Por: Mario Ruiz Redondo
La Secretaría de Salud federal ha perdido credibilidad, al apartarse el subsecretario Hugo López-Gatell Ramírez, del sustento científico, y dar un sentido político a los datos que diariamente receta de muertos y contagiados por la pandemia del Coronavirus, que6 la población no acepta, al vivirse en todo el país una realidad radicalmente diferente, de centros hospitalarios colapsados donde rechazan a enfermos infectados, que finalmente fallecen en sus hogares sin atención médica especializada.
Días en que desde Palacio Nacional se da la contradicción al convocar el Presidente de la República a la sociedad nacional a “no tener miedo” y “recobrar la libertad”, para salir a la calle y encaminarse hacia la “nueva realidad”, mientras detrás de él aparece la frase de “#Quédate en casa”.
Tiempo de junio de 2020, en que por decreto se establece que la mitad de los estados del país pasan de semáforo nivel rojo, el más alto de la contingencia, a naranja, cuando el número de afectados aumenta y la tendencia general es a la alza volátil, tanto de los que mueren como de los que se mantienen en la raya que define estar vivo o en el borde del crematorio o de las fosas que se improvisan, porque los cementerios no tienen espacios en algunos lugares de la extensa geografía mexicana.
No hay todavía ningún “aplanamiento” como se ha reiterado. Al contrario, el COVID-19 sigue haciendo estragos entre una población desesperada por el despiadado embate, en la que en todas las familias hay miembros o amigos, que enfrentan el drama de no encontrar lugar donde atender al ser querido, por la insuficiencia no solamente de camas, sino de personal médico reducido hasta un 40 por ciento en la atención.
El drama de los dos Méxicos confrontados, el de la visión oficial con otros datos, que chocan con aquél donde tienen cabida las cifras verdaderas, desbordadas y que cada vez llenan más de desesperanza y miedo a quienes las padecen en carne propia.
Una amalgama de tragedias en las que tienen lugar los que, a pesar de ser golpeados severamente por la epidemia interna, se mantienen firmes en su lealtad fanática, para respaldar toda declaración y consigna de las alturas neoliberales, y llevar la contra a los “conservadores y fifís”, que no están de acuerdo con la liberación sin planeación, del confinamiento más allá de los 40 días programados como tregua.
La voz optimista del Primer Mandatario que no se rinde, no obstante la advertencia de los expertos de su Gabinete de Salud, en cuanto a que el coronavirus se mantendrá con índice de riesgo intenso hasta octubre. Elevación del tono el domingo 14, antes del reporte del lunes 15 de junio, de 17 mil 580 decesos y 150 mil 264 contagios, para afirmar que “estamos dejando atrás la etapa más difícil de la pandemia. Ya pasó lo más riesgoso. Se ha logrado aplanar la curva”.
Tampoco cede en su decisión de no usar cubre boca, a pesar de haber sido recomendado como prioridad, por la Organización Mundial de la Salud y las autoridades federales de la SSA, desde el momento en que se registró el primer caso en el país, de COVID-19, a finales de febrero último.
Coyuntura de mediados de mes y año, en la que se agregan sus llamados reiterados para “perder el miedo” y estar nuevamente en libertad, perdiendo la perspectiva de un panorama nacional que se torna todavía más difícil, porque aquellos que creen ciegamente en su discurso, no dudan en invadir calles y lugares públicos, donde en automático se ha perdido la sana distancia y la precaución de cubrirse la boca, convencidos de que al igual que al Presidente, el Coronavirus no les afectará.
Fenómeno que se repite en todas partes del país, en mayor o menor escala, lo cual es observado por los médicos epidemiólogos, como una decisión totalmente fuera de lugar, pues dada la experiencia observada en otros países, los rebrotes podrían ser todavía mayores en sus consecuencias negativas en los meses inmediatos.
Un López Obrador que no descansa en sus discursos, apoyado en su equipo de operaciones mediáticas, que el sábado 14 le hizo leer su propuesta de decálogo en Palacio Nacional, para enfrentar la pandemia, en versión grabada, en la que exhorta a todos los mexicanos a actuar con optimismo; a darle la espalda al egoísmo; alejarse del consumismo; la prevención como mejor medicina; defender el derecho a gozar; alimentarse bien con lo fresco y nutritivo; hacer ejercicio; eliminar actitudes racistas y buscar un camino de espiritualidad.
Remataría con el mensaje subliminal de deslinde de responsabilidad: “Considero que ya hemos tenido el tiempo suficiente para familiarizarnos con las recomendaciones médicas y las disposiciones sanitarias y que ahora es momento de ponerlas en práctica, siguiendo nuestro propio criterio”.
En Tijuana, la ciudad más importante de Baja California, por su cruce anual de más de dos millones de seres humanos, identificada ahora mayormente por ser en la entidad, la de más defunciones y contagios, así como una de las más importantes en la República por el COVID-19, donde el gobernador Jaime Bonilla Valdez, vuelve a demostrar su oportunismo al dar un paso adelante en las decisiones de su amigo el Jefe del Ejecutivo Federal, para la reapertura de ciudades.
Segunda semana de la “nueva normalidad” en la “urbe reventón” de la Frontera Norte”. Activación total bajo agua, para el relax anti confinamiento. Como arte de magia, muy atrás las imágenes de avenidas y calles desiertas, transformadas por el constante peregrinar de los lugareños a bordo de sus vehículos o caminando sin cubre boca de por medio, fuese para trabajar en las maquiladoras, compras de alimentos o dedicarse a la diversión en lugares considerados no esenciales y que deberían mantenerse cerrados.
Vuelta a una Zona de Tolerancia, la de los bares de las ventas clandestinas de todo, en los que a la segunda bebida se olvida la sana distancia y resurge la prostitución de jóvenes mujeres, con la venia en lo oscurito del gobernador Bonilla Valdez y su flamante secretario General de Gobierno, el potosino Amador Rodríguez Lozano, ex fiscal de Chiapas, como parte del antiguo juego del poder, de los valores entendidos, en el que todo se puede.
Incluso el polémico mandatario que se atrevió a desafiar la Constitución del país, manipulando al Congreso local para que diera visto bueno a su intentona de prolongar de dos a cinco años su mandato, asesorado por su segundo de a bordo “el cachanilla”, sería cuestionado por los periodistas en la capital Mexicali, el sábado 13, porqué en Tijuana, prácticamente todos los negocios de bebidas alcohólicas, que involucran bares, tables dance y cabarets, estaban funcionando pese a la restricción por la emergencia sanitaria. El mandatario de la doble nacionalidad estadounidense-mexicana, respondería burlonamente:
“No se abren. En la Zona Norte abrieron unos. Yo creo que es en la Zona Norte, por allá por Baja California y Coahuila. No están autorizados, serán más contagiosos. No, no hay una autorización para los bares per se, ahí que se abran, ustedes repórtenlos, pero si nos dicen así generalmente no sabemos por dónde empezar, denos el lugar y con mucho gusto vamos”.
Grupo de tijuanenses de la pachanga, el trago y el desorden, que han olvidado de pronto que forman parte de los estados considerados en fase roja, y que como entidad son la tercera a nivel nacional, por su incidencia de defunciones e infectados por el Coronavirus, enfrentando además la saturación de demanda en hospitales públicos y privados.
Elevado el número de personas de todas las edades que se han atrevido a salir a las calles sin tapa bocas, no necesariamente para desarrollar alguna actividad esencial, sino para evadir el encierro cuarentenario y “respirar aire puro” en lugares donde se mezclan el alcohol, las drogas y la prostitución.
Una ciudad complicada actualmente por la presencia de miles de migrantes extranjeros que también son afectados por el nuevo virus mortal y que tampoco tienen la convicción de la aplicación de medidas de protección, en mucho por el apoyo insuficiente de las autoridades estatal, municipal y federal, para el abasto de este tipo de insumos básicos para combatir el riesgo de contagios.
Situación similar en la Frontera Sur, donde los extranjeros indocumentados, han empezado a salir de sus lugares de subsistencia, invadiendo calles y sumándose a grupos de ambulantes de la economía informal, que recientemente invadieron el centro histórico de Tapachula, para quitar los cordones de seguridad que impiden el acceso al corazón de la segunda ciudad más importante de Chiapas.
Aquí, como en todo el país, el mal ejemplo que imponen autoridades federales y estatales, de no aplicar ninguna medida de protección contra el COVID-19, se refleja en una población que igualmente ha empezado a abandonar sus casas y acudir con mayor intensidad a los supermercados transnacionales y centros de abasto público. Por las calles y avenidas de ven pasar a los locales, pero también a los extranjeros, especialmente haitianos y africanos, que se distinguen fácilmente por su físico y color oscuro.
Los números de fallecidos y contagiados adquieren niveles alarmantes para los responsables de las instalaciones acondicionadas de COVID-19, del Instituto Mexicano del Seguro Social y de la clínica que atiende a los trabajadores del gobierno estatal, donde la respuesta a la demanda de atención es negativa, debido a que mantienen ocupadas las 150 camas donde se brinda terapia intensiva, con una reducción de 60 por ciento en su personal médico, unos por incapacidad por edad, contagiados, internados o caídos en el cumplimiento del deber.
Alerta roja porque en el centro del país no se atienden debidamente los llamados de auxilio de las autoridades responsables, alarmadas por el aumento diario de infectados y pacientes graves
que no pueden ser hospitalizados y fallecen.
Desconocimiento de la realidad que enfrentan los poco más de 100 mil indocumentados sin papeles, como los cubanos que se mantienen avecindados y hacinados en casas rentadas, hoteles de paso, que subsisten en condiciones de insalubridad y pobreza extrema al carecer de los recursos económicos para alimentarse, en muchos casos con hijos nacidos en territorio mexicano.
Situación de indefensión para los chiapanecos-mexicanos de los municipios fronterizos y agregados de la Región Soconusco, que con el inicio de la temporada de lluvias, han empezado a sufrir la presencia masiva del mosco Aedes Aegypti, que lo mismo transmite el Dengue en sus versiones Clásica y Hemorrágica, que Chikungunya y Zika.
Dengue que se ha convertido en pandemia y que de acuerdo con informes de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en 2019 causó en América Latina tres millones 139 mil casos, con mil 538 defunciones. De ellos, un millón 367 mil (46,6 por ciento), fueron del Clásico y 28 mil 169 decesos (0.9 por ciento), por el Hemorrágico.
Alarma entre los expertos de la OPS, porque las cifras reportadas hasta la última semana de diciembre, representan las de mayor incidencia en la historia del Dengue en el Continente Americano, al superar en un 30 por ciento el año epidémico 2015.
Hoy, en México, oficialmente la pandemia del Dengue se encuentra presente en 24 de las 32 entidades, aunque instancias no gubernamentales consideran que la clasificación no es real pues podría abarcar todo el país, salvo la ciudad de México. A estas enfermedades, se suma la epidemia de sarampión que ha impactado tanto la capital nacional como el estado de México, siendo minimizada no obstante su alto grado de peligrosidad.
Reactivación del Dengue en México, por abandono de las campañas para combatirlo, al darse prioridad a la atención de la pandemia del COVID-19.
Buen momento, en medio de todos los focos rojos, para encender los del Dengue, cuyos síntomas son coincidentes con el Coronavirus y tienden a confundir a los especialistas, ante el insuficiente número de pruebas tanto de uno como de otro, en un descuido que se traduce en muertes.
Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.
Premio al Mérito Periodístico 2015 y 2017 del Senado de la República y Comunicadores por la Unidad A.C.