Punto por punto fue remarcando en su matutina de ayer “no me voy a reelegir”. Andrés Manuel López Obrador considera suficiente la firma de la carta en la cual garantiza una vez concluido su mandato se irá a Palenque, a su rancho, a “La Chingada”. Para el titular del Ejecutivo Federal su gran capital personal y político es la honestidad, ha sido además la bandera con la cual logró ganar la contienda que lo ubicó en Palacio Nacional y, partiendo de ello, es de suponer se debe confiar plenamente en su palabra, aunque humanamente existen otros elementos para considerar no es probable decidiera ir en contra del mandato constitucional, con todo y la redacción del artículo en el cual se advierte el pueblo de México es quien manda y puede decidir cuál debe ser su gobierno, es el emisor de la decisión total.
Si observamos la entrada física de quienes han gobernado a nuestro país y la que presentan cuando se retiran, es totalmente visible el desgaste sufrido. A Fox se le colgaron los cachetes, se le afectó la columna vertebral, anduvo cargando un buen número de calmantes y de pastillitas que proporcionan felicidad. Ni que decir de Felipe Calderón, le hizo más estragos la Presidencia que la colección de rebozos o los fracasos políticos de doña Margarita. A Peña Nieto se le bajó el copete, ya en las últimas tenían que hacerle crepe y darle algunas vueltas en la coronilla al pelo al estilo quesillo de Oaxaca. López Obrador no es un hombre joven, es maduro y tal vez fuesen menos notorios los desvelos y las preocupaciones porque ya luce una cabellera totalmente canosa, sin embargo su mirada distraída, el cada vez más notorio y prolongado uso de silencios entre frase y frase, hacen ver el peso de la responsabilidad no solamente de gobernar sino de transformar. Si su llegada a la titularidad del Ejecutivo no fue un camino fácil, tal vez su organismo le lleve cuesta arriba cualquier intento reeleccionistas.
Si a lo anterior le agregamos las traiciones y el alto número de desilusiones sufridas en los más de 250 días de mandato, el hígado cobrará factura seguramente. Si nos atenemos a lo que sucede en Quintana Roo, en donde se asienta uno de sus principales proyectos, el Tren Maya, los enfrentamientos entre los grupos morenistas amenazan a la organización por el creada, sustentada en estatutos y dirigida dejándolo aún más solo frente a un reto gigante. Gabriel García, uno de sus más cercanos, está obnubilado en su relación con doña Maribel Villegas, senadora quien no duda en alargar sus influencias hasta la oficina de Ricardo Monreal en donde se cuece aparte el desafío contra Yeidckol Polevnsky. La Villegas quiso intervenir abiertamente en la selección de candidatos a curuleros cobijada por García y RM, La secretaria de Gobernación ha luchado contra la dirigencia nacional morenista por pretender insertar a Susanita Hurtado, quien entraría en lugar de Erika Castillo, a la que desde las oficinas centrales del Movimiento consideran la “yegua de Troya” de Carlos Manuel Joaquín González. Se lucha por impedir la creación de otro cacicazgo, ahora en Solidaridad, pretensión de los Beristaín.
Ni que decir de lo que ha significado la aceptación de la alianza con el Partido Verde, la cual es repudiada por la mayoría de morenistas. Según los estatutos de la organización no pueden darse alianzas ni coaliciones con partidos con malos antecedentes, con gobiernos calificados de corruptos, etcétera, de ahí no se expliquen su aceptación y el no haber reaccionado a tiempo para lograr se retire de una vez y por todas ese partido de las tierras quintanarroenses. Con el PT no existe el mismo rechazo y si bien ya no puede evitar entregarle dos Distritos en Cancún, lo cierto es que ante las malas prácticas y pésimo gobierno de Remberto Estrada, lo único seguro es la derrota.
Aseguran habrá una aplastante mayoría para Morena y tal vez así sea en Quintana Roo. Lo seguro para ellos está en Baja California y en Puebla, ahí se verá si todavía se cree en el gobierno del cambio y si lo hecho en contra de la corrupción y la impunidad tiene efectos.