Luis Alberto García / Morelia, Mich.
*Murió el 11 de noviembre de 1918.
*La epidemia de gripe española se lo llevó.
*El pueblo llano peleó por su libertad, su paz.
*Jesús Cíntora tomó prisionero al Lázaro Cárdenas.
*Rafael Nares y Manuel Roa, entre sus lugartenientes.
*Se retiraron de Huandacareo con mil jinetes endemoniados.
Después de incontables tropelías y hechos de sangre en numerosas poblaciones y ciudades medianas de los estados de Guanajuato, Jalisco y Michoacán, hubo acontecimientos trágicos que reseñaron los cronistas Bonifacio Contreras y Álvaro Ochoa en “¡ Ahí viene Chávez García ¡ “ (Ediciones y Publicaciones IMC, Morelia, 1990), anunciando que el fin de José Inés estaba próximo.
En el episodio del fallido ataque a Huandacareo, una ayuda inesperada impidió la derrota de los defensores, y lo extraño es que Chávez nunca regresó a tomar venganza de ese pueblo como era su costumbre, tomando la decisión de cabalgar hacia otra parte al frente de mil jinetes endemoniados.
Murió el 11 noviembre de 1918, en el año en que la gripe española azotó a México y al mundo, y a manera de anécdota trágica, un cura se acercó en su agonía para darle la extrema unción y José Inés le dijo: “Váyase, padrecito, que yo soy el Diablo”.
Y le hicieron corridos como a su antes admirado Villa, y lo mejor -rememoran algunos de los ciudadanos sobrevivientes de esas tragedias- durante muchos años los defensores y los hijos de los defensores conmemoraron esa batalla en Huandacareo.
“En nuestro Michoacán, la gente y el pueblo, no los mitos, pelearon en una época de revuelta y caos, haciéndolo por su libertad, por su honor, por su paz”, concluye José Francisco Miguel, el pequeño que, en 1914, vio a las hordas chavistas entrar a Pátzcuaro, su pueblo quieto y querido.
Conocimos a ese niño —el que le avisó a su pueblo la presencia de los “Tigres Pintados”—, convertido en un anciano de pelo blanco y vestido con su overol azul, sin saber que era un tío materno, un arriero de la región, aunque durante muchos años se olvidó su historia.
El templo centenario del Sagrario de Pátzcuaro con sus arcos de cantera y sus torres han sobrevivido muchos años, entre murciélagos, lechuzas y muros con hierba, en medio del silencio, el tiempo y la memoria, cual monumento religioso imaginado como testigo eterno.
En esa ciudad histórica fundada por los reyes purhépechas, los chavistas hicieron lo que quisieron, entre ellos Macario el “Chato” Silva, un general con idealismo villista extraviado que participó con muchas ilusiones en Revolución mexicana como jefe de la zona del Bajío, después de la derrota de Celaya en 1915, en la que Álvaro Obregón -al mando de los constitucionalistas- perdió un brazo.
De inmediato, J. Inés se convirtió en uno de los principales jefes del movimiento rebelde encabezado por Jesús Cíntora en Michoacán, entre 1916 a 1918, además de haber sido el encargado de tomar prisionero a un muchacho de Jiquilpan, de nombre Lázaro Cárdenas del Río con la colaboración del general José Altamirano, el 26 de julio de 1918.
Esos generales se disponían a fusilar a ese joven oficial de 23 años; pero en el camino se encontraron a su superior, quién se llevó a Cárdenas que, con astucia, posteriormente se escapó para trazar su propia historia con Álvaro Obregón, Francisco Serrano, Joaquín Amaro, Roberto Cruz y otros hombres que siguieron al caudillo sonorense hasta su muerte en julio de 1928.
0tros cabecillas chavistas recordados por José Francisco Miguel, José Ramón Gabriel y José Emigdio Rafael García Munguía fueron Rafael Nares, el “Manco” y Manuel Roa y por supuesto Macario Silva, militar consentido del jefe bandolero en armas.
En “Muerte y fulgor del general José Inés Chávez García” (Editorial Polis, Morelia, 1926) Álvaro Ochoa cuenta que, como el personaje siniestro de su libro, Silva murió no matando como hubiese deseado, sino también víctima de la influenza española el 8 de octubre de 1918 en Huacao, municipio de Santa Ana Maya, Michoacán.
