martes, abril 23, 2024

El nacionalismo ha sido la gran fuerza de Croacia

Luis Alberto García / Moscú

*Un documental fílmico inspiró a su selección para ser finalista.

*El conflicto bélico de finales del siglo XX no ha sido superado.

*La pequeña nación fue culpable y víctima en una guerra.

*Veinte kilos de ojos humanos de los Ustachas para Ante Pavelic.

 

 

El futbolista croata Sime Vrsaljko se abrazó a su bandera tras clasificarse para la final que, con todos los honores, disputaría su equipo contra Francia el domingo 15 de julio de 2018, haciendo recordar a muchos de sus compatriotas que debían ver “Vatreni” (fiera de fuego en croata), documental que inspiró a la selección de Croacia para llegar a ese partido decisivo.

 

La película deja ver que no resulta fácil para ningún Estado reconstruirse, política, económica y espiritualmente, después de una guerra como la que padecieron varios territorios de la antigua Yugoslavia en los primeros años de la década de 1990.

Croacia, con un poco más de cuatro millones y medio de habitantes y una superficie de 56 mil kilómetros cuadrados, no solamente logró entrar en la Unión Europea (UE) cuando algunas zonas todavía no se habían recuperado de los estragos del conflicto.

Ese espanto bélico, padecido entre 1991 y 1995, compartido con Bosnia Herzegovina, Serbia, Montenegro y con alcances hasta Kosovo y Albania, fue superado por los croatas, quienes acabaron convirtiendo a su pequeña nación en una potencia deportiva, al llegar con merecimientos a la final de la Copa FIFA / Rusia 2018, jugada ante Francia ese domingo 15 de julio.

La guerra es un recuerdo vivo en un país mediterráneo, balcánico y centroeuropeo, con su capitán, Luka Modric, como un niño desplazado interno durante el conflicto, su abuelo muerto por la bala de un francotirador, y Zadar, su ciudad natal, destruida por las tropas de Serbia, entonces presidida por Slobodan Milosevic.

Croacia es uno de los países más jóvenes de Europa: nació en 1991 durante la violenta destrucción y extinción de la Yugoslavia unida después de 1945 por el mariscal Josip Broz, Tito, aunque su independencia no fue plena sino hasta 1995, cuando las tropas enviadas por su gobierno desde Zagreb, reconquistaron parte de su territorio, ocupado por Serbia.

El dramático episodio provocó el mayor desplazamiento de población de todas las guerras balcánicas: 200 mil serbios huyeron o fueron expulsados en apenas unos días, y por eso ha sido el último Estado en ingresar en la UE, en 2013.

El peso de la guerra en la memoria de Modric y de Iván Rakitic –jugador del Barcelona, nacido en Suiza, luego de que sus padres se asilaran en la república helvética-, el fuerte componente religioso —la Iglesia católica es una fuerza importante— y la idea asentada de que existe una nación croata anterior a su nacimiento como país, convirtieron a Croacia en un Estado con una fuerte identidad, poseedora de un nacionalismo extremo y desatado.

El violentísimo y sangriento estallido de Yugoslavia comenzó con una breve guerra en Eslovenia –patria de origen de la frívola Ivanka Trump, esposa de ya sabemos quién- ; pero cuando Croacia declaró su independencia en 1991, las tropas del Ejército Federal Yugoslavo, a las órdenes de Milosevic y apoyadas por paramilitares serbios, invadieron una parte del país y crearon una república en Krajina, zona de población serbia.

Las inenarrables masacres provocadas por las tropas serbias, como la destrucción de Vukovar y la limpieza étnica, marcaron un conflicto étnico despiadado, en el que serbios y croatas hablaban la misma lengua desde tiempos inmemoriales.

Lo extraño es que, en el caso el serbo-croata, los primeros la escriben en cirílico y los segundos en caracteres latinos, en dos naciones que se dicen cristianas, aunque los serbios sean ortodoxos-como griegos y rusos-  y los croatas fervientes católicos.

Para justificar sus atrocidades -documentadas en la última década del siglo pasado por todos los medios del mundo-, Belgrado no dudó en manipular los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial, cuando el régimen croata de los Ustashas de Ante Pavelic instauró un estado fascista pro nazi independiente.

En alguna de nuestras crónicas dimos cuenta de la forma en que fueron asesinados miles y miles de seres humanos con una crueldad inaudita y demencial, como lo narra con realismo y crudeza sin paralelo Curzio Malaparte en “Kaputt”, último capítulo de su libro “La piel”.

Ahí relata que, cuando entrevistó a Pavelic, vio que en su sombría y austera oficina tenía una  cubeta con algo gelatinoso, preguntándole si eran ostras, ante lo que el dirigente fascista croata le respondió: “Es un regalo de mis leales soldados Ustashas: veinte kilos de ojos humanos”.

El Estado de la década de 1990 no tenía nada que ver con el de Ante Pavelic de 1940; pero el discurso nacionalista excluyente del líder croata de la independencia -el fallecido presidente Franjo Tudjman-, no ayudó precisamente a tranquilizar a los serbios, como tampoco se mantenían quietos los aficionados croatas en las tribunas de los estadios rusos en junio y julio de 2018.

En las gradas se vio a la presidenta Kolinda Grabar-Kitarovic, alegre, feliz como una fanática más del equipo subcampeón del mundo -el de Danijel Subasic,  Domagoj Vida,  Sime Vrsaljko, Iván Perisic, Mario Manzukic, Iván Rakitic y Luka Modric-, cuestionada políticamente por su falta de claridad a la hora de hablar del pasado fascista de Croacia y su apoyo a las tropas hitlerianas y la persecución de los partisanos comunistas y sus dirigentes.

El hecho real es que ha desatado protestas en entidades como el Departamento de Estado estadounidense que, en 2017, mostró serios motivos de preocupación por el aumento del revisionismo por parte de numerosos intelectuales independientes.

Slavenka Drakulic, una de las grandes escritoras croatas contemporáneas, autora de “No matarían una mosca”, y crítica del nacionalismo exacerbado por Grabar-Kitarovic, declaró en entrevista reciente: “El revisionismo es algo que ocurre en la actualidad, ante hechos históricos de la Segunda Guerra Mundial”.

Artículos relacionados