El Arte de Demorarse…

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Una resistencia filosófica en la Era de la aceleración)

Carlos Prego
Introduciendo…
Vivimos bajo la tiranía de la prisa. El tiempo, despojado de su cualidad experiencial, se ha convertido en un recurso cuantificable a optimizar, una sucesión lineal de unidades productivas. En este contexto, la demora aparece como un fallo, una desviación patológica del camino recto hacia la eficiencia. La procrastinación es condenada, la lentitud estigmatizada y la pausa considerada un lujo inasumible. Sin embargo, este texto intenta rehabilitar la demora, no como vicio de la voluntad, sino como arte consciente y postura filosófica de resistencia. Demorarse, en el sentido defendido acá, es un acto deliberado de “habitar el tiempo” de otro modo: una práctica de atención, un rechazo a la lógica instrumental y una vía para recuperar la profundidad de la experiencia y la autonomía del ser. Lejos de la mera pasividad, es una forma de acción negativa, un “no hacer” estratégico que abre espacios para un “ser” más pleno.

La Demora como Distinción (…no es pereza, ni procrastinación)
Es imperativo trazar una frontera conceptual clara. La pereza, entendida como acedia o desidia, implica una carencia de energía o desinterés. La procrastinación -su pariente moderno-, es la postergación ansiosa de una tarea necesaria, generando un ciclo de culpa, deuda y estrés. Las tres son reactivas, sufridas.
El arte de demorarse -la demora en sí-, en cambio, es un arte activo y afirmativo; no es la evasión de una obligación sino la inmersión voluntaria en un presente dilatado. Es lo que el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han podría identificar como una práctica de “vitalidad contemplativa” frente al exceso de “actividad neuronal” que agota al sujeto de la sociedad del rendimiento. Mientras el “procrastinador” huye hacia distracciones vacuas para no enfrentar su tarea, el “demorante” elige detenerse… profundizar. Su gesto es recogimiento, no fuga; es el paseante que, al contrario del “corredor con objetivos”, se pierde para encontrarse con el entorno. Esta demora debe ser tomada como una ascesis, un ejercicio de desprendimiento de las demandas externas para cultivar una atención rica y por sobre todo gratuita.

Fundamentos Filosóficos (…tiempo vivido vs. tiempo medido)
La filosofía ha ofrecido claves para pensar esta distinción. Revisemos algunos autores como, Henri Bergson quien opuso el tiempo duración (la durée) al tiempo espacializado; este último es el de los relojes, calendarios, es homogéneo y divisible. La duración, en cambio, es el tiempo cualitativo de la conciencia, un fluir heterogéneo donde pasado, presente y futuro se interpenetran: “demorarse” es habitar la duración; es también permitir que un instante se expanda y que los pensamientos se ramifiquen sin la urgencia de una conclusión, que nuestra percepción se sature de matices. Es el tiempo de la creación, de la memoria…de la intuición.
Ahora vayamos con Friedrich Nietzsche, en su consideración del “gran mediodía” y el pensamiento pausado, abogaba por un tempo filosófico lento, contrario a la “indecente prisa” del periodismo y la erudición superficial. El que se demora practica lo que Nietzsche llamaría la “lección del lento” y el cual permite que las ideas maduren, que los juicios se sedimenten, que la mirada se vuelva penetrante. En la demora, se da un rechazo al pathos de la distancia corta, a la obsesión por lo nuevo e inmediato que caracteriza la modernidad líquida de Bauman.
Por su parte, Walter Benjamin con su figura del flâneur, encarna al artista de la demora urbana. El flâneur no tiene destino fijo; su andar es errante, su mirada es arqueológica (colecciona fragmentos y sensaciones), se demora en los pasajes, en las vitrinas, en la multitud y en su vagar, resiste la lógica del tráfico y la circulación mercantil; su tempo, es un tiempo subversivo, tiempo que desobedece el ritmo productivo de la metrópolis.

La Temporalidad de la Vida Cotidiana (…y la “demora” como corrección)
La filósofa húngara Agnes Heller, en su ensayo Sociología de la vida cotidiana, proporciona un marco crucial para entender el escenario donde la demora debe operar, analizando cómo la vida cotidiana está estructurada por la “heterogeneidad” y la “repetitividad”, y a su vez dominada por la lógica de la “economización” (el principio de realizar las actividades con el mínimo esfuerzo y en el menor tiempo posible), en este reino de lo pragmático y lo útil, el tiempo se parcializa y se “parceliza” en funciones. La demora, desde su perspectiva, actúa como una corrección fenomenológica a esta economía temporal, como un acto de “desautomatización” de lo cotidiano. Cuando nos demoramos en un gesto habitual -como tomar un “cafecito”-, lo arrancamos del ciclo de la mera utilidad y lo elevamos a la esfera de lo “para-sí”, en el cual el acto se vuelve consciente, disfrutado y muy significante. En ese sentido “la demora” restaura, pues, la cualidad de “acontecimiento”, lo que la rutina se había convertido en mero procedimiento. Es una rebelión contra la economía del esfuerzo, reintroduciendo la gratuidad y la densidad en el tejido de lo diario, de lo cotidiano.

Manifestaciones Estéticas (…la demora creadora y la “no-cosa”)
Pensar el arte, es pensar en el dominio por excelencia de la demora legitimada. Un cuadro no se “consume”; se contempla. Demorar, es el modo de recepción adecuado, ya en el texto En busca del tiempo perdido, Marcel Proust, hizo de la memoria involuntaria -disparada por el sabor de una magdalena- un acto de demora monumental, una suerte de excavación que rescata un universo entero de un instante aparentemente banal. La literatura “proustiana” es sin duda una pedagogía de la atención lenta.
En la pintura, el sfumato de da Vinci o las series de “nenúfares” de Monet son resultado de una mirada demorada a tal forma, que logran disolver las fronteras convencionales, captando lo que la visión rápida ignora: las transiciones, las atmósferas…lo inefable (lo Real). Tenemos en la música, el adagio “Air” de la suite número 3 de Bach, una invitación formal a “demorarse” en el desarrollo de una melodía, a sentir el peso y la resonancia de cada nota.
Incluso en el cine, directores como Andrei Tarkovsky o Béla Tarr practican una “estética de la demora”. Planos/secuencia extensos, ritmos pausados, narrativas elípticas fuerzan al espectador a abandonar la expectativa de estímulos rápidos y a sumergirse en un tiempo fílmico que refleja una experiencia más contemplativa y existencial del mundo. Esta clase de obras no se ven… “se habitan”, y para ello exigen la “demora” del receptor.
Aquí, la reciente reflexión de Byung-Chul Han en La desaparición de los rituales resulta iluminadora; el autor coreano contrapone los “objetos”, que son pasivos y se prestan al consumo rápido, con las “cosas”, que nos interpelan, nos convocan y establecen un orden ritual y temporal a su alrededor; pero va más allá al señalar el advenimiento de la “no-cosa”: datos, información, “bits” que carecen por completo de materialidad y duración. Frente a este panorama, el arte que exige demora es un bastión de la “cosa”, un cuadro, una pieza musical, un poema, son “cosas” en este sentido filosófico: tienen una presencia que nos obliga a detenernos, a rodearlas, a establecer un ritual de atención. Demorarse -entonces- en el arte es, un acto de resistencia contra ese imperio de las “no-cosas”, una manera de salvaguardar experiencias que poseen un aura (retomando a Benjamin) y que nos anclan en un tiempo sustancial.

La Demora (…como crítica política y social)
En un sistema socioeconómico basado en la maximización de la productividad y el consumo acelerado -recordemos la “dromología” de Virilio- como una fuerza que configura la sociedad, no la clase social; “demorarse”, se vuelve un acto de insubordinación política. El capitalismo tardío, como analiza Byung-Chul Han, ha interiorizado la explotación: ya no necesitamos un capataz externo; nosotros mismos somos nuestros explotadores, bajo el imperativo de la optimización y el rendimiento. La prisa es el síntoma, la ansiedad el afecto dominante.
En este marco, la demora consciente es una huelga existencial, es rechazar la métrica del PIB aplicada a la vida íntima, es la siesta en la cultura de la productividad, el paseo sin “smartwatch” que cuantifica los pasos, la lectura lenta y relectura en la era del “scroll” infinito. Thoreau en Walden ya practicó esta resistencia al declarar que fue a los “boshes” para “vivir deliberadamente”, para no descubrir, al morir, que no había vivido. Demorarse es, pues, vivir deliberadamente.
Movimientos como el Slow Food o la Cittaslow son manifestaciones prácticas de esta filosofía; no se trata solo de comer más despacio, sino de reivindicar una relación con la tierra, con los ciclos naturales, con el placer y con la comunidad que el ritmo “industrial-alimentario” destruye. Bien podríamos llamarlo: ecología del tiempo.

Hacia una Ética de la Demora (…atención, hospitalidad y el coraje de la interrupción)
Finalmente, el arte de demorarse funda una ética, en primer lugar, una ética de la atención. La filósofa Simone Weil definió la atención como “la forma más rara y pura de generosidad”. Demorarse es atender: a una persona, a un paisaje, a una obra de arte, a los propios pensamientos. En un mundo de notificaciones y multitarea, esta atención profunda es un acto de resistencia y de generosidad radical.
Es también una ética de la hospitalidad. El que se apresura no puede ser hospitalario; la hospitalidad exige abrir un espacio y un tiempo para el otro, sin prisas por concluir el encuentro. Demorarse es hacer lugar, es recibir. La demora crea el “entre-tiempo” necesario para que surja el diálogo genuino, la complicidad, el entendimiento que va más allá del intercambio utilitario de información.
Sin embargo, esta ética debe integrar también una dimensión de riesgo y coraje, aspecto magistralmente explorado por la filósofa y psicoanalista Anne Dufourmantelle en su obra Elogio del riesgo. Dufourmantelle -en ese texto- desmonta la concepción del “riesgo” como algo meramente negativo a evitar, mostrándolo como condición indispensable para estar vivo, para abrirse a lo otro, para crear. En este sentido, demorarse es un riesgo; es arriesgarse a “perder” un tiempo que el sistema considera valioso; es arriesgarse a la incomprensión, a ser tachado de improductivo; es arriesgarse a enfrentar el silencio y los propios vacíos internos que la aceleración ayuda a silenciar. La demora no es, por tanto, un refugio cómodo, sino una interrupción valiente del flujo compulsivo. Exige el coraje de exponerse a la incertidumbre de lo que puede emerger cuando se frena: una idea inesperada, una emoción olvidada, una verdad incómoda. La ética de la demora es, -siguiendo a nuestra autora- una “ética del encuentro” consigo mismo y con el mundo, que solo es posible cuando se asume el riesgo de detenerse.

La Demora como Reconciliación con la Finitud (…a modo de conclusión)
A guisa de cierre, la demora es una ética de la finitud aceptada. La cultura de la aceleración es, en el fondo, un pánico ante la muerte, una huida hacia delante que pretende multiplicar experiencias para olvidar los límites. Demorarse, en cambio, es reconciliarse con la finitud. Es elegir la profundidad sobre la extensión, la intensidad sobre la cantidad; es entender, como los antiguos, que la sabiduría requiere otium (tiempo libre, contemplativo), no solo negotium (neg-ocio, ausencia de ocio). Al integrar las perspectivas de Heller, Han, Virilio y Dufourmantelle, vemos que este arte es a la vez una corrección de la vida cotidiana automatizada, una defensa de las “cosas” frente a las “no-cosas”, y un acto de coraje que nos expone a la riqueza y el riesgo de lo real.
“El arte de demorarse” no es una receta para la improductividad, sino una reivindicación de un tiempo humano, cualitativo y significante. Es un ejercicio de libertad frente a las dictaduras del rendimiento y la velocidad. En un planeta exhausto por la explotación acelerada de sus recursos, la demora se presenta incluso como una condición de supervivencia ecológica: es el ritmo de los ciclos naturales, no de las bolsas de valores.
Practicar este arte es recuperar la capacidad de asombro, de pensamiento crítico y de encuentro auténtico. Es, -en última instancia- una forma de cuidado: de uno mismo, de la “otredad” y del mundo. En el espacio abierto por la demora, es posible que no produzcamos más bienes, pero quizá recuperemos algo más valioso: la posibilidad de una vida que merezca ser llamada tal. Como escribió el poeta Antonio Machado, “despacito y buena letra / que el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas”. Demorarse es, precisamente, la condición para hacerlas bien y, sobre todo, para “bien vivirlas”.

Bibliografía
Benjamin, Walter. El libro de los pasajes. Madrid: Akal, 2005.
Bergson, Henri. Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia. Salamanca: Sígueme, 2006.
Dufourmantelle, Anne. Elogio del riesgo. Buenos Aires: Paradiso, 2015.
Han, Byung-Chul. La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder, 2012.
Han, Byung-Chul. El aroma del tiempo: Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse. Barcelona: Herder, 2015.
Han, Byung-Chul. La desaparición de los rituales. Barcelona: Herder, 2020.
Heller, Agnes. Sociología de la vida cotidiana. Barcelona: Península, 1977.
Nietzsche, Friedrich. Consideraciones intempestivas. Madrid: Alianza, 2009.
Proust, Marcel. En busca del tiempo perdido. Madrid: Alianza, 2010-2016 (7 vols.).
Thoreau, Henry David. Walden. Madrid: Errata Naturae, 2019.
Virilio, Paul. La velocidad de liberación. Argentina: Manantial, 1997.
Virilio, Paul. Velocidad y Política. Argentina: La Marca, 2006.
Weil, Simone. A la espera de Dios. Madrid: Trotta, 2009.

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