viernes, abril 19, 2024

EL CINE DE LA REVOLUCION MEXICANA: La Sombra del Caudillo: Una Película Prohibida

2ª. PARTE

Francisco Medina

Aunque parezca el argumento de una historia de ficción, es un hecho real que La Sombra del Caudillo sin proponérselo se convirtió en una película maldita, porque nunca se permitió su estreno en 1960, sino que tuvieron que pasar treinta años para que el entonces gobierno de Carlos Salinas de Gortari permitiera su exhibición pública.

Considerada por el director Julio Bracho como su mejor película “sin discusión”, La sombra del caudillo está basada fielmente en la novela homónima de Martín Luis Guzmán, obra fundamental de la literatura mexicana que parte de dos hechos reales, la rebelión de Adolfo de la Huerta en 1923 y el asesinato del general Francisco Serrano cuatro años después.

Grosso modo la historia cuenta la forma en que: El general Ignacio Aguirre se subleva contra la decisión del caudillo al imponer a su ministro de gobernación como candidato a la presidencia. La contienda toma carices violentos cuando el general sublevado se lanza a la disputa electoral. Con el fin de prevenir una revuelta, Aguirre y sus partidarios son traicionados y asesinados por militares al pie de una carretera, sobreviviendo únicamente el diputado Axkaná, testigo de los hechos.

Por sus características formales la novela se prestaba para su adaptación fílmica ya que Guzmán imita la técnica cinematográfica del montaje en varios pasajes, al describir la afluencia de imágenes que los personajes contemplan desde las ventanillas del coche a modo de back projection, recurso con el que expresa la mezcla de belleza y sordidez que caracterizan la novela. Utiliza además la concentración de acciones en un tiempo limitado superando así los espacios temporales en escenas dinámicas de cortísima duración real.

La lectura y comparación de los tres textos (novela-guión-filme) permite corroborar que si bien el director cambió el final, respetó la narrativa y transcribió íntegros los fragmentos referidos a la atmósfera por donde transitan los personajes del escritor, quien a través de finas descripciones tonales establece un paralelismo con el ambiente político. Al respecto la destacada escritora  Margo Glantz dice: “Estar a la sombra significa poder mirar a los que están a la luz, al descubierto, luciendo su físico pero también descubriendo su juego. Consciente de ello el realizador utiliza la sombra como metáfora visual a lo largo de toda la película, en la que los personajes viven bajo el influjo del Caudillo (quien  aparece sólo en dos escenas) y la luz para contribuir a fortalecer el carácter dramático de las situaciones.

Para Bracho, quien se autodefinía como un director que emplazaba su cámara y creaba  imágenes “una por una” era “inconcebible dejar al fotógrafo la creación del lenguaje visual de un film”. Por ello estableció durante toda su trayectoria productivas y perdurables relaciones laborales con los cinefotógrafos Gabriel Figueroa, Alex Phillips,  y Raúl Martínez Solares, cuyos frutos serían títulos notables como: Distinto amanecer (1943), Historia de un gran amor (194), Crepúsculo (1944) y Rosenda (1948).

Con Agustín Jiménez, otro gran maestro de la cámara había realizado la cinta La cobarde (1953), un sugestivo “ejercicio de estilo” en el que ambos experimentaron las posibilidades de la luz barroca, el  uso reiterado del rostro en primer plano y las manos como leiv motiv. Elementos plásticos que alcanzan su forma definitiva en La sombra del caudillo, en la que el binomio director -fotógrafo aprovecha al máximo los recursos de la monocromía, siguiendo los principios eisenstenianos que veían en la película blanco y negro no una ausencia de color, sino una cierta gama en la cual reside el estilo plástico de la obra.

En congruencia con la historia original las locaciones de la película se filmaron en escenarios emblemáticos de la capital; la antigua Cámara de Diputados, el Castillo de Chapultepec, las Secretarías de Gobernación y Guerra, el Paseo de la Reforma, el palacio de Bellas Artes y calles de la Ciudad de México, aparecen majestuosos gracias  a una perfecta composición clásica, de diagonales y puntos de fuga, en respeto absoluto de la línea de tercios. Sobresalen además las panorámicas de la carretera de Toluca, obtenidas a través de potentísimos lentes.

El director ocasionalmente se apoya en recursos estéticos del expresionismo alemán. Esto es notorio en el uso reiterado del primer plano, el uso del alto contraste, los ángulos forzados en contrapicada y el uso de la luz para resaltar contornos y texturas. Ejemplo de lo anterior es la escena del atentado en la escalera de la Cámara de Diputados, en la cual las sombras grafito de los barandales, ventanas y el influjo de personajes fuera de cuadro cuya sombra se percibe (anticipación típica del género) dramatizan la escena. Reminiscencias visuales de una gramática  sellada por Fritz Lang y su fotógrafo Fritz Arno Wagner, y una  estética perceptible en Jiménez tanto en algunos retratos de su primera etapa, como los inicios de su carrera tras la cámara, al lado de dos amantes confesos de esa corriente cinematográfica; Fernando de Fuentes y Juan Bustillo Oro.

La censura

 

Con guión del director Julio Bracho y Jesús Cárdenas, sobre la novela homónima de Martín Luis Guzmán publicada en 1929 en España, esta cinta generó suspicacias entre la cúpula militar y el gobierno de Adolfo López Mateos, a través de la Secretaría de Gobernación, cuando ya habían pasado más de quince años de que un militar hubiese sido Presidente de la República.

Considerada como un atentado contra el sistema político mexicano, Julio Bracho tuvo que soportar insultos y amenazas por parte de quienes estaban en el poder en la década de los sesenta. Confiado que con la llegada de Gustavo Díaz Ordaz las cosas iban a cambiar, sufrió una terrible decepción pues el poblano junto con su Secretario de Gobernación Luis Echeverría, resultaron ser más intolerantes; de ningún modo iban a permitir que esa película mostrase al pueblo mexicano una sarta de mentiras sobre los procesos internos del gobierno revolucionario.

Filmada en Blanco y negro y con un reparto estelar que incluye a Ignacio López Tarso, Tito Junco, Carlos López Moctezuma, Víctor Manuel Mendoza, Bárbara Gil y Kitty de Hoyos, por citar sólo algunos, permiten al espectador adentrarse en las entrañas del poder antes de que éste fuese institucionalizado, con lo cual se dio origen al priísmo que habría de controlar el país por siete décadas.

Durante el sexenio de Luis Echeverría y con el nombramiento de su hermano Rodolfo al frente de la cinematografía nacional, Julio Bracho intentó de nueva cuenta negociar la proyección de su obra, accediendo incluso a realizar un proyecto fílmico que no fue del agrado ni del público ni de la crítica: En Busca de un Muro (1974), que retrata la vida del pintor zapotlense José Clemente Orozco. Esta vez la negativa fue por partida doble, su película debía seguir enlatada.

En 1978, México pierde a uno de sus directores más talentosos y vanguardistas: Julios Bracho. Muere decepcionado porque nunca pudo ver su obra en las marquesinas de los cines. El estigma de película maldita lo acompañó hasta su tumba.

A mediados de los ochenta cuando las videocasteras llegaron a nuestro país empezaron a venderse copias clandestinas de La Sombra del Caudillo en el DF y otras poblaciones. El gobierno de Miguel de la Madrid no fue capaz de impedir que aparecieran reseñas, críticas y comentarios de la mítica película. Después del terremoto México cambiaba.

Finalmente, el 25 de octubre de 1990 en la Sala Gabriel Figueroa, la Secretaría de Gobernación permite que salga de su encierro la cinta de Julio Bracho. Una copia de 16 mm bastante maltratada hace suponer que los negativos fueron destruidos, quizás como última lección de un grupo de personajes oscuros que pretendían esconder la historia tapando el sol con sus dedos manchados de sangre.

Cosas del destino, en la actualidad, en cualquier tienda dedicada a la venta de películas es posible hallar el DVD de La Sombra del Caudillo, incluso, el canal De Película la trasmite con regularidad. Vale la pena verla, para rendirle honor a Martín Luis Guzmán, hombre valiente que se atrevió a escribir lo que entonces era un riesgo de muerte; y para recordar con respeto a Julio Bracho, un osado cineasta que sufrió en carne propia la persecución y el desprestigio en su propio país.

AM.MX/fm

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