jueves, marzo 6, 2025

El enigma de Pakal en su tumba de Palenque

Adrián García Aguirre / Palenque, Chis.

*Se encontró en una exploración en el sitio arqueológico
*Guadalupe Rizo explicó detalles del hallazgo en su ciudad.
*Su descubridor fue el arqueólogo Alberto Ruz L’Huillier.
*En 1952 fue posible descender hasta la tumba real.
*Los expedicionarios hallaron algo verdaderamente importante.
*Ningún impedimento les permitió dejar de buscarla.

Nacido en 1906, fallecido en 1979, luego de realizar durante décadas tareas arqueológicas extraordinarias, emprendidas en diferentes regiones de México, Alberto Ruz observó una piedra de gran tamaño en el llamado Templo de las Inscripciones, atravesada por doce agujeros tapiados con tapones perfectamente cerrados.
El sospechó que algo se escondía tras la piedra y ordenó levantar la losa y. asombrado, vislumbró a la pálida luz del templo una escalera que descendía interminablemente en medio de la oscuridad, preguntándose hacia dónde conduciría.
Hasta entonces, no se habían hallado sepulturas en las pirámides mayas y se creía que su función era sólo contener los templos construidos en sus cimas. Pero este nuevo descubrimiento desconcerté al arqueólogo.
La escalera estaba repleta de escombros, que comenzaron a ser retirados en lo que resultó ser un esfuerzo continuado durante años, ya que la galería era increíble-mente larga y estaba cubierta de piedra y maleza que hacían imposible avanzar por ella.
Tras varios años de trabajo y habiendo desprendido las piedras de cincuenta y nueve escalones, en 1952 fue posible descender, la escalera terminaba en una pared y hubo que abrir un hueco allí para descubrir un segundo muro.
Tras él se encontró una caja de material que contenía tres pequeñas fuentes de cerámica, tres conchas marinas y adornos de jade: se trataba sin lugar a dudas de una ofrenda, pero ¿a quién estaba destinada?
Las ofrendas halladas daban esperanza después del duro trabajo realizado. Ruz L’Huillier y sus ayudantes sentían que por fin estaban por hallar algo realmente importante. Pero todavía faltaba la prueba mayor.
Frente a ellos cerraba completamente el paso una nueva pared, un obstáculo más grande que las anteriores porque tenía nada menos que tres metros de espesor con un pasadizo era estrecho, y el calor sofocante que demoró por días extenuantes la apertura de un pequeño paso en el muro.
Tras él, había una cavidad, y en ella hallaron por fin lo largamente esperado: la explicación de la galería misteriosa y un hallazgo conmovedor consistente en seis osamentas; es decir, los restos de cinco hombres y una mujer.
Amontonados en la estrecha sepultura, no cabía duda de que habían sido víctimas inmoladas a algún dios maya, pues los restos eran de personas jóvenes, pero ¿por qué?.
Guadalupe Rizo, guía certificada con especialidad en culturas antiguas mexicanas, señala que, luego, se conocería que era una más de las muchas ofrendas realizadas y que este misterioso pueblo tenía corno costumbre inmolar a personas cuya sangre se ofrecía para aplacar a los dioses; pero un nuevo bloque de piedra impedía el paso a los investigadores.
Sin embargo, no era ocasión de dejarse vencer por el desaliento cuando se estaba tan cerca del éxito, y fue entonces cuando el arqueólogo logró abrir un nuevo paso en la piedra monolítica y antiquísima.
Al mirar por la abertura, el explorador no podía creer lo que veía, y como el inglés Howard Carter frente a la tumba de Tutankamón en Egipto, hubiera podido exclamar: “Veo cosas maravillosas”, ya que también él observó un espectáculo fantástico.
La señora Rizo cuenta que se trataba de una gran cripta con muros cubiertos completamente por bajorrelieves, cuyo centro estaba ocupado por un monumento de piedra esculpida.
La guía conocedora y experimentada con estudios en esa su tierra natal, cuenta que el arqueólogo Ruz expresó: “Se podría decir que era una gran gruta mágica esculpida en el hielo, con paredes brillantes que centelleaban como los cristales de la nieve. Delicados festones de estalactitas colgaban como los cordones de las cortinas y las estalagmitas parecían como oscilaciones de luz de un gran cirio”.
Las formaciones calcáreas, conformadas durante el transcurso de los siglos por encima de la gruta, daban al conjunto un aspecto mágico e irreal; pero después de un gran esfuerzo, lograron que el monolito girara, y en ese instante fue que pudieron penetrar en el santuario, con la emoción colectiva en su punto máximo.
La habitación medía nueve metros por tres, en ella estaban representados nueve personajes de estuco: los Nueve Señores de la Noche, reyes del mundo infernal de los antiguos mayas. dispersas, había. numerosas ofrendas, además de dos maravillosas cabezas de estuco.
Ambas estaban cubiertas por abundantes cabelleras, atadas con cintas y adornadas por flores secas de nenúfares; pero sin duda, lo más extraordinario era el gran monumento que ocupaba todo el centro del lugar, un enorme bloque de piedra que debía pesar cerca de veinte toneladas y cuya superficie estaba recubierta por una losa finamente esculpida.
En esta cripta funeraria se encontró una lápida de piedra de cinco toneladas con magníficas tallas, colocada sobre un sarcófago; en todas las paredes había relieves escultóricos que representaban a los nueve Señores de la Noche venerados por los mayas.
Dentro del sarcófago, Ruz L´Huillier descubrió los restos de un hombre alto, fallecido a edad madura, cuyos cuerpo y rostro permanecían cubiertos de joyas de jade, que contrastaban con el revestimiento rojo de la tumba.
Enormemente lujosa era la máscara funeraria, de mosaico de jade, con curiosas incrustaciones de obsidiana y nácar en los ojos.
Las tallas de la lápida del sarcófago no representan un astronauta en una cápsula espacial como asegura Erich von Daniken en su obra Recuerdos del futuro, sino que constituyen un valioso símbolo del tránsito del alma al reino de los muertos. Y más concretamente, describen la trasformación de un jefe maya en un dios
En el medio de la losa había una pintura de un hombre joven, adornado con gran riqueza, a quien rodeaba un exuberante decorado, signos sagrados y jeroglíficos que eran por sí solos un enigma suficiente para desvelar al descubridor.
¿Cómo desplazarlo? Trabajaban en poco espacio bajo un calor insoportable, en una cripta de aire enrarecido y sofocante logrando moverlo con gatos fijados sobre zoquetes de madera.
Y ante sus ojos, descubrieron una nueva losa, un nuevo obstáculo de piedra, y está por demás decir que los mayas guardaban celosamente sus secretos; pero Ruz L’Huillier era tenaz y no cejaría hasta develar la última incógnita.
Así que levantaron esta nueva loza para encontrar, por fin, el motivo central de tanto misterio: un esqueleto adornado prolijamente con joyas; pero no habían subsistido los ropajes con que había sido enterrado y sólo quedaban hilos sueltos de ellos, pero estaba cubierto de hermosos adornos de jade que refulgían en las sombras de la bóveda.
El rostro estaba cubierto con una máscara funeraria de jade, una obra maestra del arte maya, con los ojos realizados en conchas y el iris de obsidiana, cuya expresión facial era tan realista que, increíblemente, se podía suponer que era un retrato vivo, una representación de una las divinidades del Xibalbá, el reino de los muertos de la teogonía maya.

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