Luis Alberto García / Moscú
*Argentina fue exhibida por el delantero del barrio de Bondy.
*Dejó sin respuesta al jugador del Barça en su último suspiro.
*Francia batió cuatro veces a Franco Armani, portero debutante.
*La celeste y blanca ni supo ni pudo superar los octavos de final.
Un delantero francés de verdad, de nombre Kylian Mbappé, acabó con una selección de ficciones y mentiras como fue la Argentina de Jorge Sampaoli y Lionel Messi en la Copa FIFA / Rusia 2018, punto final de un plantel caduco y más extraviado que nunca, en contraste con Francia, expresión de un equipo poderoso y multicolor si a policromía epidérmica nos referimos.
Al contrario que Messi y su troupe, a los 19 años, el atacante del París Saint Germain ofreció en la Kazán Arena un recital que solamente podría acreditarse a un delantero completo, a veces extremo y en ocasiones centro delantero, decisivo en un partido de máxima exigencia como el escenificado el 30 de junio de 2018.
El conjunto de Didier Deschamps estaba consciente de que enfrente tenía al gran Messi; pero no al del Barcelona, sino al que ha alineado en cuatro Copas del Mundo por Argentina, con el añadido de que únicamente un jugador más joven que Mbappé había hecho un doblete en un partido de eliminatorias de un Mundial: fue Edson Arantes do Nascimento, “Pelé”, en 1958.
El silencio y la depresión de quien se supone es el mejor jugador del mundo fueron superados por la simpatía de Kylian y la emotividad de un buen conjunto con futbol, animado con las ruidosas exclamaciones que causó el niño Mbappé.
“La Copa FIFA se mira y no se toca”, se susurró cada vez que Messi pasaba a su lado, derrotado en lo individual en Brasil ante Alemania y ahora también en Rusia, con 31 años, que, si no pasa otra cosa, difícilmente le permitirán jugar en Qatar en 2022.
Con el portero debutante Franco Armani como víctima, con cuatro goles en su jaula, Kylian Mbappé despidió gustoso de Rusia al rosarino del Barcelona; pero ahora falta saber si lo ha jubilado para la historia de los torneos mundialistas; pero dicen sus compatriotas que no conviene renegar de su querido número 10.
En todo caso, aseguran,el mérito de la albiceleste ha sido el de hacer creer que, con un mal equipo, podía salir campeona si hacía feliz a su pulga futbolista, quien no deja de representar al futbol argentino, que es apasionado al extremo, aunque haya tenido un equipo sobredimensionado por el fervor de sus prosélitos.
Aunque haya miopes que no lo reconozcan, en Rusia se vio espasmódico en la cancha, falto de entrega por parte de sus jugadores y sin organización, retratado en el histriónico Maradona, resuelto a llamar la atención bailando con una bella morena nigeriana en su palco, y –sabrá por qué- medio perdido o beodo antes de terminar el juego contra los africanos.
Admítase que Messi tiene tanto amor propio, que es capaz de disimular con goles y acciones como el gol a Nigeria, que las hace bocanadas episódicas de sobrevivencia; pero las carencias que los rivales le descubrieron a Argentina en la cancha fueron evidentísimas en la Kazán Arena.
Es decir, que Francia fue superior individual y colectivamente y, sin embargo, acabó el partido expuesta en los últimos instantes por un riflazo peligrosísimo, que no fue gol por unos cuantos milímetros.
A lo mejor Argentina pudo ganar ese partido; pero difícilmente hubiese logrado ser monarca mundial, y el hecho fue uno y ya: el verdugo fue la Francia de Mbappé, Griezmann, Giroud, Pogba, Kanté y el resto de la orquesta que obedeció cabalmente a la batuta de Didier Deschamps.
Omar Saavedra, colega chileno radicado en la capital francesa desde la mitad de la década de 1970, aficionado del París Saint Germain y del Colo Colo de su patria, dijo que Mbappé es un delantero de 19 años que ataca al espacio y al balón con la velocidad y determinación de Ronaldo Nazario de Lima, el “Fenómeno” de Brasil, personaje demoledor en el Barcelona y el Real Madrid de hace dos décadas.
En un partido intenso, el delantero francés desarmó a Argentina con sus goles y sus llegadas, con las tarjetas forzadas y los cambios provocados, con una actuación soberbia, que en ningún momento pareció detectar ni ver el descolocado Jorge Sampaoli.
Argentina dudó y cambió en cada partido: quince encuentros y quince alineaciones, al “Osorio style” –como el director técnico de México, quien se creyó invencible tras la victoria sobre Alemania-, para acabar jugando sin un 9 clásico
Fue la única constante en las formaciones del técnico nacido en un pueblo pampero, de donde dicen que salió víctima de algún empacho futbolístico, incapaz de potenciar a Messi o algún otro de sus acompañantes en el ataque.
Ante Francia, apareció a los 75 minutos de tiempo corrido el extremo Christian Pavón, y el 10 se situó como falso 9, sin que la cintura de Messi pudiera ser una solución para mover a los centrales siempre que conectara con Ever Banega.
Era un hilo demasiado delgado para resistir al poderío de Kanté, Pogba y Matuidi, dando como resultado un islado y aburrido Messi, papel de China barrido por el vendaval de los volantes de Deschamps, mariscal de Francia en la vida real, por decreto del presidente Emmanuel Macron.
El niño número 10 del barrio de Bondy forzó una falta que Antoine Griezmann remató al larguero, provocó un penal de Marcos Rojo que transformó el jugador del Atlético madrileño y exigió una entrada de emergencia de Nicolás Tagliafico.
Hubo tres remates de gol al empezar ese trámite de octavos, que dejaron una ventaja mínima para Francia, lo bastante para acercarse al juego final contra una Croacia valiente y decidida, con la mirada en alto, pero con la puntería fallida al querer acertar, que es como se gana o se pierde en estas lides de vida o muerte.