domingo, noviembre 17, 2024

EL INCONSISTENTE MILAGRO CHINO

CHINA por su explosivo crecimiento se convirtió súbitamente en la segunda potencia global. La mayoría se preguntaba, no si superaría a los Estados Unidos, sino cuándo.
Siegfried Hitz
11 de enero 2024
Los orígenes. La China tradicional
Por muchos siglos y hasta inicios del XVIII, China fue, con altibajos, la mayor economía mundial debido a su elevada producción agrícola, su enorme población y su gran extensión territorial. Según el historiador económico alemán Angus Madison, en 1820 concentraba un tercio del PIB mundial y era mayor que la suma de todos los países europeos. En el siglo XXI continúa siendo el principal cultivador mundial de productos primarios como trigo, arroz, papas, tomate, sorgo, maní, té, mijo, algodón.

Su ancestral cultura se había mantenido sólida e inmune a las influencias extranjeras, incluyendo a los productos europeos. En el último cuarto del siglo XVII se gestó en Europa un sorprendente crecimiento de invenciones y adelantos tecnológicos que dieron lugar a la Revolución Industrial y se reflejó en un brusco salto en el desarrollo económico y estructural de ese continente.

El impermeable escudo chino encontró una fisura cuando los comerciantes ingleses les llevaron el opio, que sedujo a muchos, se tragaron el anzuelo que los haría soñar, pero casualmente causaba adicción. El gobierno chino prohibió su consumo y la protesta inglesa se tradujo en la Guerra del Opio. Bastaron 20 mil soldados ingleses, con barcos a vapor y armas de tecnología avanzada para vencer a 100 mil soldados chinos.

La derrotada gran potencia económica tuvo que aceptar reparaciones de guerra y ceder puertos y territorios a Gran Bretaña, Japón y Rusia. La debacle del gigante fue tal que se mantendría, miserable hasta la segunda mitad del siglo XX.

Primer disruptor: MAO impone el comunismo
Tras 20 siglos de dinastías ancestrales, en 1911 se fundó la República de China. Su presidente fundó el Partido Nacionalista de China con un gobierno democrático. Diferencias internas produjeron un mayor declive económico. Continuaba siendo un país superpoblado, pobre y atrasado, dedicado esencialmente a actividades primarias.

Su pobreza y marginación fueron un caldo de cultivo propicio para la agitación social en una época marcada por el activismo socialista que vieron en la Revolución Rusa el modelo aspiracional, al igual que muchos otros progresistas del mundo. Así en 1921 se constituyó el Partido Comunista Chino (PCC) que a partir de 1927 condujo a 22 años de guerra civil y desembocó en la victoria comunista de octubre de 1949 con la formación de la República Popular China. El gobierno nacionalista y sus seguidores se refugiaron en la isla de Taiwan.

Bajo el modelo y apoyo soviético y en pleno inicio de la guerra fría, China implementó radicales medidas que correspondían al nuevo sistema con planeación central en economía, un sistema político autoritario, concentrador del poder que eliminó la propiedad privada y las libertades individuales.

El proceso se impuso a sangre y fuego con un costo estimado de 40 a 50 millones de vidas. Sin duda el más sanguinario de la historia. El concepto de colectividad quedaba en todo momento por encima del individuo. El académico especialista en China y el lejano oriente, Eugenio Anguiano Roch, dos veces embajador de México en China, expresó años atrás al autor de este libro que el colectivismo es parte de la cultura tradicional china, por ello el comunismo resultó más tolerable que a los occidentales cuya mentalidad es esencialmente individualista y pondera la dignidad moral del individuo, los derechos humanos, de propiedad, credo, expresión, pensamiento y en general la libertad y la tolerancia.

Mao lanzó el programa “El gran salto adelante”, formó comunas colectivas rurales para sustituir todo indicio de propiedad privada, pero provocó el desplome de la productividad rural y dio lugar a una agudísima falta de alimentos que, según estiman historiadores, causó la muerte a más de 30 millones de personas (parte de la cifra mencionada). Los dirigentes comunistas atribuyeron la histórica “Gran hambruna china” de 1959 a 1961, a adversidades climáticas como sequías, tifones y desborde de ríos. En 1962, el economista y político chino Liu Shaoqui, miembro del partido comunista, atribuyó la Gran hambruna a error humano en 70 % y 30 % a adversidades climáticas. Quizá nunca se sabrá la verdadera causa de esta criminal escasez de alimentos.

El Partido se lo recriminó a Mao y lo destituyó. Recuperaría el poder hasta la Revolución Cultural que él promovió en 1966, enseñando a las masas chinas que era «válido rebelarse», que era su privilegio criticar a quienes ocupaban posiciones de autoridad y participar activamente en la toma de decisiones. Fue una revolución dentro de la revolución y a partir de entonces su palabra fue tratada como de autoridad suprema y fue objeto de exultante adulación. Mao se convirtió en el líder máximo.

El marxismo se aplicó con rigidez tanto en política como en economía y mantuvo al país estrictamente cerrado, por lo que hay poca información para conocer el desempeño de su gobierno. Podemos calificar a la época de Mao, como la edificadora del comunismo marxista doctrinario, cuyo objetivo central y único fue la estricta aplicación de sus principios y donde no importaban los resultados económicos ni las protestas sociales.

Segundo disruptor: DENG, el giro al pragmatismo comunista
Casi un año después de la muerte de Mao, el visionario Deng Xiaoping asumió el poder en 1977. Decidió un viraje radical e impulsó, contra la voluntad de los dirigentes tradicionalistas, un “comunismo pragmático”, que mantuvo el cerrado control político, pero abrió, de manera regulada, su economía a la inversión y a mercados internacionales.

El modesto 4.5% del PIB mundial que China representaba en 1950, creció aceleradamente hasta cuadruplicar la cifra y alcanzar 18% en 2022. El mundo observó el explosivo crecimiento que superó con amplia ventaja a Japón y Alemania, previamente segunda y tercera economías globales. Hasta 2020 no se veía qué podría impedir que superara a los EUA como primera economía mundial. El sueño de recuperar su ancestral lugar parecía seguro.

Al orientarse al mercado global, el país irrumpió con abrumador y sorprendente éxito basado en su abundante y barata mano de obra e ingenio productivo, hasta que, al incorporarse a la Organización Mundial de Comercio (OMC), en 2001 se comprometió a respetar las reglas mundiales del libre comercio. Formalizó su plena inserción en la globalización al lado de los países capitalistas y por sus cuantiosas exportaciónes fue llamado “la fábrica del mundo”.

Enfocó su crecimiento a regiones específicas del país y dejó otras para etapas futuras, lo que no sorprende para un país con más de mil 400 millones de habitantes. Su desempeño comercial permitió a China acumular gigantescas divisas, que en parte orientó a crear la infraestructura de la que carecía. El antiguo imperio dedicado a actividades primarias devino ahora en potencia industrial y finalmente tecnológica. El gran disruptor Deng Xiaoping lo logró con libertad económica hacia el exterior, pero mantuvo principios de política comunista y autoritaria.

3) Tercer disruptor: XI YINPING, regreso a la ortodoxia
En 2013, Xi asumió el poder de un enorme país, con sobreabundancia de recursos y las más altas tasas de crecimiento histórico en el mundo.

El país había impuesto desde 2008 la política de un solo hijo por familia, con la meta de abatir el problema de excesiva población, por la carga que suponía alimentarla y educarla. A la larga, esa decisión ha generado graves problemas sociales, económicos y de disponibilidad de mano de obra: aumenta la edad promedio, la población envejece y podrá caer en un problema similar al japonés: cada vez menos trabajadores que cargan con creciente número de jubilados. La política se flexibilizó en 2015 a dos hijos y en 2021 se descartó.

Tanto por motivos propagandísticos como de apoyo al desarrollo industrial, el país se avocó a construir infraestructura que sustentara el crecimiento. Invirtieron enormes recursos, no siempre redituables, en carreteras, presas, obras de irrigación, trenes, puentes o plantas de energía que impresionaron al mundo. Con vastos financiamientos apoyaron al progreso, que a su vez produjo progreso.

El sector industrial también registró sobreinversión en su capacidad instalada, por lo que su salida natural sería el dumping comercial, que consiste en vender al costo o por debajo de él. Estrategia considerada tramposa internacionalmente porque provoca la desindustrialización de sectores enteros en otros países. Los países afectados podrán aplicar defensivamente aranceles o acudir a instancias como la OCDE. Según Jorge Guajardo exembajador mexicano en ese país, la gran oferta de autos chinos en México es producto de su fabricación anual de 45 millones de vehículos con un mercado interno de 20 millones.

En las ciudades de las regiones en desarrollo construyeron enormes inmuebles con atractivos financiamientos para una población que desde Mao no podía poseer bienes raíces. Millones adquirieron viviendas para habitar o rentar, pero la excesiva oferta generó una burbuja inmobiliaria que afectó el equilibrio de las finanzas públicas.

Durante la pandemia brotaron señales de alarma. El exceso de bienes raíces afectó tanto su valor de mercado, que resultó incosteable pagar los créditos. La construcción entró en crisis y arrastró a sus proveedores nacionales y extranjeros, incluidos países sudamericanos como Brasil y Argentina; la prensa la llamó “la pandemia económica”.

Previamente había surgido un diferendo comercial con EUA, su principal cliente y las exportaciones chinas se redujeron. Numerosas empresas norteamericanas y europeas decidieron migrar a regiones más seguras. El Institute of International Finance afirmó que las acciones en bolsa perdieron automáticamente valor, solo en 2023 migraron 300 mil millones de dólares a países como Vietnam, México o India.

La confianza del consumidor cayó y la demanda de bienes se redujo, arrastrando los precios a la baja. En 2022 inició un proceso deflacionario, en el que el consumidor no compra en espera de que los precios bajen aún más o porque se quedó sin ingresos.

En setiembre de 2013, Xi lanzó el gigante proyecto BRI, “Iniciativa de la Franja y la Ruta”, como estrategia de desarrollo global y cooperación internacional con China como eje. Involucró a 42 países en las rutas terrestres y marinas en Asia, África y hasta Europa, con el objetivo manifiesto de impulsar el comercio global.

En el fondo, el objetivo real era encauzar a su país como primera potencia económica mundial. El modelo, parte de un ferrocarril en la histórica Ruta de la Seda, ampliado con una extensa red de vías navales y terrestres, fuentes de energía eléctrica y petrolera, que dispararían el comercio internacional con China como centro. La iniciativa se elevó en 2017 a nivel constitucional.

El macroproyecto requería la participación de numerosos países, que tendrían oportunidad de superar su atraso económico, para lo que requerirían enormes recursos. La rica y poderosa China, triunfadora del comercio mundial, se avocó a financiar las obras necesarias en 42 países, con el éxito del disruptor Deng, su sucesor, Xi, consideraba tener los recursos abundantes.

Su iniciativa competía con los organismos financieros internacionales como BID y FMI que las economías poderosas formaron años atrás y desarrollaron sistemas profesionales con staff altamente calificado. China no estaba capacitada para operar los acuerdos y contratos necesarios para financiar proyectos a países en desarrollo. No siguieron los procesos y formalidades para atar los recursos estrictamente a su destino.

Las condiciones blandas de las financieras internacionales para el desarrollo, operan con plazos hasta de 30 años y tasas de interés cercanas al 3%. Los chinos impusieron intereses alrededor de 7% y plazos de sólo 15 años. ¡Y sin exigir los indispensables candados y formalidades para asegurar la inversión! El riesgo de impago era esperable.

Las consecuencias pronto salieron a la luz. A muchos de los acreditados les resultó imposible pagar y en otros, la corrupción se impuso con el acceso al dinero fácil. Poco después de iniciadas las obras del extraordinario proyecto, empezaron a frenarse dejando grandes construcciones sin terminar y sin forma de recuperar; sobran ejemplos en Asia y África.

El gigantesco proyecto topó de frente con la realidad: invirtieron la cifra descomunal de tres billones de dólares. Si, ¡tres billones!

La sobreinversión en capacidad industrial, infraestructura e inmuebles fueron serios errores de cálculo, pero el proyecto BRI (Belt and Road Initiative) reflejó la falta de visión para implementar algo tan ambicioso. Los dirigentes chinos se encontraron con un proyecto más allá de sus propias capacidades técnicas, todo indica que carecían de la asesoría especializada.

Un milagro que se esfumó
Podemos concluir que Mao, el primer disruptor, creó la estructura comunista, el segundo, Deng, fue el visionario que disparó la economía. El tercero, obsesionado por hacer de China la potencia hegemónica, dilapidó la herencia y acabó en quiebra.

China es la segunda economía mundial y lo seguirá siendo, pero con crecimiento cada vez menor, y quizá aún negativo. El presidente chino, XI Jianping reconoció por primera vez, al cierre del año 2023, que las empresas atraviesan dificultades y que hay desempleo.

La realidad es que enfrenta una desaceleración estructural con débil demanda y pérdida de confianza empresarial, creciente tensión financiera en los gobiernos locales y estanflación. Esta no es una crisis cíclica como las típicas del capitalismo, vive un crítico cuadro económico.

Xi añadió “Consolidaremos y fortaleceremos el impulso de la recuperación económica”. Con su enfoque estatista de la economía enfatiza el control del partido de Estado sobre los asuntos económicos y sociales, a expensas del sector privado. La represión del Gobierno contra las empresas chinas, en nombre de la seguridad nacional, ha ahuyentado a inversores internacionales.

No es esperable ni deseable la quiebra de este gran país, pues arrasaría como un tsunami a la economía mundial. Si hoy se ve difícil que algún día supere económicamente a los EUA, cuenta con la estructura productiva e industrial para continuar siendo altamente competitivo, aún en actividades terciarias en las que ha alcanzado sólidos avances, como en tecnología, basta ver sus logros en la exploración espacial.
Mientras no encuentre el camino para abrir su estructura política, ¬separándose de los principios marxistas y continuar con la apertura que inició Deng, el futuro chino dejará de ser prometedor.

Las dificultades financieras motivaron a Xi a buscar un distractor político con la amenaza de recuperar Taiwan para “fomentar conjuntamente la prosperidad duradera de la nación china”. Es un reto para los países capitalistas como en su tiempo lo hizo la URSS. Si su objetivo es reeditar un mundo bipolar, y su papel en la globalización tiende a cerrarse, quedará claro que Xi será el disruptor ortodoxo que retoma la ruta del aislacionismo.

No aprendió de Deng, pero tampoco del escandaloso fracaso de su padrino soviético, ni de los ejemplos de Cuba, Venezuela o Nicaragua; ni que, por alguna razón, los países ricos no son marxistas. La propia China es muy grande, pero no es un país rico, basta juzgar su PIB per cápita.

El eje del mundo se desplaza aceleradamente hacia el lejano oriente con total independencia de la mayor o menor velocidad de crecimiento de China. Basta con sumar el PIB y la población de Japón, China, los tigres asiáticos, Indonesia y la India, para concluir que los antes poderosos quedarán opacados y acabarán jugando un rol secundario en el escenario mundial.

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