lunes, noviembre 25, 2024

El odio y el humanismo en los tiempos del cólera

Parte I

Las derechas tardías

“El viento del odio nos arrastraba y nos hacía girar locamente…”

El Agua Envenenada

Fernando Benítez

Por

Rafael Serrano

 

En estos días los vientos de las ideologías, el sotavento y el barlovento de las ideas, envuelven las discusiones y llevan a las calles  a la “ciudadanía” o al “pueblo”.  Los habitantes de la República toman las calles para expresar de donde viene el viento, barlovento,  y a donde va, sotavento.

 

Barlovento y sotavento de las derechas

 

Las derechas respiran en los aires que hablan de un “país dividido”, confrontado, que ha roto una “paz social” de al menos 80 años y que ha “derrumbado”, en sólo 4 años, una transición democrática que costó años edificar y, según esta historia,  ha vuelto “al pasado paternalista”, reviviendo al ogro filantrópico,  como Octavio Paz definió al Estado mexicano. Aseguran: el populismo en manos de la izquierda es la  némesis del progreso social. Concluyen que  la democracia participativa (el pueblo soberano que mandata directamente) es una amenaza “demagógica que anula/extingue las virtudes de la democracia representativa (el pueblo a través de los partidos e instituciones burocratizadas).

 

Este discurso se llena de improperios, maledicencias que reflejan odio/envidia/rabia, proyectan espíritus dañados por una vida de privilegios: las burocracias doradas y oligarquías empresariales y financieras detestan  a “los de abajo”, al pueblo “pata rajada” ignorante que no se ha “civilizado” ni se han subido a la escalera de la movilidad social: no se ha “pulido” ni “remediado”. También, la élites dominantes detestan a los “aspiracionistas”,  “los de en medio” (middle row), de “bajo rendimiento” (el godinato); pero los aceptan como  conversos,  útiles para radicalizar y defender posturas conservadoras. Baste con ver u oír a algunas legisladoras o alcaldesas  de “medio pelo” o algún empresario clase mediero, aspirante a  lobo de Wall Street en modalidad kitsch, afiebrados con posturas más radicales que las del Yunque. Son los “pobres diablo” que llenan centros comerciales y viven de las tarjetas de crédito, pagan las mensualidades de su auto fifi y viven en los apartheid hipsterizados de las colonias aspiracionistas de nuestras ciudades que aspiran a vivir como en Boca Ratón, Florida. Son los militantes estridentes de la derecha conservadora,  sus multitudes, su voto duro. Ellos caminaron hacia el monumento a la Revolución para oír el canto conservador: el INE … no se toca.

 

En la narrativa de los demócratas conservadores, “los de arriba” no reconocen que sus privilegios no vinieron necesariamente de un esfuerzo ni de legítimas luchas por prosperar. Ni que ellos adoctrinan vendiendo la zanahoria de la meritocracia tanto en sus establecimientos empresariales o en amplias franjas de una burocracia parasitaria de bajo rendimiento y alto costo. Narrativa regada todos los días por los medios de comunicación.  Como parábola enseñante, se habla de la “la cultura del esfuerzo” que se eleva a paradigma con el mantra de las “buenas prácticas” y los “casos de éxito”. Olvidándose del mar de rapiña que inunda la sociedad de mercado y de la “libre” competencia. La democracia del privilegio basada en la codicia.

 

Por supuesto no aceptan que la división y el enfrentamiento de clases sea un producto histórico resultado de un férreo control social que ha ejercido y ejerce  una oligarquía cuya virtud mayor ha consistido  en saber reciclarse ante cada tsunami  social, como sucedió con la Independencia, la Reforma  y la Revolución, todos procesos intervenidos o congelados por una “nueva” oligarquía; y así hasta este siglo XXI. La división en una sociedad estructuralmente injusta siempre existe como factor disruptivo, no es propio de un gobierno en específico sino la naturaleza del sistema. La historia así lo demuestra. Pero ante  ello la derecha se fuga hacia el futuro hablando de “unidad y reconciliación”.

 

la multitud conservadora amotinada el 13 de noviembre pasado

 

En este barlovento y sotavento, se habla de las instituciones acribilladas, sometidas, fracturadas y suprimidas. A estos vientos se une una elite intelectual y una mediocracia donde priva un pensamiento pos-humanista que nos habla de un “país en llamas” enjaulado en su melancolía o que vuelve al laberinto de la soledad donde nos arrojaron los iluminados Bartra y Octavio Paz. Para este amasijo de voluntades el enemigo es el populismo que ha devorado el presente y acecha al porvenir. Para el pensamiento conservador, el futuro del populismo, ahora encarnado en un “líder ególatra”, es un regreso a la cueva de la pre-modernidad.

 

Los marchistas de la derecha, o los conservadores, son ese revoltijo social, minoría silenciosa, que defiende un pasado bastante cuestionable pero que permitió, dicen,  construir un país más o menos en “paz” minimizando/olvidando que esa paz se hizo ahondando la  desigualdad y la injusticia, incluso suprimiendo a la disidencia. Estas multitudes, ni tan grandes ni tan extensas pero significativas,  se configuraron en torno a una narrativa centrada en la voz de orden: “el INE no se toca”. Por eso decir que el INE no se toca es decir: no cambiemos porque ya  cambiamos… para no cambiar (nuestros privilegios). Le hacen el juego al pensamiento escéptico que abreva en el gatopardismo de Lampedusa. Muestran que más que defender a una institución fracasada se defiende un estilo de vida y una manera de pensar. Ahora reinventan una reconciliación basada en atar y sujetar los privilegios de casta  y clase, ofreciendo ¿qué? No mucho. Nos ofrecen “la reconciliación”.

 

La “reconciliación”

 

¿De qué va la “reconciliación” que piden los conservadores? Va  de unir a los que están verdaderamente desatados y que se dispersan entre una ultraderecha que copia las modas ideológicas  de los conservadores europeos (VOX  y el Partido Popular de España); de consolidar/alimentar un ecosistema ideológico compuesto de una flora y fauna que abarca todo los espectros etarios que atraviesa clases sociales y abreva en los pensamientos únicos o en las jaulas metafísicas de los posmodernos; de declarar muerta la modernidad y sus utopías libertarias y  propagar una ideología más allá de las ideologías que sus exquisitos llaman “pos-modernidad”; de encerrar al pueblo en su jaula de hierro y tapiar la democracia directa, participativa. Va de vendernos la máscara de la reconciliación y la unidad cuando lo que existe es una rabia clasista y racista que clama por volver a su pasado.

 

Cabe recordar: “Las reconciliaciones” en política son acuerdos sustantivos para evitar la guerra, la lucha de clases, los conflictos étnicos, territoriales, de religiones. Como lo decía Clausewitz : “La guerra es la continuación de la política por otros medios. Los conflictos se resuelven, por consenso o por violencia”. Para evitar la violencia  se  inventó el parlamentarismo que permite la estridencia y construye los consensos; algo que las derechas conservadoras han olvidado y que ahora revierten: las minorías quieren gobernar como si fueran mayoría. ¿qué reconciliación se puede lograr bajo esta perversión? Además, no nos “concilia” lo que nos separa y agravia desde hace siglos. Sólo evita la violencia física que siempre estará latente.

 

La lucha política es siempre una confrontación, y se “concilia” cuando existen algunos puntos de acuerdo (consenso). Luhmann lo ha planteado: los diálogos de la conversación política  disminuyen  los malos entendidos pero no los elimina. Lo significativo es que trata de evitar la  guerra, el exterminio del otro o de los otros. Pero la violencia es el componente  tóxico de toda actividad política,  siempre  ha existido, ya sea física o simbólica, atemperada bajo las reglas de la dominación de la oligarquía prevaleciente. En México, el PRIato y después el PAN han gobernado  durante más 80 años ejerciendo una violencia a veces soterrada y a veces a flor de piel. Cuando pierden el poder se vuelven demócratas y hablan de  diálogo que busca “consensos” donde sus intereses se impongan. Hemos padecido sus prácticas:  desde  la cooptación hasta la represión  o  dado el caso la  supresión quirúrgica, selectiva.

 

Ahora, la oligarquía mexicana, que ya no es mayoría,  se ha vuelto “plural, diversa y dialogante”. Pero no. Es una minoría estridente y rabiosa. La marcha del INE NO SE TOCA es una expresión pacífica que tuvo la pátina del coraje, del odio y del rencor ante un gobierno que todos los días los interpela, es decir fue violenta. En ella caben muchos mexicanos que ven en el “populismo” su némesis. Han perdido sus privilegios y quieren volver al pasado. Y renuevan su discurso.

 

La renovación conservadora

 

En sus cónclaves hemisféricos, las derechas  se renuevan: las y los feministas son una “colectividad vegetariana” lo mismo que los ecologistas anticlimáticos y llaman “colectivismo tribal” a todo aquello que suena a pueblo, lo ve como un “cáncer social”;  una “metástasis” cultural que proviene de los aires contaminados, revolucionarios, de la dictadura cubana o de la enferma Venezuela y que ha cundido con la llegada de unos  arribistas de izquierda, populistas,  que han tomado el poder en casi toda América Latina.

 

Proponen “volver” a tradición de occidente, heredera de Grecia, Roma y del cristianismo, a lo que llaman la  “Iberósfera” donde el porvenir sería volvernos una Miami continental. ¿qué reconciliación puede haber si los reclamos del pueblo se consideran colectivismo vegetariano y tribal? Imposible reconciliarse con las viejas consignas del miedo al comunismo, la defensa de “La familia”, la sujeción de la mujer al pacto patriarcal o de inclinarnos ante la espada cristiana del Cid revivido. Esta derecha delirante se liga con los neoliberales y progres hipsterizados subiendo a este  ecuménico camión de carga  a la vieja guardia del PRI  y a sus cachorros especializados en robos en despoblado, con neo-panistas que han invertido el Bien Común por la cultura empresarial basada en una explotación con rostro humano. Unir y conciliar esta fauna y flora de la jungla conservadora sólo puede ser por la envidia clasista y racista de haber perdido el poder y sus privilegios.

 

Es el “éxito” del frente o alianza opositora de Claudio X González. Nos han propuesto continuar con lo mismo pero sometiéndonos al pensamiento tecnocrático y digiriendo  el triunfo histórico del capitalismo, su planetarización, hacia un nuevo mesianismo en las alas de Ícaro: las tecnologías y sus derivas antropo-genéticas nos harán saltar del reino de la necesidad al reino de la libertad extinguiendo la división social, los enfrentamientos y la violencia social. Sus vientos ven más hacia el pasado que hacia el futuro; han olvidado el espíritu humanista que nació con la modernidad y que se reflejó en los principios de la Revolución americana y la Revolución francesa. Son solo Barlovento.  Ante la derrota en las urnas, la derecha busca unificarse creando muchas derechas que amalgama en algo que llama “pluralidad” y la bendice con el agua bendita de la “reconciliación”. Lo que ha logrado esta derecha gelatinosa es que grupos y pensadores que antes eran de centro o de izquierda cool, liberales lábiles, marchen contra ese Golem llamado populismo.  ¿cuánto durará esta “reconciliación” frankestein?

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