CIUDAD DE MÉXICO.- En menos de una semana desde los anuncios arancelarios de Donald Trump, se ha puesto en duda la base misma de la economía global. Hay una economía del pasado y otra que hoy está siendo dictada desde la Casa Blanca en Washington.
De acuerdo con el análisis elaborado por Philippe Waechter, Jefe de Investigación Económica en Ostrum AM (Afiliado a Natixis IM), el economista no debe dejarse arrastrar por narrativas persuasivas que no estén respaldadas por un análisis riguroso.
Dos puntos clave a tener en cuenta:
Primero, recordar que los choques arancelarios, especialmente cuando son significativos, históricamente han tenido efectos nocivos sobre la economía y el empleo. La recuperación suele ser lenta porque los procesos productivos se ven fracturados o severamente interrumpidos. Absorber ese tipo de impacto toma tiempo, y los desequilibrios persisten.
Segundo, la premisa del razonamiento de Trump es falsa. No, la economía estadounidense no ha sido explotada ni saqueada por el resto del mundo. La tecnología de Estados Unidos ha dominado el escenario global desde el fin de la segunda guerra mundial, y el dólar está tan entrelazado con la economía mundial que abandonarlo sería una experiencia sumamente riesgosa.
Se puede decir de otra manera: las grandes plataformas que dominan el mundo occidental —Amazon, Google, Microsoft y otras— son estadounidenses y aprovechan la escala del enorme mercado interno de EE.UU. para proyectar un poder sin comparación en el resto del planeta. Esta es la dinámica que Europa no ha podido replicar por la falta de un mercado verdaderamente integrado.
Estados Unidos también ha ganado la batalla del soft power. Basta preguntarse qué películas vemos o qué plataformas de streaming guían nuestras noches frente a la pantalla.
Todo esto representa una fuente importante de ingresos para Estados Unidos, y es parte esencial de lo que hace tolerable su déficit comercial.
No, la economía estadounidense no ha sido desmantelada por el resto del mundo; si así fuera, las empresas estadounidenses no habrían invertido tanto en China ni habrían realizado tantas transferencias tecnológicas. El mercado local era lo suficientemente atractivo como para justificar ese comportamiento, y las empresas no se vieron forzadas ni atrapadas.
Otro ángulo de esta premisa es que el poder económico de Estados Unidos ha ido de la mano con su poder político. En años recientes, esa fuerza ha girado en torno a Asia, a costa de Europa. China es el obstáculo político del siglo XXI, así como lo fue la URSS en el siglo XX, lo que reabre el debate sobre la OTAN y su financiamiento en Europa.
La lógica de esta narrativa también refleja la influencia global de EE.UU. Según la visión de Trump, el mundo es un juego que suma cero. Estados Unidos debe encontrar formas de apropiarse de la riqueza ajena en beneficio propio.
Al romper las reglas existentes e individualizar los aranceles, cada país será tentado a negociar para suavizar su castigo, pero estas negociaciones se darán bajo las condiciones impuestas por la Casa Blanca.
El requisito previo:
Los indicadores de desconfianza hacia la política económica de Trump se acumulan.
Según una encuesta de la Universidad de Michigan, los consumidores estadounidenses están seriamente preocupados. En abril, preveían que la inflación subiera hasta 6.7% en los próximos 12 meses y que alcanzara 4.5% en cinco años, niveles incluso por encima de los observados en el episodio inflacionario más reciente. También están preocupados por el empleo, que —según los propios consumidores— podría caer significativamente en los próximos seis meses.
La incertidumbre sobre la política económica, medida por el índice Economic Policy Uncertainty, se disparó con la llegada de Trump a la Casa Blanca. A principios de abril rompió todos los récords, incluso los de la pandemia, cuando el manejo económico parecía más intuición que estrategia.
La política económica de EEUU se percibe como impredecible. Prueba de ello es que la medida que exenta temporalmente de aranceles a teléfonos, computadoras y otros dispositivos, según el ministerio de Comercio, era inicialmente anunciada como definitiva.
La doble estrategia:
Se dice que la Casa Blanca está operando con una estrategia dual:
Por un lado, una declaración explícita en torno a los aranceles y la necesidad de que el resto del mundo pague por lo que Estados Unidos ha contribuido a construir durante décadas.
Por el otro, una estrategia financiera implícita, que apunta a mantener tasas de interés muy bajas ante la enorme cantidad de bonos que deben refinanciarse. Se habla de 7 billones de dólares en bonos emitidos a tasas bajas durante la pandemia, los cuales ahora deben renovarse a tasas de mercado. Considerando que el rendimiento a 10 años ronda el 4.5%, el costo adicional para el Tesoro y el presupuesto federal será considerable.
Dos hipótesis no excluyentes:
Las negociaciones para debatir temas arancelarios también se plantearon como una vía para abordar el refinanciamiento y la capacidad del resto del mundo de absorber esa deuda a tasas muy bajas, sin presionar a las finanzas públicas estadounidenses. El aplazamiento de las medidas arancelarias pospone esas negociaciones y, por lo tanto, retrasa la posibilidad de trasladar parte del costo de la deuda a otros países.
La otra opción era inducir una recesión en EE.UU. para forzar un recorte de tasas y así lograr un refinanciamiento más barato. De hecho, Trump llegó a decir que una recesión breve podría ser necesaria.
El debate:
La pérdida de confianza por parte de los inversionistas se refleja en una estrategia clara: evitar activos denominados en dólares. Y ese refinanciamiento seguramente implicará un costo altísimo para el Tesoro estadounidense.
No se puede enturbiar el panorama y al mismo tiempo exigir certidumbre a los actores económicos. Esto no funciona así. Las empresas y los inversionistas necesitan reglas claras y estables. El nivel de improvisación que se percibe en Washington hace a todos temer lo peor.
AM.MX/fm