, Organización Editorial Mexicana, maestro de periodismo en la escuela “Carlos Septién García y finalmente su participación en Excelsior.
Concluimos nuestro encuentro, con el compromiso de volver a reunirnos luego de la entrega del Premio Nacional de Periodismo, que en marzo me haría efectivo el Club de Periodistas de México, correspondiente a 1983.
Por compromisos profesionales, no pudimos hacerlo, pero se mantenía la promesa de una nueva reunión. No nos volveríamos a ver más.
Por la tarde de ese fatídico 30 de mayo de 1984 me encontraba en Ciudad Universitaria de la UNAM, cuando en el radio de mi vehículo escuché la terrible noticia de que Manuel Buendía Tellezgirón, había caído víctima de cuatro disparos por la espalda, en el interior del estacionamiento cercano a su oficina en la Zona Rosa, cuando se dirigía a abordar su carro.
El periodista pasaba de ser buscador de noticias, a convertirse en una de ellas. La impactante difusión en Radio Mil, apenas unos minutos después de ocurrido el atentado que me dejaba asombrado.
La primera pregunta que me hice fue: ¿Dónde estaban los agentes de la Dirección Federal de Seguridad de la Secretaría de Gobernación que cuidaban a Don Manuel? ¿Por qué no repelieron el ataque, una vez que el columnista de Excelsior había sido abatido? ¿Por qué, si se trataba de policías altamente especializados, preparados para repeler una agresión matando o hiriendo al victimario, no lo hicieron?
Primeras informaciones que daban la versión de que el autor del crimen actuó en solitario, por la espalda, sin que nadie, sospechosamente se lo impidiera, para luego darse a la fuga a bordo de una motocicleta que ya lo esperaba con un conductor, para huir de inmediato y perderse por las calles de la Zona Rosa.
Vendrían de inmediato todo tipo de versiones e hipótesis sobre el origen del asesinato, sin que ninguna llevara a encontrar a los autores materiales e intelectuales.
Un asunto demasiado delicado para el gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado y para el titular de la Secretaría de Gobernación, Manuel Bartlet Díaz, que no se resolvería en el sexenio que concluye en diciembre de 1988, acumulando en la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, 300 versiones del caso, manejadas sin éxito por los titulares de la dependencia Victoria Adato, Renato Sales Gasque e Ignacio Morales Lechuga.
Búsqueda que se concreta en 1989, cuando se da la voluntad para encontrar a cinco culpables, encabezados por el responsable de la Dirección Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez, como autor intelectual, que se comparte con los comandantes de la DFS coautores, Juventino Prado Hurtado, Raúl Pérez Carmona, mientras que caían por el delito de homicidio calificado, los agentes Juan Rafael Moro Avila Camacho y Sofía Marysia Naya Suárez. Todos recibieron sentencia de 25 años de cárcel.
Con el asesinato de Don Manuel Buendía Tellezgirón, quedó evidenciada la participación de elementos policíacos pertenecientes a las instituciones del Estado Mexicano. Un precedente, que daría constancia de que los atentados contra periodistas no son exclusivos de esferas del poder empresarial o del crimen organizado como ahora ocurre con demasiada frecuencia en el país.
Ahí están las nuevas versiones de la indefensión total en que se encuentran los comunicadores mexicanos, que hoy se mantienen en situación de extremo riesgo, por la amalgama de poderosos intereses de funcionarios, hombres de negocios privados y los cárteles diversos del narcotráfico.
Una historia de impunidad casi total (98 por ciento archivados y sin resolver), que da idea del interés del Gobierno Federal, por esclarecer los crímenes en los que mucho tienen que ver sus funcionarios.
No obstante haberse descubierto el involucramiento del entonces jefe de la Dirección Federal y de cuatro de sus colaboradores, nunca se llegó a fondo en cuánto de dónde surgió la orden de matar al periodista michoacano, que bien pudo haber sido de la oficina del secretario de Gobernación Manuel Bartlet Díaz o del propio Presidente Miguel de la Madrid Hurtado.
A 33 años de su sacrificio, Don Manuel Buendía Tellezgirón, sigue constituyendo un ejemplo de lo que en México no debe seguir ocurriendo más.
Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.